
La noche de hoy, miércoles 30 de septiembre, presentaron en La Casa del Poeta, Hans Van de Waarsenburg y su traductora al español, Pura Lópe Colomé, el poemario Azul, en la colección Tristán Le Coq, del sello Trilce. En realidad se trata de un libro trilingüe –del tipo de libros que Pura ya ha comenzado a acostumbrarnos– donde hay un juego poético asombroso. Se trata de una traducción de la versión inglesa que hizo un traductor anónimo autollamado Peter Boreas. El libro es una suerte de triangulación poética: Boreas tradujo a Hans (Holandés) al inglés y Pura, echándole un ojo a las dos versiones hizo la suya propia en español. En realidad, de lo que pude darme cuenta en la lectura bilingüe que realizaron estos dos monstruos de la expresión creativa, fue que hay cierta manera de modular las palabras que tiene una mayor relación con las emociones que con la historia de las lenguas.

De hecho, quisiera dar un ejemplo bastante claro y un aproximación de qué fue lo que experimenté en esta lectura. Se trata del poema “Papá: Ésta es una noche” de la serie “Lágrimas saladas de la juventud”, ésta incluida en Azul, obviamente.
Papá:
Esta es una noche para recordar
Ciertas cosas. Cosas que sé de ti,
Las más pequeñas, ahora perdidas para siempre.
La bofetada de una mano enfurecida, la cabeza
Dando vueltas contra las paredes y el interminable
Regaño de la mujer que alimentaban tus golpes.
Yo me volví el ser silencioso que tú habías sido
Y ella la viuda de por Siempre y Jamás. La virulencia
De Problemas y Contiendas. No había respuesta.
Te escondías entre anillos de oro, y hasta mandaste dorar
Mi diente de leche, que más tarde adornaría tu corbata.
En realidad, se trata de un poema fuerte, un poema donde se dejan fuera las entelequias, los devaneos y se atiza directamente al ascua de los recuerdos de infancia, adolescencia o juventud. La voz de este poema nos comparte de una confesión a su padre. El destinatario, el padre, en realidad no podemos saber si recibió el mensaje; tan sólo somos ciertos de que nosotros escuchamos la voz de alguien que tampoco sabemos si es un niño o un hombre. Al parecer, el quid de este poema recae en una incapacidad de comunicación con el viejo que algún día seremos. Tiende un puente con el lector de complicidad y relata a un poeta que es golpeado, por ende, humillado durante un periodo importante de su vida. Por lo mismo es un poema que no puede tomarse a la ligera; va más allá de una recreación, un encuentro de sensaciones que se regodea en la mente del lector. Vaarsenburg toma la pluma para hablar de los temas duros que la poesía puede abordar: el pasado, la destrucción familiar, la eterna cuestión de la incomunicación. Para mi sorpresa, este hiperbóreo, como le llama Pura, quien no parece un ser atosigado por su pasado, parece descubrir con poemas de esta serie un mundo aún no resuelto, silenciado por las penumbras de un olvido que quizá lo salve. Porque el olvido debe tener alguna función y, casi estoy seguro, la salvación debe ser una de las más importantes.
Según nos comentó Pura, los poemas que siguen esta misma serie, sólo que dedicados a su Madre, no parecen levantar el vuelo del ánimo, todo lo contrario, profundizan más en el páramo afectivo que puede representar ser educado en los países que recalcan su desapego o indiferencia a los cariños o mimos que depositan los padres en sus hijos. Parece ser que si todos tuvimos un verdugo en nuestros padres, el caso de los hiperbóreos es aún encarecido por una frialdad y dureza que no les representan ninguna contradicción. Y que se complementaba con un orgullo por la paternidad, ostentado en el diente de leche, bañado en oro, que colgaba de una cadenilla sobre la corbata del padre.
No pretendo afirmar que Azul de Hans Van de Waarsenburg sea un paño de lágrimas para un poeta proveniente de una familia disfuncional, todo lo contrario, de todo lo que he escrito sólo se puede saber mediante la lectura de esta serie, pues la personalidad de Hans es todo lo contrario a la de un ser sombrío. Parece ser que es un gran amante de la música y entre ésta, la rumba y el tango son los géneros que frecuenta. Quiesiera introducir una experiencia personal, pues en algún momento le pregunté sobre el tipo de tango que prefería y me enseñó que en su celular tiene discos completos de Gardel, Piazzolla y hasta uno de tango polaco. Víctima de las cervezas y el tequila, me atreví a decirle –que no cantarle– algunos versitos de tangos como “Adiós muchachos” y “Tomo y obligo” con lo cual, bien pude darme cuenta, se emocionaba el gran bardo de mirada cortazariana. Que por cierto, no pude dejar de notar su tremendo parecido con el Gran Cronopio, Julio Cortázar. De hecho, siempre he tenido la intuición de que Julio tenía un poco de ascendencia de los Países Bajos, pues he visto algunos filmes holandeses donde los personajes podrían pasar tíos o hermanos del autor de El libro de Manuel: hombres de cara cuadrada, con rasgos de gato, de frente maltrecha, ojos penetrantes, nariz recta, pómulos modulados, gesto adusto y boca que figura una línea. De hecho, su rostro tiene la dureza de algunos niños que pueden pasar de la mirada tiernísima a la de un gato a punto de tirar un zarpazo.
Espero escribir más adelante de la traducción, una vez más, que hizo mi queridísima amiga Pura López Colomé, quien acababa de llegar a la Casa del poeta de una lectura que dio en la Facultad de Filosofía y Letras, junto con Coral Bracho, Josu Landa, Eduardo Milán y David Huerta.
Bueno, esto sólo es un apunte.
1 comentario:
Genial, hoy estará el Poeta con Pura acá en Cuernavaca. Ahí estaré.
Saludos!
Publicar un comentario