"Máquina de escribir" de Héctor Iván González, Coordinador de “La Escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada”, Becario del Fonca en el Género de Novela. Esta es su publicación de crítica, creación y reseñas.

sábado, 25 de octubre de 2008

Una línea exacta

Cansada, sin poder descansar, tendida en una pequeña cama que está en mi cuarto empiezo a deambular mentalmente. Percibo, desde lejos, algunos sonidos que no llegan totalmente hasta mí. Son los murmullos de los vecinos, son voces a una modulación normal que, debido a la cohesión de los átomos del muro, amenguan en sonidos que se diluyen. Aún oigo varias de sus sílabas desatadas, frases que empezaban siendo ganchillos y terminaban en alambres sin forma alguna. Hay una línea exacta entre el discurso, escucho ideas completas que yo termino de formar a pesar de que quedan en frases que, como a las galletas, se les han mordido los bordes y ya no terminan de dibujarse en el viento. “Sí, ella me importa, sí, hemos estado juntos, sí, ella me da lo que tú ya no puedes”, dice la voz que intenta estar templada, mas no lo logra. “¿Y qué vas a hacer ahora, dejarnos, dejarnos a los niños y a mí?”, “No lo sé, no quiero dejarlos. Nunca lo he pensado...” Se interrumpe la voz protagonista, cuando ya entra la voz antagonista: “¿Desde cuándo la ves?”, “¿Desde cuándo la veo como amante? No lo sé. Todo empezó de una manera extraña. Había ciertas asesorías, ahí la traté más y, no lo niego, me encantó. Supe desde el inicio que su personalidad me gustaba”, “¿Te has acostado con ella?”, “¿Por qué haces una pregunta de la que conoces la respuesta? Es obvio”, “Quiero oírlo”. “No estoy para decir lo que quieres oír”. Extrañamente, mientras las voces atravesaban el cielo como balas en un par de trincheras, como en un telón de fondo, una melodía –que podríamos considerar obscura– subyace y deforma a todo aquello. Han hablado algunas otras cosas pero no me queda claro ahora quién habla, parece que está llorando. “No me vas a decir que todo fue fortuito”, “No te lo diré, pero hay mucho de cierto en ello. Yo no iba a la Universidad buscando con quien engañarte. No iba buscando tener una aventura, un desliz. Todo era distante; a nadie veía que me agradara”, “Hasta que llegó ella...”, “Hasta que llegó ella, no. Ella siempre estuvo ahí. Compartí muchas clases, muchas horas y nunca me causó ninguna atracción. Fue de una manera involuntaria”, “¿Y por qué no le sesgaste?”, “No veo porqué debía sesgarle a alguien que no me llamaba la atención”, “Mantuviste la tensión, buscabas la oportunidad...”, “¿No te estoy diciendo que no fue así? Tienes que creerme. No fue voluntario. Siempre estaba ahí, con sus ojos amarillos, con su nariz aguileña y un aire tan extraño. No sé ni cómo empezó, una serie de comentarios, alguna opinión compartida, quizá hubo puntos de coincidencia pero nunca lo busqué. Hasta pudo haber sido el estímulo de algún antagonista en común...”, “¿Quién, yo?”, “¿Cómo ibas a ser tú? Ella siempre te respetó, sabías quién eras, sabía que estábamos juntos desde siempre. Sabía que teníamos hijos, conocía a Andrés y a Lucía. Nada podría haberse planeado, no te engañes”. Sí, la canción de fondo es “Wilde Horses, “Súbele a la música un poco más, que no nos escuchen los niños”, “¿Cómo no quieres que nos oigan, si estos pinches muros son más delgados que una hoja de papel? Aquí todo se oye”. No todo. “Después te diste cuenta de que la amabas?”, “¿Antes de qué?”, “Antes de acostarte con ella, no finjas demencia...”, “La verdad es que lo sé hasta hace muy poco. Así es el amor”. Se escucha el eco de una risa burlona que llegó hasta el cubo del edificio; creo que su estruendo fue