A principios
del 2000, el escritor David Simon propuso a la cadena televisiva HBO una serie
basada en la vida ruda de Baltimore, ésta narraría las historias surgidas
alrededor del narco, los sistemas policiacos, escolar y políticos del lugar.
Los antecedentes de Simon le permitían ser ambicioso, su serie La esquina le había dado éxitos a la
televisora. Simon había trabajado en un periódico que preponderaba la noticia “de
gran impacto” al contraste crítico, que buscaba el Pulitzer a cualquier precio,
así costara concesiones con los principios más elementales del periodismo, éste
seria otro de sus temas. Por otra parte, estaba con él Ed Burns, antiguo
policía, lector de Fowles y Arendt, que había testificado la forma en que el
departamento ganaba las batallas al narco, pero que continuaba en la lona en el
contexto de una guerra más amplia; también se había metido en problemas con sus
superiores, a la manera de McNulty, por su intemperancia al resolver algunos crímenes.
Posteriormente se unieron a la idea varios talentos del cine que apoyaron la
producción, el guión, el ritmo y la imagen de algo que empezaba a llamarse The Wire. El origen estaba en la
historia real que Burns había propiciado al arrestar a un narcotraficante
después de intervenir su teléfono. Eso significa The Wire: intervenir o colgarse de una línea.
De esto y más
detalles nos enteramos en este tomo, el cual no sólo es un libro para los
grupis de la serie, malo fuera. Por el contrario, este compendio de todas y
cada una de las temporadas nos acerca a David Simon, uno de los escritores más
enterados de los tejemanejes del capitalismo rampante. Cuando uno ve la serie,
ahora en dvdes, puede palpar que detrás de la innúmera cantidad de historias
que se suceden en las esquinas donde se distribuye la droga, las estaciones o
departamentos de policía, la corte, los muelles o los edificios gubernamentales
hay una consciencia de qué y cómo es que las cosas se mueven en nuestras
sociedades. Pero cuando uno lee el prólogo de este libro constata que hay un
escritor comprometido con narrar todo aquello desde una postura de rebeldía
crítica y un absoluto dominio del ritmo narrativo. Durante su producción, al ser
un programa de tv, Simon tuvo que flanquear las imposiciones del mercado, a
pesar de que él mismo se sentía profundamente incómodo con el principio señero
de ésta:
¿Cómo puede una cadena de televisión atender a las necesidades de sus
anunciantes a través de todo esto? ¿Cómo puede satisfacerles mientras al mismo
tiempo rumia sobre los espacios vacantes de la sociedad e informa a los
espectadores de que en realidad son un pueblo privado de representación
política, que los procesos de reforma se han oxidado y no funcionan, y que
nadie –y ciertamente nuestros medios de comunicación menos que nadie –va a dar
la voz de alarma?
Pero no se
trata de una serie de buenos y malos, asegura Simon que ese planteamiento sólo
sería el anzuelo para todo tipo de espectador, la historia tendría que irse
complejizando capítulo tras capítulo para quedar con las dos docenas de
espectadores que quisieran correr el riesgo de ver una serie donde tendrían que
poner un poco de su parte para entender. En una entrevista, Simon confesó que
su modelo era Moby Dick. Desde luego,
viendo de frente el problema del tráfico, distribución de la droga y el trazo
de dinero que deja tras de sí, el fenómeno de la droga sólo se puede comparar
con esa tremenda ballena blanca.
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