"Máquina de escribir" de Héctor Iván González, Coordinador de “La Escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada”, Becario del Fonca en el Género de Novela. Esta es su publicación de crítica, creación y reseñas.

lunes, 21 de julio de 2008

Las Cruzadas (1095-1270)



1. Introducción. Las Cruzadas, una pasión no una idea

Se entiende por el título de Cruzadas al conjunto de expediciones militares que, con auspicio de la Iglesia, se realizaron en Oriente cuyo objetivo era recuperar y conservar los Lugares Santos. Posteriormente se dio el mismo título a cualquier tipo de expedición bélica, a pesar de tratarse de situaciones completamente alejadas de su esencia, como sería un ataque a un rey o a un señor excomulgado. Las Cruzadas forman parte de los fenómenos político-culturales más ricos e importantes en la historia de la humanidad, su complejidad y duración impiden cualquier tipo de simplificación o reducción; abordar el tema de las Cruzadas es acercarse a un fenómeno en movimiento, en el cual formaron parte numerosas naciones, razas, costumbres e intereses. Por lo tanto, pensar en una sola idea que englobe el inicio, desarrollo o conclusión de éstas es fingir que con un vistazo se pueden sintetizar casi dos siglos en que la inestabilidad era la constante de la época.
En muchas ocasiones, mientras llevaba a cabo la presente investigación, he encontrado que numerosos historiadores aplican un sistema rígido que no les permite ver más allá de lo que les interesa, fundamentar sus hipótesis, las cuales son ideas a priori, y no el resultado a posterior de una profundización en la época o las costumbres. Parte de este error radica en la pretensión moderna de segmentar la historia de la humanidad y utilizar un rasero que, en muchos casos, mutila la diversidad del objeto de estudio. Si uno piensa, por ejemplo, en la manera de expresión de los hombres de lo que denominamos Edad Media, se puede ver que palabras como “idea”, “concepto”, “principio” eran impensable, mientras que por otro lado las palabras “epifanía”, “sueño”, “fe” provocaban toda la vehemencia que al hombre moderno puede provocarle la palabra “razón”. Las características de los hombres medievales los hacen tan distintos a los hombres modernos, que es necesario retirar el escepticismo que caracteriza al mundo contemporáneo para lograr ser justos con hombres que no tuvieron más pasión que luchar hasta la muerte por algo imposible de comprobar.

