"Máquina de escribir" de Héctor Iván González, Coordinador de “La Escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada”, Becario del Fonca en el Género de Novela. Esta es su publicación de crítica, creación y reseñas.

miércoles, 17 de abril de 2013

Minimalia de Armando González Torres, sobre “La pequeña tradición”, UNAM-DGE-Equilibrista, 2012



En un momento en que los editores forman algo que muy a su entender llaman colección, pero que lo hacen de una forma dispareja, abigarrada, sin un criterio establecido, los amantes de libros de viejo cuño nos sentimos atraídos cada vez más por las verdaderas colecciones, premeditadas, homogéneas, de un solo tempo. Pértiga, coeditada por nuestra UNAM Y DGE editores, sobresale entre las más señeras, aquellas que se les puede dar el legítimo nombre de colección. Con títulos como Invitación a Gilberto Owen de Vicente Quirarte, Signos de admiración de Jorge F. Hernández, Afluentes de Pura López Colomé y La insondable sencillez, obra póstuma de Eliseo Diego, Pértiga es una delicatessen para los lectores de uno de los géneros más clásicos, más ambiciosos y –pocos lo dicen– más exigentes para escribir, el ensayo. La pequeña tradición. Apuntes sobre literatura mexicana, de Armando González Torres, es una obra que se eslabona muy bien con los libros de Nissen, Hernán Bravo Varela o García Ascot. En ésta, Armando González nos muestra un personerío de autores que le han interesado durante años, que le han influido para conformar su paladar y, sobre todo, que le han ayudado a velar sus propias armas como ensayista y poeta.
Con un estilo depurado, González Torres se ha ido caracterizando en la literatura contemporánea como un autor serio, mas no solemne; enemigo del disparate mas no de la puntualización, estenógrafo de la literatura mexicana pero no del escaparate de novedades; pluma crítica, nunca atrabiliaria. La prosa de González Torres tiene las virtudes de la difícil sencillez que apela a varios registros de lectura, que pasan del desocupado lector de su columna “Escolios”, en “Laberinto”, hasta aquel que le anda siguiendo los pasos desde hace algunos años y nota recurrencias o aficiones acendradas en su obra. El estilo se caracteriza por la agilidad de sus ideas, con dos o tres frases encadenadas hace el retrato del autor que le interesa plasmar, matiza un poco mediante el contexto, enfatiza en los detalles de su obra y refiere alguna conclusión que extrajo de su propio caletre. Nunca hay exceso en las citas, no abusa de los autores ni de las autoridades para parapetar su argumento. Incluso, mientras la mayoría de los ensayistas (aun consagrados como Zaid) empiezan sus ensayos con un recurso opuesto a la captatio benevolentia, o la sugerencia de que el que habla es un diletante, y te arrojan un caudal de frases eruditas, alusiones a su indiscutible poderío cultural, que hacen sentir al lector que la revelación del oráculo es inminente, González Torres apela a la cultura del lector pura y llanamente. Quizá por eso los que compartimos sus intereses literarios podemos paladear sus frases con la inquietante certeza de que está escribiendo exclusivamente para nosotros, o incluso para discutir con nosotros. Por lo demás, no apela a las autoridades ni al name-dropping o alarde de cultura. Pues si cita a algún autor normalmente es para sugerir una lectura de un ensayista cuyo libro no es tan leído pero vale la pena conocerlo: Escalante, Panabière o Blondel.
Por su parte, no es que esta Pequeña tradición sea intrascendente, por el contrario, cuando González Torres la califica de “pequeña”, creo yo, apela más a la cercanía que a la talla o las dimensiones. Es un poco como la “petite-amie” de los franceses, que hace de una amiga, la novia, firme poseedora de nuestros sentimientos más íntimos. Si uno piensa en autores como Gorostiza, Deniz, José de la Colina, Villaurrutia o Ibargüengoitia y más aun, si uno piensa en que estos forman una tradición, como la mexicana, a nadie se le ocurriría llamarla pequeña sino magna, descomunal, gigantesca. Pero González Torres no es hombre de obviedades… A él le gusta decir con silencios. La sutileza es uno de sus sellos característicos, por eso, para intitular su obra, usó otra forma retórica como la lítote o atenuación para que el público lector entienda lo opuesto… Igual que uno de sus autores tutelares, Octavio Paz, que intituló a su crónica “pequeña”, aquella que retratara la caída de la URSS, González Torres reafirma la idea de capturar los asuntos en pequeños nichos.
En La pequeña tradición se encuentra varios apuntes mínimos, por ejemplo se aborda la obra de Alfonso Reyes y el refugio que éste encontró en la literatura ante la sanguinaria irrupción que hizo la revolución en su vida. Aún recuerdo las atribuladas líneas de Reyes muy joven, aparecidas en el primer tomo de sus Diarios:
