"Máquina de escribir" de Héctor Iván González, Coordinador de “La Escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada”, Becario del Fonca en el Género de Novela. Esta es su publicación de crítica, creación y reseñas.

martes, 8 de abril de 2014

La danza del lenguaje


A partir de la premisa de que la imaginación, la creación y la fantasía son los asideros de la libertad, José de la Colina (Santander, 1934) escribió De libertades fantasmas o de la literatura como juego (FCE, 2013). Libro sobre libros, este tomo contiene un puñado de exégesis, ejercicios de estilo y prolongaciones literarias, donde se dan cita escritores, Gómez de la Serna, Cervantes, Borges; personajes de ficción, Sheherezada, “Don Juan, es decir Drácula”; y libros imaginarios. Con una memoria, no fotográfica, sino cinematográfica, que recrea escenas, ejecuta ideas, despliega metáforas o episodios ralentizados, el autor imparte una cátedra de literatura con pleno conocimiento de causa. Llena de recurrencias, referencias internas, a la manera de un libro de Chesterton o de Michel Tournier, esta obra goza de una intensidad que influye en el lector la sensación de entrar en un castillo de memoria y palabras.
Como miembro de la generación de Medio siglo, De la Colina hizo sus primeras correrías con Salvador Elizondo, lo mismo que con Carlos Fuentes y Juan García Ponce, sin embargo, él se destaca por algo que Borges le adjudicaba al ya citado Chesterton: en De la Colina “no hay una página que no contenga una felicidad”. Además de ser un cuentista excepcional, prueba de ello son sus Traer a cuento (1959-2003) (FCE, 2004) y Portarrelatos (Ficticia, 2007), Pepe se distingue de sus contemporáneos por una prosa llena de sonoridades, plagada de ritmos, colmada de penetración imaginativa y oído de estenógrafo para los diálogos, lo que le provee de una capacidad para la descripción y un manejo del suspense que salta a la vista en esta obra. Pero no se trata de alguien que persiga la floritura per se, al contrario, esta prosa estaría más cerca de un escanciar de frases con naturalidad que de un do de pecho. Normalmente se dice que la buena prosa “es aquella que se parece al coloquio”, no podemos más que disentir de esta idea: la prosa de los estilistas es contundente porque deliberadamente no es charla. La prosa que no es otra cosa que una danza del lenguaje: no un despliegue ocioso, sino el arte que al ir avanzando va buscando su propia forma, la mayor versión de sí misma. “Una página viva” de don Pepe como emblema:
Una tarde de Madrid y de marzo, en 1980, en el lado norte de la plaza de las Cibeles, apoyados de espalda contra la verja del Ministerio del Ejército, Pedro Miret y yo estuvimos no sé cuánto tiempo mirando silenciosamente hacia el roqueño Palacio de Correos (tan feo e irónicamente tan hermoso como su correspondiente en la Ciudad de México), dejando sólo que el tiempo transcurriera y midiéndolo con el cada vez menos lento trepar de la sombra por aquella fachada y el suave escurrirse hacia arriba de una luz dorada que finalmente acabó de lamer la cima del edificio bañándolo en la sombra gris y friolenta en la que nosotros, como toda la vida que bullía en el lugar, ya estábamos sumergidos.

Con lo cual podemos mostrar a qué nos referimos al describirlo como un estilista. Dentro de este grupo, que se compone de autores como Cervantes, Azorín, Galdós, Reyes y Del Paso, De la Colina es uno de los más avezados y modernos. Siempre crítico con el ambiente y con él mismo el humor cabalga a su lado:
Recuerdo que cuando, asistiendo en la adolescencia y en una arrabalera sala de cine (¿fue el Parisiana, o el Rialto, o el Cairo?) a un insólito programa doble: Las aventuras de Robin Hood y Hamlet, me hallé desprevenidamente conociendo la tragedia del príncipe danés filmada por Lawrence Olivier y actuada por él mismo con cierta letargia de zombi a tono con el protagonista, el cual para mi gusto se veía demasiado inactivo después del saltarín y sonriente Robin Hood-Erroll Flynn (aunque, a decir verdad, en el duelo final, el súbitamente hiperactivo Olivier-Hamlet, saltando espada en mano desde una alta terraza hasta el piso del salón palaciego, lograba un performance de atleta circense muy propia de Flynn y aun de Douglas Fairbanks senior en cualquier maravillosa “película de espadazos”), me inquietó el hecho de que no se dijera el título ni el autor del libro (cosa que bastaría a infamar hasta al más humilde de los reseñistas literarios), y sin que el fotógrafo nos ofreciese un primer plano del volumen. ¿Qué libro era?

Por otro lado, como muchos lectores de fervor borgesiano, debo decir que he leído las innúmeras referencias a Las mil y una noches que ha hecho el rioplatense, su cuento “El sur”, donde el protagonista compra un anhelado ejemplar de esta obra en traducción de E. Lane; el ensayo “Los traductores de 1001 Noches” y otras alusiones en su obra poética, sin embargo, debo confesar que nunca me había sentido realmente convidado a leer esta obra sino hasta que hinqué los ojos en “El arte de Sheherezada” incluido en De libertades fantasmas… Después de su lectura, no sólo encuentro imprescindible la cita, sino que puedo decir que la vislumbro muy diferente a lo que creía que era, pues la imaginación delacoliniana la ha cubierto con un terciopelo imaginativo que la vuelve crucial. Ya sea porque coloca a su artífice, Sheherezada, como la madre de los narradores, o porque convierte al arte de narrar en un asunto de vida o muerte. No debemos olvidar que Pepe ya nos había dicho en su Traer a cuento que él hacía esta frase su lema: “‘Todo esto nos conduce al suspense que algunos […] consideran una forma inferior de espectáculo, cuando es el espectáculo en sí mismo’, dice Truffaut en el libro Le cinéma selon Hitchcock. La observación le parece a qss válida tanto para el cine de Hitchcock como para el método de Sheherezada y para una gran cantidad de narraciones (en este libro hay algunas de esa especie) en las cuales la expectativa no es sólo un recurso del cuento, sino el cuento mismo”. Podemos decir que De la Colina ha sheherezado la buena literatura en estas páginas.
            A manera de colofón, hay que señalar que De la Colina entrega con este tomo un libro que sugiere al género clásico llamado “crestomatía”, éste, un tanto en desuso en México, pero vigente en países de fuerte tradición como la francesa, es un espacio donde se incluye una serie de temas, fragmentos, ejercicios de escritura o citas literarias que, acompañados de una exposición o disertación esclarecedoras, se presenta a los pupilos para ilustrarlos. Lo excepcional de esta crestomatía es que está dotada de una serie de yuxtaposiciones de cine, de poesía, de literaturas moderna y clásica, así como de episodios de la “vida anecdótica”.  La idea de que la crestomatía regrese a nuestras librerías es una apuesta del escritor (por lo inusitado) y al mismo tiempo un reto al lector para que avive sus curiosidades, literaria, histórica e intelectual, por petulante que rechine el término, aunque no sea otra cosa que invitarlo a usar su imaginación.


No hay comentarios: