"Máquina de escribir" de Héctor Iván González, Coordinador de “La Escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada”, Becario del Fonca en el Género de Novela. Esta es su publicación de crítica, creación y reseñas.

miércoles, 15 de octubre de 2008

La noche de los sonámbulos

Para Jorge y Eugenia

Puedo cerrar los ojos y caminar al mismo tiempo; no cambia nada. Sé perfectamente hacia dónde voy, las calles son las que me conducen a mí, yo voy por ellas como se va por un río. La misma inercia que lleva esos autos tan pesados es la que me lleva hacia el frente. Soy como las ruedas de una motocicleta, logran que la gravedad jale su peso hacia el frente, no hacia los lados, como cuando están paradas. Esa misma inercia es la que me sostiene de pie. Soy una motocicleta que cae eternamente para adelante, sólo para adelante. La noche está decorada con las luces de los postes. No hay nada más allá de la red oscura, pegajosa, que es el cielo de la noche. Durante ésta la tierra pierde sus colores alucinantes. Y yo de esto me doy cuenta aunque cierre los ojos y camine al mismo tiempo. El cuerpo es un mundo que es un animal, goza de toda la autonomía y pesantez de las que goza una ballena, y sin embargo, es más complejo que una ballena. El cuerpo es lo que me constituye y yo ya no sé para dónde voy. Sólo veo las líneas en la carretera, pasan los carros y yo sigo yendo hacia el frente como una rueda de motocicleta. Una ráfaga de aire bastante frío me pasa por la cara, yo llevo los ojos cerrados y la parte de mi cuerpo que va tendida totalmente es mi nariz. No son los brazos, es mi nariz que me conduce por la noche de la manera más perfecta y equilibrada, es un timón que lleva a esta ballena que es mi cuerpo. Y mi cuerpo es un islote cerrado a las adversidades del tiempo. Veo descender aves con plumajes claros que se quedan en algunos rincones en plazas que ya no tienen viandantes. Veo la manera en que los postes se vuelven armazones rígidos que alcanzan el cielo hasta lo más alto. Las estrellas son los pequeños destellos que alcanzan estos postes infinitos. Las constelaciones no son otra cosa que señalamientos que evitan que naves intergalácticas se estrellen contra los postes que nacen en estas raíces que veo a mi paso. Mis brazos, como lo dije antes, bueno no lo dije, pero lo dije, mis brazos van colgando y su movimiento es muelle como lo es el de los banderines. Sí, como los banderines de colores que, sin voluntad alguna, siguen el ritmo del viento. Así soy yo, un banderín que sigue muellemente el paso de viento. Pienso en esos banderines y recuerdo su extraño galope, es como una esencia que está ahí para dejar ver la fuerza del velamen. Una fuerza invisible, como son muchas de las fuerzas, ilocalizable. La calle se tiende ante mí, como un reflejo, como el extraño brillo de una katana, un brillo que está partido a la mitad, que se interrumpe para enviar la otra mitad del destello a otro lugar, desde donde otra persona lo observa, o finge observarlo. La calle es así, es una cara de la moneda que no queda ni cerca ni lejos, que no está en alguna parte en específico porque no hay nada específico, no hay un centro que nos pueda orientar. Además si, como ya dije antes, las constelaciones son los diferenciadores de la noche de aquellos postes, no hay tal orientación posible, porque en Oriente es que está nuestro objetivo. Y sigo hacia oriente, al menos, ahora sé que es oriente porque mi paso sigue a la misma velocidad de antes. Hay en el monstruo que es mi cuerpo una serie de líneas que se entrecruzan de manera que mi piel se vuelve como un queso muy viejo y muy azul que intenta detener el paso del tiempo y que sin embargo a medida de que logra localizar estás fisuras se da cuenta de que están abiertas cada vez más y que nunca volverán a su sitio porque estas fisuras alcanzan una separación que no ceja porque ninguna separación ceja es decir las separaciones son la única razón para estar existiendo si es que hay una razón detrás de todas las sinrazones que sirven como fondo a esta escenificación de lo que llamamos vida bueno si es que hay esa razón esa razón es la separación de los elementos que quedan cada vez más claros ante la varicosidad de las separaciones y esto se coloca cada vez más al margen de todo el trayecto camino y mientras camino también me estoy separando del punto inicial que no es un punto en específico salvo que hablemos del punto donde inicié exactamente esta marcha aunque si lo vemos con claridad para llegar a ese punto “inicial” tuve que haber llegado de una parte en específico antes de haber llegado ahí con lo cual la marcha se vuelve aún más difícil de localizar al menos en su situación inicial como podemos ver. Por lo tanto sólo me limito a cerrar los ojos y seguir la marcha seguir hasta donde los latidos de