2. La Primera Cruzada y las nuevas Órdenes (1095-1099)
El llamado a las Cruzadas se dio en un siglo en el que había un ambiente de agitación en muchos aspectos de la vida occidental. En primer lugar, es importante señalar que la Iglesia gozaba de un prestigio fortísimo con el pueblo, debido a que había logrado la unidad que procura la imagen del enemigo común. Y si pensamos que no era un sólo enemigo sino tres los que se enfrentaban a la Iglesia nos daremos cuenta de la solidaridad que inspiraba su supuesta situación de debilidad. Entre sus enemigos estaban, en primer lugar, el fantasma árabe, aquel monstruo que traía a las mientes el recuerdo de las invasiones de otrora y que permanecía latente en gran parte del Mediterráneo; en segundo lugar, estaba aquél imperio bizantino que cada vez más se arrogaba poderes que sólo pertenecían a la Iglesia de Roma, y por ende, a los beneficiarios legítimos, el pueblo; y en tercer lugar, estaba una clase que venía en ascenso, los seglares. Los cuales no le hacían la segunda voz a la Iglesia; esto lo podemos inferir de “la hostilidad permanente entre clérigos y caballeros (que subsistió a través de la Edad Media) [que] muestra muy bien hasta qué punto la aristocracia militar de los países de Occidente estaba mal adaptada a una religión que, no obstante, era la suya desde hacía siglos. [Y que por lo tanto] la Iglesia era quizás demasiado poderosa y demasiado independiente (a un grado similar al de los laicos) pero que debido a los constantes ataques de los barones contra el poder eclesiástico mostraba muy claramente que la Iglesia, por así decirlo, no había convertido más que a medias a las clases feudales; ni Bizancio ni el Islam daban un ejemplo de un antagonismo tan sistemático”[1].
En esta época la Iglesia hacía fama de estar en un movimiento constante, sus valores o ideales eran renovados constantemente, podríamos decir que entre su características estaba una renovación parecida a lo que entendemos hoy día por un proceso revolucionario. Pensemos que la posición del individuo se había creado en el Imperio Romano, pero que aún permanecía incipiente y tuvo que esperar un trecho que va desde la decadencia del Imperio Romano hasta el Renacimiento. Hay quienes llaman a este lapso “período de preparación”[2], el cual es caracterizado por un orden universal proporcionado por la Iglesia Católica. Sin embargo, esta religión universal no era un lazo natural y vital, no era un lazo incuestionable como lo eran las antiguas religiones tribales; se basaba en la fe y necesitaba luchar constantemente para ganarla, mantenerla y reforzarla.
Como consecuencia a esta fidelidad podemos comprender que el llamado del beato francés Urbano II (Châtillon-sur-Marne 1042-Roma 1099), efectuado el 27 de noviembre de 1095, haya encontrado respuesta inmediata en el sector paupérrimo antes que en las clases privilegiados. Fue el sentimiento de fidelidad el motor real de la primera, más que Cruzada, peregrinación y no la situación real. La cruzada del Pueblo no fue respuesta a las noticias recién llegadas sino al estímulo que produce la esperanza de cambiar de vida.
Era una realidad que los turcos habían conquistado Jerusalén y Damasco (1075), lo cual daba fin a la tolerancia árabe a las peregrinaciones que llevaban a cabo los privilegiados a los Santos Lugares, también lo era que esta confusa tribu acrecentaba su poder en la región (“Hacia 550, en alianza con los reyes manchúes de Olé destruyeron a los ávaros, y quedaron dueños de un imperio que llegaba desde las fronteras de Manchuria hasta el mar Caspio”[3]), o que casi medio siglo antes los selyúcidas se apoderaron del Korassán, de Persia y que esto dio nuevos alientos al mundo árabe, no obstante, la única realidad que le importaba al pueblo (como en la actualidad) era la adquisición del sustento. De tal manera que creer que el llamado de Urbano II fue engullido por gente inocente es subestimar al pueblo o sobreestimar al papa.
El acierto de Urbano II fue la manera en que manejó la situación, se dice que al Concilio de Clermont-Ferrand fueron convocados catorce arzobispos, más de doscientos obispos y cuatrocientos abades; “muchos feudales comprendían que la llegada del jefe de la Iglesia católica estaba motivada por causas de gran importancia”[4]. Otro acierto fue la serie de alegrías y parabienes que prometían las Cruzadas, el perdón a todas las penitencias, la salvación eterna a los que murieran en la lucha y la penitencia para aquellos que se aprovecharan de los bienes que los guerreros abandonaban terminaron por convencer al soldado en potencia. Sin embargo, no fue hasta que la tropa de Pedro el ermitaño fuese pulverizada en Nicomedia y lo que quedó de ella regresara a Europa para que los reyes dejaran su abstencionismo.
Una característica de las clases privilegiadas se hizo presente en la idea inicial de esta guerra, el fetichismo se presentó en una de sus formas más perdurables: los participantes cosieron sobre su hombro una cruz de tela roja, lo cual dio nombre al fenómeno.
Como fenómeno cultural, podemos decir que las Cruzadas eran una suma de elementos de varias épocas, por lo cual logró establecer un imaginario común para las generaciones posteriores: se retomó el convenio que los Merovingios habían establecido para sustituir la leva, en la cual ya no se podía confiar, y “dependían de la gente que podían aportar los señores, de los secuaces de su séquito personal, lo cual resucitaba la antigua costumbre germánica del séquito (Gefalgschaft); se daba un carácter parecido al de exarca a caballeros segundones en busca de tierras o privilegios; los cruzados formaban un ejército civil y en su última etapa emularon el modus operandi de las invasiones normandas.
Fue en 1096 que sin un plan de conjunto emprendieron la primera expedición, lo que constituía una suerte de armada de tantas cabezas como estrategias. Los franceses del norte y los alemanes tomaron el camino del Danubio, quienes iban dirigido por Godofredo de Bouillón y su hermano Balduino. Los provenzales y el legado del papa pasaron por Lombardía hacia Dalmacia y el Épiro, estos a cargo de Raimundo de Tolosa. Bohemundo de Tarento dirigía a los normandos de Sicilia quienes cruzaron el Adriático y se dirigieron a Bizancio para apoyar al emperador Alejo I; la tropa de Hugo de Vermandois (hermano del rey francés) y el conde de Flandes siguieron por Italia hasta Brindisi para seguir la ruta de los sicilianos. Todos se reunieron en Constantinopla y acordaron que sería reconocido el vasallaje del emperador por todas las ciudades que conquistaran a los turcos. Nicea fue la primera conquista, le siguió Dorilea, después llegaron al Asia Menor, donde tuvieron múltiples bajas, sin embargo atravesaron el Tauro y arremetieron contra Antioquía.

