I. Las complicaciones del profano
Empecemos preguntando qué tipo de texto es "Lección de cocina*", varios han dicho que es un cuento, otros un ensayo narrativo. A esto yo respondería que el texto de Rosario Castellanos no tiene todos los elementos de un cuento; en realidad, tiene atisbos de estar a medio camino entre éste y el ensayo, o lo que se conoce como ensayo narrativo. Pues las frases que lo componen y su manera de ir conduciendo me hacen dudar de que se trate de una historia donde los eventos se van resolviendo uno a uno, y que a su vez conduzcan a un desenlace de toda la situación. Castellanos expone varios ambientes o situaciones a los que está obligado a vivir el personaje, sin embargo esto parece tener el objetivo de lograr cierta empatía con el lector. Así que esta relación que se establece con el personaje, paulatinamente, hace que compartamos su punto de vista, es decir el de una cocina expectante que resplandece de blancura.
Bien, este ensayo narrativo nos cuenta una a una las impresiones que tiene una mujer en un campo inhóspito, peligroso, de donde se vuelve sin voluntad alguna, el peor de los ambientes, el ambiente doméstico, y mientras lo hace en su lenguaje se van intercalando frases hechas, lugares comunes que todos en algún momento hemos escuchado. Y cuando las intercala en el monólogo lo hace para exhibir que estos prejuicios o tradiciones para ella se convierten en realidades que la atan y le imponen un rol determinado. Podemos pensar que esta intercalación de frases que no son compartidas por ella le sirven como un recurso retórico; muestra la disposición de éste al mismo tiempo que le da oportunidad de contradecirlas con el simple hecho de agregar frases brillantes e irónicas: “Desde el principio de los tiempos ha estado aquí. En el proverbio alemán la mujer es sinónimo de Küche, Kinder, Kirche.” Esto es reforzado con algunos adjetivos que exhiben la huella del pensamiento religioso: exceso deslumbrador, espíritus protectores. Su lenguaje está muy bien escogido, es una obra maestra de tramas y urdimbres.
El resultado es la persuasión de que el personaje lo está pasando mal, realmente está incómoda con toda la situación, y esto le produce una estimulación de los sentidos, un aumento de la sensibilidad. Recuerdo unas líneas de Stevenson al respecto: “Evocando el otro día unos recuerdos míos me sorprendió ver cuánto debía yo a una estancia así, seis semanas en un paisaje desagradable habían hecho más, al parecer, para avivar y educar mi sensibilidad, que muchos años en lugares que concordaban más con mis inclinaciones.[1]”
De tal suerte que, al volver a la lectura, me doy cuenta de que el personaje está realmente alterado, y si vemos con mayor detenimiento puede notarse que no sólo es debido a los últimos minutos en la historia de su vida, sino que es debido al vislumbre de toda su vida futura. Después, imitando el tono con que los chefs dialogan, interpela a un público inexistente y le expone la situación, con lo cual da muestras de que seguirá el tono tragicómico; al mismo tiempo que hace patente que el personaje es un profano que necesita ayuda de las expertas. Algunas líneas después empieza a realizar una acción: “Abro el compartimiento del refrigerador que anuncia “carnes” y extraigo un paquete irreconocible bajo su capa de hielo. La disuelvo en agua caliente y se me revela el título sin el cual no habría identificado jamás su contenido: es carne especial para asar.” Es curioso, pero pocos son los casos en que el autor haga pensar a su personaje sin ponerlo a hacer algo un tanto fútil, como si el deambular mental se estimulara con empezar alguna tarea. Pienso en lo que hace Joyce en el Ulysses (1922): “Having set it to draw, he took off the kettle and crushed the pan flat on the live coals and watched the lump of butter slide and melt. While he unwrapped the kidney the cat mewed hungrily against him”. Y finalmente, sin pasarlo por agua, pone a pensar a Mr. Bloom: “Give her too much meat she won’t mouse. Say they won’t eat pork…[2]”.
Empecemos preguntando qué tipo de texto es "Lección de cocina*", varios han dicho que es un cuento, otros un ensayo narrativo. A esto yo respondería que el texto de Rosario Castellanos no tiene todos los elementos de un cuento; en realidad, tiene atisbos de estar a medio camino entre éste y el ensayo, o lo que se conoce como ensayo narrativo. Pues las frases que lo componen y su manera de ir conduciendo me hacen dudar de que se trate de una historia donde los eventos se van resolviendo uno a uno, y que a su vez conduzcan a un desenlace de toda la situación. Castellanos expone varios ambientes o situaciones a los que está obligado a vivir el personaje, sin embargo esto parece tener el objetivo de lograr cierta empatía con el lector. Así que esta relación que se establece con el personaje, paulatinamente, hace que compartamos su punto de vista, es decir el de una cocina expectante que resplandece de blancura.