esta extraña torre alcancen donde pueda parar esta locomotora extraña que se parece a un motor que se balancea de un lugar a otro sin mayor motivo que la breve descarga que le arroja un par de pilas AA y que no servirán para siempre porque no es necesario vivir para siempre “God Sake” y de pronto me veo a mi mismo como la hebra de otro ovillo más amplio que surge de un extremo de la ciudad y que va justo hasta el otro extremo y que mientras duermo puedo cruzar la calle anudar la ciudad completamente de polo a polo llego del extremo más alto del corazón que es esta ciudad hasta la parte más baja que en términos económicos es la parte más alta y me doy cuenta de que no hay necesidad de seguir abismando por ese acantilado toda la vida aunque lo hago y en ese darme cuenta y en ese hacerlo esta la diferencia entre un acto racional y uno irracional quizá hasta suspiro pensando que no puedo evitar todo esto quizá me dejo ir como el que se deja ir de un puente hacia el río cuyo nombre ustedes pueden pensar y que yo prefiero omitir para no caer en el lugar común de todo aquel que vive en un lugar sin ríos o que los han entubado a todos y que como han dicho por ahí pretenden secar esta ciudad desde que Colón llegó a América y no me doy cuenta de que en esta incongruencia pues se supone que es incongruente hacer lo que uno no quiere hay más de diez años de denuedo y de cansancio calma que no llega en ningún momento calma que no deja dormir al sonámbulo y que lo vuelve el transeúnte perfecto de la noche que lo pone a leer a Musil a las 3 de la madrugada mientras que podría estar haciendo los sueños más fascinantes está viviendo los sueños de otra persona que tuvo el coraje de mandar todo a la mierda y ponerse a escribir como hay que ponerse a hacer el amor o ponerse a pescar o ponerse a comer pues todo hay que hacer como si de eso dependiera que no estaremos más en esta tierra. Noche de sonámbulos es la que paso todo el tiempo, es aquélla que no me deja distraer la mirada del techo un techo que mandó poner mi mamá para protegerme de las estrellas porque según ella el que sólo ve a las estrellas y a la luna se vuelve loco y que, a pesar de su cuidado, jamás le dije gracias, es más creo que le reclamé que me quitará la estrellas del firmamento aunque no eran estrellas sino señalamientos. Y a pesar de que me dijo que el ruido de las estrellas me volvería sonámbulo jamás entendí nada. Y berreé toda la noche porque no me dejaba ver las estrellas y sin embargo, después de eso, me di cuenta de que al fin conciliaba el sueño y me alejaba de este mundo por algunas horas y entraba en ese campo donde hay casas a mi gusto, casas que se transforman en relojes relojes que se vuelven gatos gatos que se vuelven melodías melodías que se vuelven libros y libros que saben a humo de cigarrillo en el paladar y paladares que reciben nuestra lengua húmeda que intenta entregarle lo más profundo de ellas de la misma manera que las constelaciones intentan entregar algo profundo de las raíces de la tierra, al menos así lo muestran los nodos que rigen las ilógicas direcciones de las ramificaciones. Es curioso, si alojaran el sistema cardiovascular de un hombre, una raíz y las constelaciones no se encontraría mucha diferencia, pues en las tres, como en el esqueleto de un pescado hay vacío por doquier. Y puede ser extraño pero pasa lo mismo con un mapa de una ciudad, justo donde aparecen esta suerte de calles que no tienen sentido alguno y que de pronto si se les mira detenidamente pueden mostrarnos el rostro de una mujer, la dirección de un auto o las iniciales de alguien a quien en algún momento amamos. Y pasa lo mismo con las ondas celulares, que se alejan repentinamente y que se acercan una a una trayendo un nuevo mensaje explícito o entrecortado, rotundo o ambivalente, pero que siempre está ahí uniéndose para llegar a más cosas. Llegando al mar, tal vez. Y sin embargo, esta marcha no se detiene sigue llevándome a donde quiere llevarme sin que yo pueda hacer nada para detener esta cascada de palabras que son cosas y que son palabras pero que no me dejan dejar de pensar y siguen arrojándome contra las islas rocosas de un recuerdo que quiero evitar porque lleva en sí el desprendimiento de algunas costras rescoldos de otra marejada así o peor igual a esta y que no se detiene porque las marejadas no tienen memoria y no dejan de hacerlo aunque se den cuenta de que no sirve de nada seguirlo haciendo pero lo siguen haciendo aunque en su propio impulso vaya su muerte y su resurrección peor que cualquier peñasco que cae infinitamente hasta el final de algo que se llama el final de los tiempos y que llegará cuando yo acabé de escribir la última palabra de este texto que apenas inicia con su título infinito y que además....

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