La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el allanamiento de
mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija
que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me obligan a esta forma
de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y
periodista durante casi treinta años. Así empieza la última carta que el escritor y periodista redactó
y distribuyó antes de ser asesinado en marzo de 1977. Nacido en Choele-Choel, en
el año de 1927, Rodolfo Walsh destaca por ser uno de los intelectuales que resistieron
las dos dictaduras argentinas del siglo XX. Si bien, en un inicio, era ubicado
como cuentista notable por sus libros Variaciones
en rojo o Los oficios terrestres,
Walsh saltó a la fama con su documento Operación
masacre (1957). Obra de una exactitud cronométrica y de argumentos tan
rotundos que ni el aparato militar pudo rehuir, Operación masacre surge como una investigación sobre el
fusilamiento ilegal de doce civiles que fueron arrestados mientras oían una
pelea de box por radio en la localidad de José León Suárez. Abusando de su
poder, el teniente coronel Desiderio Fernández Suárez mandó fusilar a este
grupo al que no se la habían levantado cargos y que, peor aún, se le arrestó
una hora antes del Bando que autorizaba marcialmente la represión la noche del
9 al 10 de junio de 1956. Esta investigación se impone como un referente
documental debido al cálculo de los eventos, al orden con el que establece
circunstancias y a una prosa concisa y a la vez certera. Jules Renard decía que
la crema del estilo era la frase corta, que si se domina la frase corta,
enfática y elocuente, dominas todo lo demás; Walsh encarna esta cita. Operación masacre es el estandarte con
el que los sobrevivientes –¡porque hubo
sobrevivientes de aquella atrocidad!– clamarían justicia.
Consagrado al periodismo,
debido a su convicción de que se debe plantar un punto de vista alternativo a los
noticieros oficiosos, Walsh trabajó en varias publicaciones como Leoplán, Revolución Nacional y en la Agencia Clandestina de Noticias; muchas
de sus colaboraciones están agrupados en el libro póstumo El violento oficio de escribir, recopilado por Daniel Link.
Posteriormente fraguó otros documentos fundamentales: ¿Quién mató a Rosendo? y Caso
Satanowsky, en estos plantea investigaciones muy serias donde deja claro
nombres y responsables que son claramente señalados como culpables pero que la
justicia argentina ignoró palmariamente.
A finales de la década
del 50 es invitado por Jorge Masetti a fundar Prensa Latina en Cuba. Desde ahí
escribirá algunos alegatos contra la propaganda de EU y de los países que le
servían de comparsa contra la isla, como Guatemala, Rep. Dominicana o Perú.
Dentro de las aficiones
de Walsh estaban el ajedrez, la literatura detectivesca y el desciframiento de
lenguajes en clave. Debido a algunos manuales y a su mente concienzuda, Walsh
saca de un bote de basura una serie de papeles tildados de inútiles porque
nadie los entendía en una oficina de información. Después de analizarlo, dio su
veredicto, se trataba de una serie de mensajes por radioteletipo donde se
planeaba la invasión de Bahía de Cochinos en abril de 1961.
Posteriormente, en
Argentina, continuó con gran tesón la resistencia de la siguiente dictadura, la
de 1976. También se le hizo la propuesta de participar en los grupos armados, a
lo cual él resistió. Su hija Victoria, “Vicky”, como muchos jóvenes
conscientes, se había integrado a la guerrilla urbana. Se comenta que ella
misma encaraba a su padre para que dejara de escribir y se involucrara en la
lucha armada más. Poco tiempo después ella sería asesinada durante una redada
en su propia casa.
A
Walsh la fortuna no lo alumbraba pues el tiempo que buscó alejarse del
periodismo para trabajar en una novela de literatura (qué domesticado suena
esta palabra en el contexto) se le hacían propuestas para que hiciera
artículos; y, aunque necesitaba el dinero, se resistía. Cuando escribía sus
artículos políticos los firmaba con el pseudónimo Daniel Hernández, el personaje de sus primeros libros de cuento.
Las circunstancias a las
que se vio obligado a vivir la clandestinidad son pasmosas. Junto con su
compañera, Lilia Ferreira, se había orillado en una casa sin agua ni luz en San
Vicente. Hubo un tiempo en que andaba armado porque gran parte de los militares,
que en el pasado había evidenciado, Fernández Suárez, Cuaranta y la Junta Militar,
se la tenían guardada, pues los había exhibido tantas veces y ya tenían un
largo expediente del escritor y editor de textos informativos para la clase
obrera desde la clandestinidad.
El relato del último periodo
en la vida de Walsh es algo novelesco en sí mismo, pues si las situaciones que
siguieron al fusilamiento de José León Suárez nos recuerdan una novela de
Kadaré, su día final es como el desenlace de Sostiene Pereira de Tabucchi, pero sin éxito. Sale a la calle a
reunirse con una compañera de militancia. Va armado con una .22 que le había
regalado a Ferreira. Su atuendo es el de un anciano, un “jubilado”, y en el
camino va depositando su “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”;
ésta contiene un análisis pormenorizado de la propaganda de la Junta, enumera
los cientos de casos de desaparecidos, crítica las medidas económicas
neoliberales y denuncia, con su nombre y firma, la tiranía: una de las mayores
infamias que haya tenido lugar sobre la Tierra.
En el trayecto camina a
un lado de la mesa de militares que lo estaban acechando y pasa desapercibido.
En ese momento, los peones de la muerte pierden un momento precioso para sus
planes, y Walsh casi escapa. Al reconocerlo envían a un tipo cuyo talento es
taclear; lo querían vivo. A modo de inmolación, Walsh saca la pistola al
percatarse que vienen por él. Más valía caer de una vez a ser despellejado vivo
siendo privado de dignidad, como él diría. El cuerpo de Rodolfo Walsh sigue
desaparecido.
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