"Máquina de escribir" de Héctor Iván González, Coordinador de “La Escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada”, Becario del Fonca en el Género de Novela. Esta es su publicación de crítica, creación y reseñas.

sábado, 8 de marzo de 2014

Un escritor sin aspavientos. Sobre “Los predilectos” de Jaime Mesa, Alfaguara 2013



Debido al alto contenido de recursos literarios, Los predilectos de Jaime Mesa, es una novela que no debe definirse con una o dos frases. Quiero decir: ya que el autor adopta la voz femenina para narrar, introduce breves biografías y ejecuta saltos temporales con efectividad en la historia, sería inexacto describirla solamente como una novela de chavos que juegan a la ruleta rusa sexual. Si la comparamos con obras, tan a la moda, donde el desfogue juvenil tiene un lugar central, Jaime Mesa ha fraguado una historia mucho más arriesgada y compleja.
Scarlett Kunzen, una “niña bien” mexico-estadounidense, relata las peripecias de un grupo de jóvenes “hermosos y malditos” que han experimentado el éxito prematuramente, pero que para ese momento a lo máximo que aspiran es a concluir su tratamiento en un centro contra adicciones. Esta “privilegiada” también cuenta la relación que ha mantenido con un personaje, aunque lejano, que la ha influido desde su niñez, Lynda Combs, una célebre actriz de series de tv quien ha ostentado una imagen malabareante entre el lesbianismo y la santidad, pero que finalmente coquetea con la pedofilia. Con un tono que evoca a Raymond Chandler, Scarlett hurga en la vida de Combs debido a que ésta ha tenido una presencia fundamental en su vida hasta coincidir con ella en una orgía donde se han mezclado algunos portadores del VIH.
Aunque el tema pudiese ser de por sí atrayente para el público, el lector que vea más allá valorará el planteamiento narrativo o la prosa que se aventura sin cometer las pifias de la literatura actual: caer en la tentación de ponerse a tirar netas o encorsetar la prosa por no arriesgar. Sin embargo, esta falta de aspavientos no es debido a que haya pusilanimidad o inapetencia de Mesa, sino que se percibe como el temple que proviene de una construcción férrea en la obra. También hay acierto en los personajes que se erigen por encima de sus miles de seguidores y que, a lo largo de la novela, se apagan lenta o vertiginosamente ante nuestros ojos. El estilo sugiere que la historia se escribió en un solo lance, aparece compacta, con algunos pasajes que hacen que el tiempo se expanda o en otros se contraiga: “Para ese momento habían pasado cerca de cuatro años de aquellas fiestas, y tres de mis repetidas visitas a la casa de Lynda Combs”. Y si el tiempo se transmuta, no se puede decir menos de los personajes: “Posiblemente por esos días fue cuando decidió sucumbir a la fantasía secreta de acariciar a un niño. El malestar general, la insoportable ansiedad de no estar satisfecha la orillaron a largas sesiones de masturbación donde el placer era un bocado de paz y felicidad”. Vemos un cambio constante, de ánimo, de impulsos e incluso de talla en los privilegiados que Mesa ha puesto a convivir.
Quizá me hubiera gustado una mayor precisión en la psique de la narradora al ser una norteamericana que narra esto en inglés y vive en E.U., pues siento que de pronto hay detalles que acusan las frases idiomáticas que la desbalancean más hacia la psicología de un personaje mexicano. Me imagino que esto es parte de hacer una puesta narrativa en tantos niveles.
 Finalmente, Los predilectos se puede apreciar como una mirada escéptica a la autocomplacencia y al engreimiento de la juventud criada con cucharita de oro. El desenlace deja la sensación que pervive con los libros que han dado la espalda a los temas y tópicos de la época, pues proviene de un interés personal y no de la boga que hay que sufrir.

             

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