La línea amarilla representa el trayecto hecho por Godofredo; la roja el de Raymundo de Saint-Gilles; la naranja el de Roberto y la negra el de Bohemundo de Tarento. La línea azul representa el camino común que uso Ramón, los dos Robertos y Bohemundo

Los Cruzados tuvieron que enfrentarse a adversidades de todo tipo, carestía de los avituallamientos, falta de armas, enfermedades y muchas otras situaciones que los tentaban a abandonar la empresa. La conquista de Jerusalén, por ejemplo, no estuvo privada de penurias; tres años después de haber iniciado el viaje y privados de material adecuado se encontraban en Ascalón con uno de los ejércitos más aguerridos, los fatimíes egipcios. Sin embargo, una vez más salieron avante para conquistar Jerusalén en julio de 1099. A cargo de la ciudad sagrada quedó Godofredo de Bouillón.
Entretanto, Balduino de Flandes abandonaba la ruta para desviarse y atacar Edessa con apoyo de cristianos armenios. De manera fortuita, un ejército turco que defendía Antioquía llegó cuando Edessa ya había caído, sitió la ciudad y amedrentó a los soldados que con penalidades sostenían la resistencia; sin embargo, el hallazgo de la Santa Lanza reanimó el espíritu de los cruzados y estos lograron revertir la situación. Pocos días después de entregar la ciudad al rey se reincorporaron a la empresa inicial.
Este es un ejemplo de la manera en que el ánimo en muchas ocasiones estaba por encima de la circunstancia, el cual tuvo como resultado manifestaciones no siempre bélicas. Poco tiempo después, a raíz de la toma de Jerusalén algunos caballeros franceses organizaron un hospital para socorrer a los soldados, lo cual emulaba a la antigua Orden de Cluny cuyo objetivo era apoyar a los viajeros en el camino de Santiago de Compostela. El hospital recibió el nombre de San Juan o de Jerusalén. Sus miembros habían hecho voto de pobreza y se obligaban a vivir de limosnas de sus protegidos, quienes también les otorgaban casas fortificadas o daban espacio en sus castillos, como sucedió en Siria. Poco después un grupo de monjes enfermeros trató de formar su propio hospital al ver que el carácter inicial en esta orden había cambiado y se había reducido la atención a la nobleza o príncipes bastardos, quienes sí podían asegurar un ingreso. Este grupo fundó una congregación para proteger a los peregrinos y con el tiempo recibió apoyo del rey Balduino quien concedía un espacio en su castillo en Jerusalén, cuyo nombre era el de Temple; de ahí el nombre de esta orden. Su consagración llegó cuando recibieron la regla de San Bernardo, la cual estaba inspirada en la Orden del Cister, y la aprobación en el Concilio de Troyes. Evidentemente, al aumentar el número de soldados alemanes también se fundó una orden de población germana, que se convertiría en la Orden Teutónica.
Poco después de establecer el orden en Jerusalén, gran parte de los cruzados empezaron a regresar a casa, donde la situación no era menos bélica ni menos turbulenta.

