"Máquina de escribir" de Héctor Iván González, Coordinador de “La Escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada”, Becario del Fonca en el Género de Novela. Esta es su publicación de crítica, creación y reseñas.

lunes, 22 de julio de 2013

¡Necesito un trago!

Escrita a la manera de un montaje cinematográfico o un rompecabezas, La Comparsa (1969) de Sergio Galindo (1926-1993) es un intento por narrar el ambiente en torno al carnaval de Xalapa en 1959. Habitada por decenas de personajes con múltiples situaciones, la obra pretendía ponerse al día con la narrativa de vanguardia. Emulando obras como Manhattan Transfer de John Dos Passos, Le Sursis de Jean-Paul Sartre o La vie mode d’emploi de Georges Perec, Galindo se proponía narrar varias historias que sucedieran simultáneamente. A veces con una escena, un diálogo o con una sola frase, la novela se va conformando ante nuestros ojos.
Las primeras páginas dan la impresión de que la historia mantendrá la tensión, el alcohol y sus efectos estarán presentes, un accidente comprometedor acaba de suceder. Desde la disposición textual, el lector siente que algo pasará, se crean expectativas de que el carnaval será algo inusitado; sin embargo, su inicio promete lo que la obra no cumple. En un momento dado, describe la embriaguez: “Limpio, muy azul el cielo la envolvía, casi artificialmente, casi un juguete toda ella. Se quedó parado allí, en la esquina principal, meciéndose. Frente a él el Banco Nacional de México sufría un temblor oscilatorio.” Lo cual nos recuerda a Malcolm Lowry y su embriagador efecto narrativo: “Pero, repentinamente, la calle Nicaragua se alzó para encontrarlo. El cónsul yacía boca abajo en la calle desierta”. Sin embargo, esto no se trata de una prosopopeya, es algo diferente, es el ebrio que, desde la experimentación de los efluvios etílicos, extiende y proyecta sus sensaciones al entorno. La conciencia alterada trabaja y registra un porcentaje distorsionado de lo que sucede, percibe los fenómenos pero no los sabe transmitir o canalizar. Desafortunadamente, Galindo no continúa con el proyecto y vuelve la obra una romería que no llega a nada.
De la misma manera que sucede con varios autores de la generación de Medio Siglo, para Galindo es importante subrayar el contraste entre los diferentes sectores de la sociedad, los creyentes fervorosos y la gente que empieza a secularizarse en Xalapa, la alta sociedad y sus hipocresías y la juventud desmelenada; en función de esto, se dedica a mostrar las discrepancias, la manera en que unos se aferran a sus prejuicios religiosos y cómo los otros se van modernizando deshaciéndose de atavismos: Clementina y Borrito, la beata y el homosexual son muestra de ello. Sin embargo, no cala profundamente, Galindo es tan correcto que hasta su pecado es casto.
Por otro lado, es un tanto cuanto exasperante la frivolidad de sus personajes: cursis, elementales, pero sobre todo, carentes de todo trasfondo. El narrador no les tiene piedad, y ¿qué sentido tiene seguir personajes que no son entrañables ni para el propio autor? Como en una película de Angélica María y César Costa, al final de la novela sólo aparece una caravana de bobos hablando y riendo de cualquier cosa; pero no unos bobos divertidos… porque para eso hay que ingeniárselas. Obvio: que los personajes sean sosos no es lo que molesta, sino que el narrador no sea hábil. Desde Flaubert hablar de gente simple es algo más que poner diálogos sin sentido; no en vano alguna vez escribió Onetti: “Qué fuerza de realidad tienen los pensamientos de la gente que piensa poco y, sobre todo, que no divaga. A veces dicen ‘Buenos días’ pero de forma tan inteligente”.
Dentro de estos descuidos, está el urdir de la trama. Al empezar a dejar incógnitas, datos ocultos que el lector se dará la tarea de intuir, dilucidar o, por lo menos, sospechar, Galindo crea expectativas. Sin embargo, los dos o tres enigmas que plantea a lo largo de la historia son descubiertos a las primeras de cambio, sin ninguna sutileza o tratamiento. Tal cual, repentinamente, las intrigas son resueltas de la peor manera: la más fácil. El colmo de la falta de astucia literaria aparece cuando uno de los personajes, Alicia, cree que su novio pasó la noche con una chica recién llegada del df, lo cual hubiera sido interesante para la trama, pero Galindo hace que otro personaje la saque de dudas sin motivo alguno: “–Nadie me dijo nada, lo supongo solamente. Y si lo dije fue para que Alicia no se suelte a llorar, ¡no me gustan las viejas lloronas!…”