Bien, este ensayo narrativo nos cuenta una a una las impresiones que tiene una mujer en un campo inhóspito, peligroso, de donde se vuelve sin voluntad alguna, el peor de los ambientes, el ambiente doméstico, y mientras lo hace en su lenguaje se van intercalando frases hechas, lugares comunes que todos en algún momento hemos escuchado. Y cuando las intercala en el monólogo lo hace para exhibir que estos prejuicios o tradiciones para ella se convierten en realidades que la atan y le imponen un rol determinado. Podemos pensar que esta intercalación de frases que no son compartidas por ella le sirven como un recurso retórico; muestra la disposición de éste al mismo tiempo que le da oportunidad de contradecirlas con el simple hecho de agregar frases brillantes e irónicas: “Desde el principio de los tiempos ha estado aquí. En el proverbio alemán la mujer es sinónimo de Küche, Kinder, Kirche.” Esto es reforzado con algunos adjetivos que exhiben la huella del pensamiento religioso: exceso deslumbrador, espíritus protectores. Su lenguaje está muy bien escogido, es una obra maestra de tramas y urdimbres.
El resultado es la persuasión de que el personaje lo está pasando mal, realmente está incómoda con toda la situación, y esto le produce una estimulación de los sentidos, un aumento de la sensibilidad. Recuerdo unas líneas de Stevenson al respecto: “Evocando el otro día unos recuerdos míos me sorprendió ver cuánto debía yo a una estancia así, seis semanas en un paisaje desagradable habían hecho más, al parecer, para avivar y educar mi sensibilidad, que muchos años en lugares que concordaban más con mis inclinaciones.[1]”
De tal suerte que, al volver a la lectura, me doy cuenta de que el personaje está realmente alterado, y si vemos con mayor detenimiento puede notarse que no sólo es debido a los últimos minutos en la historia de su vida, sino que es debido al vislumbre de toda su vida futura. Después, imitando el tono con que los chefs dialogan, interpela a un público inexistente y le expone la situación, con lo cual da muestras de que seguirá el tono tragicómico; al mismo tiempo que hace patente que el personaje es un profano que necesita ayuda de las expertas. Algunas líneas después empieza a realizar una acción: “Abro el compartimiento del refrigerador que anuncia “carnes” y extraigo un paquete irreconocible bajo su capa de hielo. La disuelvo en agua caliente y se me revela el título sin el cual no habría identificado jamás su contenido: es carne especial para asar.” Es curioso, pero pocos son los casos en que el autor haga pensar a su personaje sin ponerlo a hacer algo un tanto fútil, como si el deambular mental se estimulara con empezar alguna tarea. Pienso en lo que hace Joyce en el Ulysses (1922): “Having set it to draw, he took off the kettle and crushed the pan flat on the live coals and watched the lump of butter slide and melt. While he unwrapped the kidney the cat mewed hungrily against him”. Y finalmente, sin pasarlo por agua, pone a pensar a Mr. Bloom: “Give her too much meat she won’t mouse. Say they won’t eat pork…[2]”.
II. Usos y recursos
Por su parte, a partir de estas líneas, Castellanos empieza a hacer una alegoría donde relaciona el pedazo de carne con su piel y su relación matrimonial. Sin embargo, lo anterior muestra que el propósito se cumple sólo si el lector no nota la manera de introducir los recursos, es decir, a medida que estos son diluidos en la obra, como el veneno que se vierte en una copa, el lector debe empezar a sentir algo distinto sin saber cómo y cuándo pasó. La clave está en este par de líneas: “Rojo, como si estuviera a punto de echarse a sangrar./ Del mismo color teníamos la espalda...”; con lo cual nos va llevando por su obra con la unidad que el color y la temperatura le proporcionan. Después retoma su monólogo irónico, el cual deja claro que la situación de la mujer es desventajosa hasta en el momento más íntimo de la vida; y paulatinamente nos muestra que la situación no consiste en una variación de la esclavitud, sino en una impostura más o menos aceptada: “Pero yo, abnegada mujercita mexicana que nació como la paloma para el nido, sonreía a semejanza de Cuauhtémoc en el suplicio cuando dijo “mi lecho no es de rosas” y se volvió a callar”. Es decir, no deja de lado que se trata de literatura, donde hay intenciones estéticas y no un asunto de protestas; situación que le obliga a mantener una línea discursiva un tanto racional, es decir, el autor guarda cierta objetividad a pesar de que el personaje parece comportarse de manera subjetiva. Y esta objetividad la compromete a guardar una misma lógica durante todo su discurso, lo cual se perdería si pone al personaje en la situación de víctima. Ya que al parecer, lo que Castellanos busca es hacer una análisis de la situación de la mujer en la relación de pareja y en la sociedad mexicana de la segunda mitad del siglo XX.