3. La Segunda Cruzada (1147-1149)
Después de la muerte de su hermano Godofredo de Bouillón en 1100, tomó el cargo Balduino I quien había sido el verdadero organizador del reino, pues había tomado el control de una Jerusalén cuya situación no era estable. Gran parte del éxito que habían logrado los cruzados se debía a que su incursión se llevó a cabo en un momento de desunión en el mundo musulmán, sin embargo esta circunstancia paulatinamente estaba llegando a su fin. Una prueba de esto fue que el sultán turco de Mosul, Zenqui, recuperó el principado de Edessa. Y aunque habían sido enviadas varias tropas para mantener el control, en el aire soplaban los vientos del cambio; para evitar esto Bernardo de Claraval predicó la Segunda Cruzada, a la cual respondieron Conrado II de Alemania y Luis VII de Francia, quien se hizo acompañar de su mujer, Leonor de Aquitania, para que cubriera los gastos de la expedición. Conrado II partió a mediados de 1147 por Hungría hacia Contantinopla, empero la suerte no estuvo de su lado pues perdió una suma importante de soldados antes de llegar a Antioquía. Luis VII, hombre sumamente negado para las actividades marciales, evitó el desastre debido a los consejeros de Leonor y emprendió el viaje en naves. La verdad fue que no tardaron más en regresar a sus reinos que lo que les ocupó llegar a Jerusalén y ser vencidos en Damasco.
La retirada de los dos reyes con sus respectivas tropas reanimó a los turcos, quienes rápidamente reconquistaron Damasco a los árabes y provocó que los reinos cristianos fueran atacados por el sur, lo cual nunca antes había pasado. La unidad del mundo musulmán fue propiciada por un hombre piadoso que creía que el expulsar a los cristianos era un deber conferido por Alá. Fue ésta la ocasión en que para los musulmanes el apotegma “Guerra Santa” volvía a significar algo más que una guerra de todos los días por vencer las tentaciones que impiden cumplir el Islam y detonó un movimiento que en varios sectores goza de vigencia en la actualidad.
Como resultado del ataque de este ejército, que contaba con una característica que G. K. Chesterton define como “sublime, y al mismo tiempo siniestra, [la ] simplicidad del Islam que no conocía fronteras. Era apátrida desde su origen. Nació entre los nómadas de un desierto de arena y llegó a todas partes porque no procedía de ninguna[5]”, Jerusalén fue recuperada poco después de vencer a su rey, Guido de Lusignan, en la batalla de Tiberíades (1187). Este trago amargo para la cristiandad no fue aminorado ni siquiera porque se conservaba la ciudad de Tiro, a cuyo cargo estaba el marqués de Monferrato.