hasta ahí, dio uno o dos rebotes y regresó para traspasar los cristales de mi ventana. Es extraño, fue como tener dos televisiones prendidas en el mismo canal, con lo cual se ve un programa a dos tiempos. Es un margen muy pequeño el que los separa, pero su repetición lo vuelve algo notable por su parecido a la piedra que cae en el agua: ambas forman ondas excéntricas. “El amor, le llamas amor a juntar las ingles. Le llamas amor a beber su saliva, le llamas a amor a separar el cuerpo del alma mediante un ejercicio físico. Eso no es amor”, “ Pues es el mismo amor que nos unió a ti y a mí”, “Claro que no, nuestro amor era algo extraño y algo rutinario a la vez”, “Nuestro amor aún no puedo decir qué “fue”, me molesta que hables de él en el pasado. Aún nos unen los niños”, “No, bien lo sabes, no nos une nada. Nos separáremos. Vendrás a ver a los niños, te irás con ella y nos volveremos una suerte de amigos bastante mediocres que no pueden aceptar que hayan tomado malas decisiones”, “Los niños no fueron producto de malas decisiones, no te permito que hables así de ellos”, “Yo no digo que hayan sido malas decisiones, las malas decisiones fueron convertir lo nuestro en obligación, en rutina, en monotonía, en jugar a la casita sin saber si realmente queríamos estar donde estábamos”, “Yo sé quién soy, yo sé que quiero estar aquí. Contigo y con mis hijos. Tú eres quien se quiere ir con ella”, “No es que yo me quiera “ir” como tú dices; sólo quiero estar con ella. Sé que se ve mal, pero me temo que no me importa otra cosa más que eso”, “Nunca te ha interesado nada más que eso, me queda claro. Pero no te puedes ir, especialmente ahora que...” El sonido se diluye, parece que la voz entró a la cocina porque su foco, que alumbra mi jardín, empezó a iluminar; esto provocó que hubiera ciertos metros de distancia entre la voz y el muro al que estoy encaramada. “Aún no puedo pensar que no lo hayas planeado. ¿Qué, eres idiota?”, “Óyeme, no soy idiota”, “Es que no puedo creer que te hayas metido a su cama sin saber”, “No fue en “su cama” por si quieres saber, fue en la mía”, “¿Te acostaste con ella aquí?”, “No lo hice seguido...”, “Qué imbécil eres, ¿cómo pudiste hacerlo aquí, donde dormimos juntos?”, “Tampoco creas que lo hice para mancillar tu memoria, o porque quería darte una lección. Sólo lo hice aquí porque estábamos platicando y, de súbito, nos excitamos mucho. No la traje a eso”. Una vez más la carcajada y el golpeteo de la voz en el cubo, el pasillo y los cristales, al mismo tiempo que llega hasta mí por medio del muro; sigue riendo y finalmente escucho que agrega “Qué bueno que no era tu intención hacerme pasar un mal rato, ni buscar una forma de exhibirse. ¿Y qué, es muy excitante hacerlo donde nosotros lo hacíamos, donde engendramos a Lucía?”, “No me hagas preguntas tontas”, “Insisto, ¿le enseñabas cómo acomodarse y dónde había mayor facilidad y soltura?”, “Ahora que insistes, te diré que más bien fue ella la que me enseñó las posibilidades prácticas que hay en ese lugar, y que tú ni te imaginabas. Así de fácil”. El silencio después de esa frase fue atroz, era como si hubiera sido un apagón en toda la ciudad, la respiración de ambos se podía percibir. De pronto, no supe si era yo quien estaba siendo escuchada, como si mi respiración fuera creando un sonido reiterativo o esperara algo para contestar. Dudé y me alejé un poco del muro. El silencio continúo durante algunos minutos hasta que la voz de Daniel, mi vecino, fue bastante clara. “Entonces, vete con ella, Karla. Vete de una vez, vete a su departamento, ahí ha de estar, como siempre, pegada al muro: escuchándonos.”

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