A diferencia de La Comparsa, donde Galindo narraba una cantidad ingente de personajes y situaciones, Declive (1989) se limita a tratar una sola historia. A pesar de que entran y salen personajes, la trama se contiene con dos fronteras dramáticas: la situación alcohólica que se agrava del personaje y su vida cotidiana donde hay pequeños síntomas de esta degeneración. Aumentada por una dipsomanía que se apuntala en una personalidad irresponsable, la crisis se sospecha desde las primeras páginas. Los síndromes, lagunas mentales y desvaríos frente a los amigos se vuelven un factor que provoca inquietud. Evidentemente, con esta focalización la historia sale ganando. A pesar de que es muy lenta, Declive mejora hasta el final, al contrario de La Comparsa. Al desembarazarse de toda la hojarasca de personajes, la historia evoluciona hacia el interior y no como un simple fuego de artificio.
En Declive la dipsomanía es el tema central, sólo que lo es en tanto que un mal pernicioso, sin ser abordada la cuestión en su verdadera complejidad. Igual que Dos Passos, Lowry, Hemingway, a Galindo le inquieta la bebida y busca representar esta desazón en la literatura. No obstante, su protagonista, Juan, es puesto en malas condiciones de buenas a primeras, y nunca se nos muestra en esos estados que son tan agradables para el bebedor; por lo cual Galindo está más cerca de un Zola que moraliza al bebedor que de un Lowry que lo atiza para seguir tomando y buscar un paraíso perdido, esa unidad irrecuperable, que, aunque no sea verdad, simula ser un acrecentamiento de la conciencia. Debido a una situación de adolescente, Juan no puede dejar la bebida, así que va dando tumbos sin poner nunca en riesgo su integridad física, su familia o su estabilidad económica. Es el copropietario de una agencia de viajes que administra su hermano; además tiene un sirviente al que se le dedican decenas de páginas para demostrar cuán feliz puede ser la servidumbre mientras sea honrada y agradecida con los patrones. Sin embargo, ni la causa de los problemas, ni sus consecuencias alteran el pulso del lector de a pie; uno sabe que no va pasar nada. Plagada de detalles innecesarios, con personajes que no trascienden, Declive quiere ser una novela inquietante hasta en sus ilustraciones. Y si hablé de la castidad del narrador, ahora puedo hablar de la del protagonista: Juan abandona a su esposa durante unas semanas para irse con su exnovia a refugiarse de unos tipos, no pasa nada entre ellos y finalmente vuelve al hogar puro como la nieve; lo cual es lamentable en términos narrativos.   
A Galindo lo caracteriza una gran ambición como novelista. A ojos vista, sus proyectos intentan emular a los grandes escritores de la primera mitad del siglo XX. Dos Passos, Lowry, Faulkner son modelos para él, trata de seguirlos, incorporarlos a su quehacer, ser uno de ellos. Esto hay que reconocerlo. Sin embargo no basta la ambición para escribir.
Quizá, al ver su trabajo, uno pueda sacar en claro que no es suficiente dialogar con la mejor literatura o importar técnicas o recursos si no hay detrás un trabajo con el idioma. En el caso de Galindo se percibe la intención por encima de los resultados. Su literatura no es sólida ni siquiera desde el lenguaje. Su capacidad de narrar hechos logra cierta estabilidad pero sus metáforas son débiles, ingenuas o desatinadas. Y para un narrador esto no es pecata minuta, pues como diría Mailer: “La metáfora revela la verdadera captación de la vida en un escritor. A tal punto que si no tiene metáforas, aún no ha vivido mucho”. Por último, lo peor de todo, lo que no se le perdona, es que al hablar del whisky, no haga gritar a nadie: ¡Necesito un trago!

Sergio Galindo, LA COMPARSA. Prólogo José Luis Martínez Morales, México, Universidad Veracruzana. 2009. Pp. 146.
–, DECLIVE. Prólogo Vicente Francisco Torres, México, Universidad Veracruzana, 2009. Pp. 226.

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