4. La Tercera Cruzada, una cuestión de honor (1189-1192)
Obviamente la pérdida de Jerusalén abolló la corona a más de un rey y del papa mismo. El primero que se propuso resarcir este atentado a la imagen de autoridad fue el papa Gregorio VIII, quien buscaba emular la fuerza de convocatoria de Urbano II. De tal suerte que Federico I Barbarroja de Inglaterra, Felipe II Augusto de Francia y Ricardo Corazón de León respondieron al llamado. Es interesante el caso de este último, pues veía en este enfrentamiento, más que un acto de justicia, una cuestión de honor debida a que su madre, Leonor de Aquitania, había participado en la cruzada anterior. Es curioso que Ricardo sea recordado como un político sentimental, mientras que su par francés, Felipe II Augusto, lo fuese como un ser calculador por asistir a la misma cruzada que el primero[6].
Francia e Inglaterra estaban en una de sus tantas batallas al momento de hacerse el llamado a la Cruzada, lo cual ayudó a que hubiera una reconciliación. Por su parte, Felipe Augusto se embarcó en Génova y Ricardo en Marsella para finalmente reunirse en Mesina. La situación no estaba para compartir el camino todo el tiempo, de tal suerte que el ejército de Felipe llegó a San Juan de Acre mientras lo alcanzaba el de Ricardo que estaba en Chipre, isla que fue propiedad de Bizancio hasta que el emperador colmó la paciencia del inglés quien dio la orden de tomar la ciudad (1191). En esta batalla gente de Saladino había participado sin ningún éxito, cosa que persuadió al califa de tener respeto a las huestes ricardianas. Por su parte, los cien mil hombres de Federico siguieron el camino de Godofredo, de la misma manera que la suerte fue muy parecida con respecto a las penalidades y dificultades. Sin embargo, esta Cruzada se caracterizó por un orden del cual pasaron las dos anteriores. Conquistaron Iconiu, lo cual hizo que el ánimo fuera factor una vez más, y aterrorizaron a los musulmanes. Todo parecía miel sobre hojuelas hasta que el tercer líder, Federico, murió en el río Selef, lo cual tuvo como consecuencia la deserción del ejército germano en la lucha.
Por otro lado, la victoria en Chipre y la actuación en San Juan de Acre dieron fama a Ricardo, la conquista de puertos hasta Ascalón reafirmó su poder, y la victoria que logró ante un ejército de Saladino lo consagró, no obstante nada de esto le garantizaba que podría reconquistar Jerusalén, por lo cual prefirió buscar un pacto que arriesgarse. Sabia decisión que le permitía la circunstancia. Esto le dio a los musulmanes el interior de Siria y a Occidente la costa, con la libertad de entrar a los Santos Lugares ad livitum.

5. La Cuarta Cruzada y los mercaderes de Venecia, Pisa y Nápoles (1202-1204)
El pacto entre Ricardo y Saladino fue cumplido rigurosamente mientras vivió el califa, es decir toda una añada. Sin embargo, todo esto cambió debido al nuevo apogeo musulmán. Así que el papa Inocencio III, quien llegaba a su cuarto aniversario de asumir el cargo, convocó a la Cuarta Cruzada con un aire de indignación ante el trato de Ricardo y un enervamiento por la nueva situación. Sería Bonifacio de Monferrato el encargado de llevar la Cruz, no obstante éste tuvo un plan que dio al traste con la expedición. Su idea consistía en utilizar la vía marítima lo más posible y para esto creía contar con el apoyo de los venecianos, los cuales se caracterizaban por su dominio del medio. Sin embargo, Monferrato no contaba con las intenciones de los mercaderes, quienes trataban de competir con sus congéneres musulmanes. La situación era tan desproporcionada entre unos y otros que vale la pena mencionar que “Todo, o casi todo lo que un Max Weber atribuye como factores “internos” medievales o renacentistas europeos para la génesis de la Modernidad, se ha cumplido con creces en el mundo musulmán siglos antes. Nos dice Braudel que gracias a una carta de un judío comerciante de el Cairo (1095-1099) se demuestra que “los musulmanes conocían todos los instrumentos de crédito y de pago y todas las formas de asociación comercial (por consiguiente, no será Italia la inventora de ellos, como se ha aceptado con demasiada facilidad”. Había una extensa formación económica de mercado, con instrumentos monetarios que permitían el manejo del estadio III del sistema interregional. Se comercializaban los productos agrícolas (cien mil camellos se usaban sólo para la comercialización de los dátiles), lo que desarrolló la molienda de los cereales (había molinos de agua y de viento ya en el 947 d)”.[7] Así que podemos pensar que si subyació una intención mercantilista en las Cruzadas fue concretamente en este momento y no antes. Pues hubo que esperar el encuentro de los dos mundos (1492) para que las naciones se abocaran con todos sus esfuerzos al comercio.
El Dux veneciano aprovechó a los cruzados pues les propuso un trato, el cual consistía en intercambiar el flete por combatir algún tiempo a su nombre; debido a que los cruzados no tenían los fondos para cubrir el viaje aceptaron. Así que, a pesar de que el papa estaba en desacuerdo, su misión fue conquistar la ciudad de Zara. Después se dirigieron a Constantinopla, donde había agitación política debido a una desentronización al rey Isaac Ángel por parte de Alejo III. Para volver al trono, el rey caído les pidió apoyó y les ofreció grandes cantidades de dinero y tropas, a lo cual los guerreros aceptaron. Sin embargo después de realizar la restauración no recibieron lo prometido por lo cual, aunado a la descortesía del sucesor de Isaac Ángel, Alejo V, tomaron Constantinopla y fundaron el llamado Imperio Latino (1204). En esta ocasión los beneficios fueron solamente particulares, Bonifacio de Monferrato obtuvo el reino de Tesalónica, Balduino de Flandes quedó a cargo de Constantinopla y los venecianos, para entonces excomulgados por el papa, se adueñaron del comercio de todo el Imperio.

