"Máquina de escribir" de Héctor Iván González, Coordinador de “La Escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada”, Becario del Fonca en el Género de Novela. Esta es su publicación de crítica, creación y reseñas.

jueves, 9 de junio de 2016

“Franqueza y responsabilidad”, por Ulises Velázquez Gil, sobre “Menos constante que el viento”


 Al principio de El poeta en su tierra, Braulio Peralta refiere, en su primera entrevista con Octavio Paz, una sencilla pero contundente respuesta a la pregunta sobre su acto de escribir: “Desde mi cuarto, desde mi soledad, desde mí mismo. Nunca desde los otros”. En el solitario acto de leer, se crea una conciencia solidaria cuando al final de nuestra lectura hacemos nuestras varias ideas expuestas ante nuestros ojos, y en el empeño de comprenderlas mejor se suscita una conversación interminable que es el escribir.
Crítico por partida doble (lector, escritor), Héctor Iván González nos presenta un volumen de ensayos (a la sazón, primer libro) donde esa “conversación” se conduce hacia otros lares de la palabra y del constante volver a sus viejos puertos, es decir, sus autores queridos por leídos, y viceversa.
Menos constante que el viento se compone por veinte ensayos, resultantes de coloquios, encuentros y persistencia lectora, que, como en el verso de William Shakespeare que da nombre al libro, […] “se ha dejado conducir por sus proclividades y que, eso sí, ha tratado de hacerlo con la mayor seriedad posible y con el rigor que es preciso imponerse al tratar estos temas; siempre evitando dejarse llevar por los efímeros gustos de su época o las imposiciones externas”.
Al revisar el índice del libro, varios de los autores referidos y estudiados por Héctor Iván González son de sobra conocidos, lo que suscitaría sospecha de nuestra parte, sin embargo, la incursión en cartografías previamente trazadas siempre se vuelve proteica mirada, como ésta sobre Octavio Paz, sobre el cual […] “es necesario precisar que […] no es el mejor ni el más importante, pero sí el más trascendente; ha sido crucial para las generaciones de poetas y de ensayistas que lo sucedieron, quienes pueden seguir su camino hasta convertirse en simples epígonos, o aquellos que se pelean con él y lo confrontan hasta acentuar sus excesos, lo iluso sería tratar de ignorar lo que hizo”.
Para la generación de González (que también es la mía, de cierta manera), no basta con creer la primacía de la figura paciana, sino más bien se busca justipreciarla, reconocerle aciertos y fallas, en aras de acercarse más al autor: “Derruir certezas también es un trabajo de la crítica. Quizá lo mejor que le hubiese sucedido a Paz hubiera sido empezar por el final y por ahí seguirse”. (El subrayado es mío.)
Otros autores dignos de mención en  Menos constante que el viento son Fernando del Paso, Nellie Campobello y Francisco Hernández, a quienes el autor dedica líneas acertadas, generosas e inteligentes; pondera su lugar  dentro de la literatura mexicana, así también las innovaciones que hacen única su obra, donde quiera que se dé su lectura. Incluso, para el ensayo sobre Del Paso, se permite cierto guiño anecdótico: “Fue en una cantina donde me orillaron a plantearme la escritura de este ensayo, si hubiese sido en una tasca de Madrid diría que “me tiraron de la lengua” al punto de casi no poder resistir más. En medio de una discusión de cantina a la manera de las discusiones que se suscitan en Palinuro de México […] me vi en la necesidad […] de poner por escrito qué representa una obra como la de Fernando del Paso en nuestros días”.
Para el ensayo sobre Campobello, Héctor Iván González ejerce una mirada periscópica por una escritora y hacia una obra digna no sólo de leerse, sino de estudiarse sin ceñirse a los dictados del momento. Desde el inicio de su ensayo ya sabemos a qué atenernos: “Al escuchar el nombre de Nellie Campobello surge una evocación involuntaria. Muchos no saben a dónde los llevará, algunos la siguen, otros se detienen y piden alguna referencia, pero todos tienen una reminiscencia, por vaga que ésta sea”.
En este punto, es deber del crítico dar luces sobre obras que han padecido el pecado de la omisión; con Campobello, como con Elena Garro y otras autoras, la omisión no es voluntaria, mucho menos involuntaria, sino injusta. Pero cuando aparece un buen crítico para resarcirle su justo lugar, todavía contamos con algo de esperanza. (Ojalá  el centenario de alguna de ellas, como me decía una joven narradora, no se vuelva “moneda de chocolate”.)
Además de los escritores antes referidos, el autor dedica líneas y generosos párrafos a otros que su curiosidad lectora y persistencia crítica no debe pasar por alto, o, por el contrario, de tan ensalzados en pedestal, digno es ponerlos a nivel de suelo. William Faulkner, Pierre Michon, Émile Zola y su J’accuse, Dante y Baudelaire (quienes, me imagino, ejercen una fuerza descomunal sobre el autor), aparecen en este libro a guisa de ejercicio de admiración (Cioran dixit). No cabe duda que al leerlos y someterlos al ojo clínico de la crítica, los hace menos lejanos, más nuestros. Incluso, con el siempre presente Alfonso Reyes –y La crítica en la edad ateniense– al describirlo a él, describe a todos los críticos, quienes ejercen […] “los mejores y más claros atributos de los que goza la crítica moderna: observación detenida del fenómeno, ejecución de un esfuerzo expreso de crear un entendimiento con la obra, persistencia de un diálogo total y un acercamiento que pueda presentar sus principios y la congruencia con sus resultados”.
Otro punto a favor dentro de Menos constante que el viento, son las “pequeñas historias” de algunas literaturas, como la argentina de los años recientes (con Alejandro Hosne como uno de sus representantes más sonados), o la genealogía poética del siglo XIX al XX y parte de los dosmiles. Aunque esa tarea no sea del todo nueva, la manera de hacerlo sí lo es, con un estilo sencillo pero acertado en sus afirmaciones; por otro lado, entre filias y fobias, digno es resaltar el ensayo sobre Manuel Vázquez Montalbán, escrito más con el corazón que con el hígado –“los temas nacen del hígado”, pontificaba Edmundo O’Gorman–, y no es para menos, pues en afán de compartir una grata experiencia lectora, nunca estará de más hacerse de varios libros suyos, o de perdida, releer los que se tengan a la mano.
En suma, Menos constante que el viento es la primera suma crítica de un escritor cuyo compromiso ineludible es con y para la literatura, y los procesos que de ésta se deriven; franqueza y responsabilidad vueltas conversación más allá del cuarto, la soledad, consigo mismo. Y en este sentido, todavía queda mucho por decir acerca de Héctor Iván González, a quien saludo desde aquí, en espera de la compilación que confirme el buen sino de su primer libro. (Así sea.)
(Texto publicado en “Flor y Látigo” http://florylatigo.org/?p=3695)


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