Por otro lado, este análisis contempla que hay ideas imperantes en cada tiempo, y no se le escapa cierto desfase ideológico que subyace entre la provincia y la capital, lo cual coloca en un momento dado a la mujer como la conservadora y al hombre como el progresista. Para muestra, un botón: “Cuando la descubriste yo me sentí como el último dinosaurio en un planeta del que la especie había desaparecido. Ansiaba justificarme, explicar que si llegue hasta ti intacta no fue por virtud ni por orgullo ni por fealdad sino por apego a un estilo.” De tal suerte que Castellanos no está cayendo en la trampa, coloca a cada uno de los personajes en su lugar; y muestra que ambos tienen problemas. Que, como señaló Baudelaire, “las parejas están juntas debido a un malentendido”, y que cuando cada uno se da a entender se da cuenta de que ya no hay nada que salvar. En efecto, la problemática es una pesada carga, y lo es a pesar de las comodidades que envuelven al personaje; quien hace gala de gozar de ciertas comodidades de la clase media alta.
Tal vez sea momento de dejar la crítica interna y preguntarnos qué tanto hay de biográfico en este ensayo narrativo, qué cantidad de líneas fueron escritas con la convicción de que las cosas son así porque así le pasaron al autor. Sin embargo, antes de hacerlo, debemos admitir que ni uno solo de los datos asequibles de la biografía de Rosario Castellanos podrían cambiar la interpretación del ensayo. En efecto, "Lección de cocina" está proyectado desde la mente de un autor dueño de su oficio. Se ve que el resultado es una pieza de relojería, cada elemento tiene una función específica y al mecanismo no le dejaron hilos sueltos. Y si pensamos con Reyes: “En todos los casos imaginables, la realidad domina como uno de los elementos causales en la formación del autor o en la modalidad singular que adoptó su obra, aunque no siempre sea posible establecer, por la complejidad y la totalidad misma del fenómeno, la determinación de causa y efecto”[3], también podemos pensar que esta búsqueda en la biografía debe realizarse cuando hay una necesidad real, y no por tapar capacidades exegéticas.
III. Conclusión
Hemos visto que Rosario Castellanos sabía, como en el poema de Verlaine, cincelar muy bien cada una de sus líneas. Nos ha dejado claro que su ensayo dialoga con ideas absurdas de una manera magistral, de la misma forma que la pastora Marcela discurría en El Quijote contra las aberraciones expuestas por los campesinos con el fin de zaherirla[4]. Sin embargo, todo esto lo hace desde los márgenes bien ceñidos de la literatura, no se explaya ni deja de lado un tema si es que no es esa su voluntad desde un principio. Por lo cual podemos pensar que su ensayo narrativo rebasa, desde donde se le vea, lo puramente anecdótico, y “ayuda a que las palabras nos digan lo que no sabemos de nosotros” (Char). La prueba de esto es la manera en que retoma la alegoría de la carne, como si desde el inicio lanzara una sonda al fondo del mar con la que terminara encontrándose al final del viaje. Su destreza para mostrar este tropos es magistral: “Recapitulemos. Aparece, primero el trozo de carne con un color, una forma, un tamaño. Luego cambia y se pone más bonita y se siente una muy contenta. Luego vuelve a cambiar y ya no está tan bonita. Y sigue cambiando y cambiando y cambiando y lo que uno no atina es cuando pararle el alto. Porque si yo dejo este trozo de carne indefinidamente expuesto al fuego, se consume hasta que no queden ni rastros de el. Y el trozo de carne que daba la impresión de ser algo tan sólido, tan real, ya no existe.” Con estas líneas plantea una postura clara en lo que la mujer tiene que vivir, lo cual dudo mucho que lo hubieran podido plasmar algún escritor de su época. Al mismo tiempo que hace gala de esta conciencia del estado mutable de las situaciones, y da muestra de que, al contrario de lo que pensaba Aristóteles, todo está en camino de malograrse.