6. La Quinta Cruzada y “el genio maléfico” (1217-1221)

La reacción del papa fue convocar a la quinta Cruzada, la cual fue convocada en el Concilio de Letrán (1215); sólo que en esta ocasión sí había de prever los fondos. Su método fue solicitar a los clérigos parte de su dinero, y aunque Inocencio III no vivió para terminar la recaudación y ver partir a los cruzados el proyecto se realizó por obra de su sucesor Honorio III. Los líderes fueron esta ocasión Juan de Brienne, Leopoldo de Austria y Andrés II, rey de Hungría. Y como representante del papa asistió el cardenal español Pelagio, quien tendría la última palabra en la toma de decisiones. El camino inició en la ciudad que había ganado Ricardo Corazón de León, San Juan de Acre, hasta llegar a Egipto. Ante el sitio en Damieta, el sultán les ofreció Jerusalén y la Vera Cruz como acto de buena fe, lo cual fue rechazado por Pelagio; se tomó la ciudad e inmediatamente el sultán reiteró el ofrecimiento, la respuesta del cardenal español fue la misma. Debido a la ambición de “el genio maléfico de la Quinta Cruzada” –como lo llamó Grousset– los cruzados se dirigieron al Cairo sin tomar en cuenta la crecida del Nilo, lo cual funcionó como aislante y factor decisivo en su derrota. Así que a pesar de los esfuerzos y previsiones los cruzados regresaron con muchas pérdidas, pero sobre todo con la nostalgia de lo que habían conseguido pero que no supieron tomar.

7. La Sexta Cruzada y “el primer tirano renacentista” (1228-1229)

En la Sexta Cruzada reapareció un personaje que había prometido a Inocencio III participar en la quinta cruzada pero que jamás se alistó, Federico II. Un hombre que Erich Kahler concibe como el último líder medieval y el primer tirano renacentista, quien se caracterizó por mantener una relación acomodaticia con el papado. Sin embargo, su figura nos presenta un escepticismo que era poco común en aquella época y que presenta el contraste con aquellos apasionados de las primeras incursiones, a tal grado que no le movió al combate ni siquiera el hecho de recibir una esposa que le otorgaba el reino de Brienne. La verdad es que tuvieron que pasar muchas cosas antes que este hombre empuñara una espada, entre éstas están la muerte de Honorio y la sucesión por parte de Gregorio IX en el papado. Y sería este papa quien lo llevara al frente por medio de sugerencias y de plano amenazas de excomunión, aunque no le valió porque regresó a los pocos días supuestamente enfermo; por lo cual este papa de carácter más enérgico cumplió su palabra y lo excomulgó. Milagrosamente Federico II se curó y se incorporó al frente, aunque su actitud era la de un negociador más que la de un guerrero. Como prueba de esto podemos argüir el tratado que firmó con el sultán en Jaffa el 11 de febrero de 1129, con lo cual se recuperaba Belén, Jerusalén y Nazaret a cambio de retomar la tolerancia hacia las mezquitas y fiestas. De tal suerte que la Sexta Cruzada fue un éxito hasta que la cristiandad se enteró del pacto, pues al saber esto y ver a aquellas tropas regresar intactas barruntaron que se les había tomado el pelo.