Escribo un signo funesto. Tumulto político en la ciudad. Van llegando a casa automóviles con los vidrios rotos, gente lesionada. Alguien abre de tiempo en tiempo la puerta de mi cuarto, y me comunica las últimas noticias alarmantes que da el teléfono. Por las escaleras, oigo el temeroso correr de la familia y los criados. Pienso con fatiga en mi madre enferma y en mi hermana viuda, Amalia, y hago ejercicios de serenidad, esforzándome para que los rasgos de mi pluma sean del todo regulares. Bettina, pensando en Goethe, solía recordar la sentencia de David: “Cada hombre debe ser el rey de sí mismo.  
Por eso, González Torres subraya: “Reyes asimila un saber clásico que invoca a Grecia, como modelo de inspiración política y artística, pero también como una forma de conocimiento interior. Este conocido comentario del propio Reyes denota que el estudio de Grecia no es un mero objetivo académico sino una temprana búsqueda de orientación y consolación”. Es muy significativo que González Torres pueda mediar su interés por Reyes sin sentirse involucrado en una suerte de destronamiento que muchos de los autores que más gustan de Paz han emprendido. Para Armando no hay una querella entre alfonsinos y paceanos, no existe esta crítica sin argumentos que practican algunos autores cuyas líneas antialfonsinas se podrían traer a puñados. Incluso, cuando repasaba las líneas de “Algunas gotas de Alfonso Reyes” sentí que estaba leyendo a alguien que realmente había captado la esencia alfonsina, que no es de batalla sino de contemporización, de diálogo, de acuerdo y de entendimiento.
Aparte, cuando aborda la obra de los escritores mexicanos, González Torres no cree en los sobreentendidos, por eso en sus páginas encontramos dilucidaciones que nos aproximan a autores complejos, como Elizondo, de un registro que oscila de lo coloquial a lo erudito, como Deniz, que gustan de escanciar una prosa cuidada y que parecieran transpirar literatura, como De la Colina. A través de estas páginas, el lector deberá desempolvar algunos tomos y comparar algunas impresiones o hipótesis sobre sendas obras. Personalmente, admito que ha cambiado mi percepción sobre un escritor como Alejandro Rossi quien más de una vez me dejó durmiendo con sus historias sin emoción, su prosa predecible y sus finales sin punch; trataré de volver a este autor con los elementos de Armando. También valdría la pena apuntar un par de observaciones que he notado especialmente al abordar la figura de los poetas de Contemporáneos, pues González Torres enfatiza la postura que estos poetas tomaron frente a la estética oficialista de tono nacional. Sin embargo, creo que el fenómeno no está tan claro en estas páginas, sino más bien sugerido. La coyuntura, creo yo, hizo que los Contemporáneos se radicalizaran contra las estéticas anteriores, como la de González Martínez, y los lineamientos vasconcelistas, no obstante me hubiera gustado conocer la lectura de Armando, sus observaciones, sus críticas. Precisamente porque su forma de crítica puede ser de las más agudas. Sólo es necesario echar un ojo a su ensayo “La región mitológica de Carlos Fuentes”, de su libro Del crepúsculo de los clérigos para paladear una crítica acuciosa de la obra de este novelista. Pienso que ahí está el González Torres más exigente y de mayores recursos analíticos. Artífice de la mejor justicia crítica que se le han hecho a Fuentes. Por otra parte, creo que hay algunas ausencias en esta Pequeña tradición, pero no lo señalo desde la miopía, sé que el libro apuntala a crear este amasijo personalísimo de autores dilectos; lo menciono porque esta obra constantemente abre apetito para querer saber qué piensa de algunas figuras; pienso en Carlos Pellicer y de José Carlos Becerra: dos figuras tabasqueñas, junto con Gorostiza, que hacen una tercia fundamental en nuestra poesía mexicana. Me interesa porque, en esta diversidad que representó Contemporáneos, ellos estaban más cerca de la política que los que sí aborda González Torres. En pocas palabras, me atraería saber su valoración de poetas más lejanos a lo que llamaríamos –en palabras de Gorostiza– la europeización de la poesía en México o la estética de Contemporáneos. Finalmente, este libro es un recuento del tronco más maduro de la literatura mexicana. Para el lector de a pie será una grata compañía que le ayudará a situar a varios poetas, narradores o ensayistas en el paisaje mexicano. Incluso, augura algunas famas que no habían sido del todo destacadas por la crítica, como Carlos Días Dufoo hijo y poetas como Manuel Ponce, quien recientemente ha sido celebrado por “Laberinto”, obra del mismo Armando quien ya lo incluía en este libro, desde 2008, destacando la capacidad de este poeta religioso como un autor que no refleja “la expresión mojigata del guardián de la fe, sino el despliegue de audacia del poeta que recorre todas las gamas de la experiencia, que experimenta con la sonoridad y el sentido y que no desdeña el humor como instrumento de recreación del misterio…”. Termino así estas líneas, y solo lamento que esta brújula literaria no hubiese aparecido cuando mi generación empezaba sus lecturas. No dudo que nos hubiera ofrecido un diálogo fructífero, una orientación precisa, que seguramente se los brindará a sus futuros lectores. 

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