Por su parte, a partir de estas líneas, Castellanos empieza a hacer una alegoría donde relaciona el pedazo de carne con su piel y su relación matrimonial. Sin embargo, lo anterior muestra que el propósito se cumple sólo si el lector no nota la manera de introducir los recursos, es decir, a medida que estos son diluidos en la obra, como el veneno que se vierte en una copa, el lector debe empezar a sentir algo distinto sin saber cómo y cuándo pasó. La clave está en este par de líneas: “Rojo, como si estuviera a punto de echarse a sangrar./ Del mismo color teníamos la espalda...”; con lo cual nos va llevando por su obra con la unidad que el color y la temperatura le proporcionan. Después retoma su monólogo irónico, el cual deja claro que la situación de la mujer es desventajosa hasta en el momento más íntimo de la vida; y paulatinamente nos muestra que la situación no consiste en una variación de la esclavitud, sino en una impostura más o menos aceptada: “Pero yo, abnegada mujercita mexicana que nació como la paloma para el nido, sonreía a semejanza de Cuauhtémoc en el suplicio cuando dijo “mi lecho no es de rosas” y se volvió a callar”. Es decir, no deja de lado que se trata de literatura, donde hay intenciones estéticas y no un asunto de protestas; situación que le obliga a mantener una línea discursiva un tanto racional, es decir, el autor guarda cierta objetividad a pesar de que el personaje parece comportarse de manera subjetiva. Y esta objetividad la compromete a guardar una misma lógica durante todo su discurso, lo cual se perdería si pone al personaje en la situación de víctima. Ya que al parecer, lo que Castellanos busca es hacer una análisis de la situación de la mujer en la relación de pareja y en la sociedad mexicana de la segunda mitad del siglo XX.
Por otro lado, este análisis contempla que hay ideas imperantes en cada tiempo, y no se le escapa cierto desfase ideológico que subyace entre la provincia y la capital, lo cual coloca en un momento dado a la mujer como la conservadora y al hombre como el progresista. Para muestra, un botón: “Cuando la descubriste yo me sentí como el último dinosaurio en un planeta del que la especie había desaparecido. Ansiaba justificarme, explicar que si llegue hasta ti intacta no fue por virtud ni por orgullo ni por fealdad sino por apego a un estilo.” De tal suerte que Castellanos no está cayendo en la trampa, coloca a cada uno de los personajes en su lugar; y muestra que ambos tienen problemas. Que, como señaló Baudelaire, “las parejas están juntas debido a un malentendido”, y que cuando cada uno se da a entender se da cuenta de que ya no hay nada que salvar. En efecto, la problemática es una pesada carga, y lo es a pesar de las comodidades que envuelven al personaje; quien hace gala de gozar de ciertas comodidades de la clase media alta.
Tal vez sea momento de dejar la crítica interna y preguntarnos qué tanto hay de biográfico en este ensayo narrativo, qué cantidad de líneas fueron escritas con la convicción de que las cosas son así porque así le pasaron al autor. Sin embargo, antes de hacerlo, debemos admitir que ni uno solo de los datos asequibles de la biografía de Rosario Castellanos podrían cambiar la interpretación del ensayo. En efecto, "Lección de cocina" está proyectado desde la mente de un autor dueño de su oficio. Se ve que el resultado es una pieza de relojería, cada elemento tiene una función específica y al mecanismo no le dejaron hilos sueltos. Y si pensamos con Reyes: “En todos los casos imaginables, la realidad domina como uno de los elementos causales en la formación del autor o en la modalidad singular que adoptó su obra, aunque no siempre sea posible establecer, por la complejidad y la totalidad misma del fenómeno, la determinación de causa y efecto”[3], también podemos pensar que esta búsqueda en la biografía debe realizarse cuando hay una necesidad real, y no por tapar capacidades exegéticas.
III. Conclusión
Hemos visto que Rosario Castellanos sabía, como en el poema de Verlaine, cincelar muy bien cada una de sus líneas. Nos ha dejado claro que su ensayo dialoga con ideas absurdas de una manera magistral, de la misma forma que la pastora Marcela discurría en El Quijote contra las aberraciones expuestas por los campesinos con el fin de zaherirla[4]. Sin embargo, todo esto lo hace desde los márgenes bien ceñidos de la literatura, no se explaya ni deja de lado un tema si es que no es esa su voluntad desde un principio. Por lo cual podemos pensar que su ensayo narrativo rebasa, desde donde se le vea, lo puramente anecdótico, y “ayuda a que las palabras nos digan lo que no sabemos de nosotros” (Char). La prueba de esto es la manera en que retoma la alegoría de la carne, como si desde el inicio lanzara una sonda al fondo del mar con la que terminara encontrándose al final del viaje. Su destreza para mostrar este tropos es magistral: “Recapitulemos. Aparece, primero el trozo de carne con un color, una forma, un tamaño. Luego cambia y se pone más bonita y se siente una muy contenta. Luego vuelve a cambiar y ya no está tan bonita. Y sigue cambiando y cambiando y cambiando y lo que uno no atina es cuando pararle el alto. Porque si yo dejo este trozo de carne indefinidamente expuesto al fuego, se consume hasta que no queden ni rastros de el. Y el trozo de carne que daba la impresión de ser algo tan sólido, tan real, ya no existe.” Con estas líneas plantea una postura clara en lo que la mujer tiene que vivir, lo cual dudo mucho que lo hubieran podido plasmar algún escritor de su época. Al mismo tiempo que hace gala de esta conciencia del estado mutable de las situaciones, y da muestra de que, al contrario de lo que pensaba Aristóteles, todo está en camino de malograrse.
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