8. Las Séptima y Octava Cruzadas (1248-1254, 1267-1270)

Se puede decir que las Cruzadas habían tenido éxito parcialmente, pues si no habían logrado el control total en Tierra Santa, sí habían logrado impregnar a esta región del caos que caracterizaba a Europa del norte, había cada vez más luchas entre príncipes europeos por el poder. Oriente se empezaba a parecer a Occidente, a pesar de que éste último no tenía el asedio de las hordas musulmanas, las cuales tomaron Jerusalén rápidamente. La crisis se trataría por primera vez, gracias al nuevo papa, Inocencio IV, en el Concilio de Lyon (1245), donde se retomaba el llamado a la Guerra Santa. Casi nadie respondió al clamor del sumo pontífice, excepto el rey francés Luis XI, con lo cual ganaría la condición de ser Santo. Así que en tres años después se dirigió con su ejército hacia Egipto, conquistó Damieta, se dirigió al Cairo pero, debido a las bajas ocasionadas por enfermedades, se tuvo que refugiar en la primera ciudad conquistada. Ahí duró poco tiempo debido al asedio del ejército mameluco, quien en un momento lo llegó a tener como rehén. Finalmente, esta cacería terminó con un pacto ofrecido a los mamelucos pero que terminó por ser signado por Bibar, el primer líder ajeno a las extirpe saladina.
Aseguraba Johan Huizinga que la imagen que siempre intentó emular Luis XI fue la de San Bernardo, en la cual se reconocía una proclividad a lo difícil, a lo doliente, a las causas pérdidas; quizá por esto no dudó en convocar a la Octava Cruzada. La cual fue la más corta de todas, pues empezó con la convocatoria en 1267, se materializó en 1270 con dirección a Túnez y terminó en agosto del mismo año. En este país del norte de África, mientras esperaba el refuerzo que le proporcionaría su hermano Carlos d’Anjou, Luis XI murió víctima de las peste a las puerta infranqueables de la ciudad, con lo cual se terminó el período de lo que podríamos llamar las Cruzadas formales de la alta Edad Media.

9. Conclusión

Después de leer lo anterior, podemos llegar a la conclusión de que Las Cruzadas formaron una tapiz extenso y abigarrado, cuyas formas y colores parecen cercanos a los nuestros pero no lo son. Pues si admitimos que la subjetividad del hombre ha cambiado con el paso del tiempo veremos en las Cruzadas algo parecido a la emoción que nos producen los viajes espaciales; si pensamos que la razón es el resultado de un proceso cultural y que depende de la voluntad el buscarla, encontraremos un símil a la pasión medieval en la pasión futbolística. Los cambios que produjeron las Cruzadas en el aspecto social se pueden encontrar en la iconodulía de Occidente, o en la enorme transformación que –como señala G. K. Chesterton– se basó en el aprendizaje de tanto lo que hacían los sarracenos como de lo que no hacían. Pues “al entrar en contacto con algunas de las cosas que nos faltaban, tuvimos la fortuna de saber imitarlos. Pero las cosas buenas de las que ellos carecían nos proporcionaron una determinación diamantina para desafiarlos. Podría decirse que los cristianos no supieron cuánta razón tenían hasta que entraron en guerra con los musulmanes”. Con lo cual se produjo “lo mejor de eso que llamamos arte cristiano, y en particular las grotescas manifestaciones de la arquitectura gótica, que no sólo siguen vivas sino también coleando. Oriente proporcionó un contexto, un glamour impersonal, que sin duda estimuló la imaginación de Occidente”[8]. Y en lo económico, podemos decir que fueron las Cruzadas las que rompieron el aislamiento en el que estaba limitado el norte europeo con relación a la zona mediterránea y dio pie a un movimiento más abierto como sería el Renacimiento. Sin embargo, podemos lamentar lo caro que resultó para los musulmanes esta reintegración europea al mundo, con la cual comenzó un hostigamiento a Oriente Medio que continúa hasta la fecha y que el gran periodista inglés Robert Fisk ha llamado irónicamente “la Gran Guerra por la Civilización”.