"Máquina de escribir" de Héctor Iván González, Coordinador de “La Escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada”, Becario del Fonca en el Género de Novela. Esta es su publicación de crítica, creación y reseñas.

domingo, 14 de diciembre de 2008

I. La literatura y el amor en los siglos XI y XII. La situación antecedente a la concepción del “amor” (Parte I)

Históricamente, la literatura ha jugado una dialéctica entre lo oral y lo escrito. No sólo es durante la época clásica que un aeda, Homero, narre en versos un hecho real y lo convierta en una obra poética; con el tiempo este vehículo sea ha retomado constantemente. Durante varios siglos, la oralidad se conjugó con lo escrito y éste a su vez a hacia perpetuarse a través del comentario personal. Uno de estos ejemplos lo encontramos en la batalla de Roncesvalles, la cual fue librada por Carlomagno, instigado por una serie de jefes árabes, entre ellos Abu-l-Aswad, contra el gran Emir Abd al-Rahman. En realidad esta batalla es el último capítulo de una historia donde el personaje principal, Roldán, acompañado de su gran amigo, Oliveros, cubre la retirada pacífica del Emperador Carlomagno, quien poco después de partir es víctima de una traición. Sin embargo, esta batalla, la cual tuvo lugar el 15 de agosto de 778, careció de los elementos heroicos que nos son referidos en el poema, y que le fueron aportados con el paso del tiempo y las distintas versiones. Al parecer, la memoria de la batalla fue cultivada durante tres siglos por una serie de cronistas orales que paulatinamente fueron integrados a los monasterios o claustros. Se dice que uno de estos religiosos llamado Turoldus[1] fue quien a principios del siglo XII, “después de la primera cruzada, escribió el poema que hoy leemos en el manuscrito de Oxford”[2]. Por otro lado, se cree que este hombre encontró información, no en la biblioteca, sino en un viaje en el camino de Santiago, donde contempló el olifante y los sepulcros de Roldán, Oliverio y Turpín.
Por otro lado, está la “Teoría individualista” de que lo hecho por Turoldus (u otros poetas cultos) surge de manera “inédita”, por motu propio, como defendió Ph. Aug. Becker, en estudios publicados a partir de 1896. Sin embargo, hay quien sostiene lo contrario y defiende en este proceso un fenómeno muy interesante, pues los poemas latinos o germánicos bastante anteriores eran obras nacidos totalmente en el medio clerical por un conjunto de autores, y estaban dirigidas a los clérigos y a la comunidad cristiana; como también era el caso de las numerosas vidas poéticas de los santos en verso o en latín. Y que esto pertenece a una larga tradición de poemas surgidos desde las comunidades célticas. Sin embargo, los cantos de gesta, aunque sin duda escritos por clérigos, eran de inspiración totalmente profana. Pues éstos traducen en forma épica la lucha entre el ideal de una comunidad imperial cristiana y las numerosas fuerzas que se oponen a su realidad, pagana, árabe y nórdica, o contra las individualidades turbulentas de los grandes barones.
También es un hecho que en los períodos que nos ocupan (XI al XIII), había una estrecha relación entre la literatura y las costumbres. Éstas comenzaban a tener, paulatinamente, un poder para regir y establecer qué era lo bueno y qué lo malo. Gracias a los “poemas de gesta” el pueblo comenzaba a formar su subjetividad, la cual era partidaria o contrincante de lo que marcara ese proceso propagandístico.
Por ejemplo, en La Chanson de Roland, los sarracenos son representados como felones, quienes comenzaban a ser los enemigos naturales (o casi) del mundo occidental. Estas características, sin importar que eran falsas, empezaban a ser defectos verdaderos de “los árabes” para las personas que no habían tenido la oportunidad de conocerlos personalmente. En esta concepción podemos mencionar la influencia del Papa Hadriano I quien, cuando Carlomagno se interesó en combatir contra los musulmanes en Zaragoza, hizo que la lucha rebasara el campo político y llegara al religioso. Es decir, el rumor (la doxa) popular era una suerte de verdad indiscutible, la cual era rápidamente compartida gracias al carácter oral de la literatura; la cual tenía su presencia real en el canto en la plaza.
Si pensamos qué tipo de emoción tenía el hombre medieval, nos será difícil pensar en un campo donde la sensibilidad o la reflexión tengan preponderancia. Por lo cual el amor es aún una emoción incipiente que permanecerá como una simple emoción más parecida a la fidelidad del vasallo: nada más allá de eso. La fidelidad era la raíz principal del amor. Una raíz que daba protección al vasallo mientras que lo obligaba a proteger a su Rey. Simultáneamente a esto, el Rey debía estar comprometido con Dios, quien lo cuidaba del dolor y la muerte: “Ni maleficio ni falsedad subsistirán aquí. El rey cree en Dios y desea servirle y sus obispos bendicen las aguas, y conducen a los paganos hasta el baptisterio; más de cien mil son, de esta manera, bautizados, verdaderos cristianos”.[3]
Había un pacto innegable establecido entre las dos partes: “Cuando el rey ve que el sol empieza a declinar, desciende de su caballo, se acuesta en el suelo y ora al Señor para que detenga el ocaso, y que retenga la noche por él y prolongue el día. De esta manera es que [Dios] llega a darle esta orden: “Carlos, cabalga, pues la noche no te ha de faltar”. Evidentemente esta protección divina les hace ganar”.
Por otro parte, es importante decir que esta manera de amor era parte de la literatura novelesca, es decir, la novela, aún no como género literario sino como carácter de un poema, ha tenido tres constantes temáticos: “Los combates, las cosas maravillosas y el amor” cuya influencia es verdaderamente notable. Podemos pensar que las novelas de guerra, la literatura violenta, era desde el inicio pensada para las personas que pertenecían a los siglos anteriores donde era un honor y un deber ir a las Cruzadas. Pues se trataba de personas que estaban acostumbradas a un ambiente propio de la guerra, debían defender una idea nacional o regional para tener una identidad y mantener una forma homogénea. La cual se mezclaba en el pensamiento religioso y, simultáneamente, con los seres fantásticos, que eran propios de la literatura. Podemos decir que esta mezcla era tan contradictoria que en ella podían existir los animales fantásticos, como el unicornio, el dragón y, por otro lado, las imágenes divinas, la Virgen, los santos los ángeles y Dios sin haber ningún problema con esa lógica. G.K. Chesterton señaló alguna vez, con relación a esta universalidad: la Edad Media tenía una mayor tolerancia y universalidad que actualmente apenas si podemos creer[4].
Las cosas maravillosas tenían esos dos aspectos, la fantasía que provocaba temor y la fantasía que comienza a cambiar la vida en un sueño maravilloso, donde, en el primero, tenía la intención de provocar temor a los fieles y el segundo buscaba hacer la vida bella, olvidarse de los dolores de la existencia.

II. Algunas relaciones con el mundo antiguo
Podemos pensar que los géneros literarios respondían a las costumbres de la época y gracias a esto fue necesario esperar algunos años para tener un cambio, el cual se llevó a cabo lentamente. Acerca de esto, se ha resaltado que no solamente la mayor parte de los nuevos romances, los corteses, sino que también una serie de “romans” modernos están completamente separados en dos etapas principales. Esta bifurcación se remonta a la Eneida de Virgilio y tiene una significación profunda. Las dos fases corresponden a las dos fases esenciales de toda vida humana, la fase del joven (amor cortés) en busca de su felicidad individual y la fase madura del hombre (canción de gesta) cuya dicha o destino trágico no puede ser más que la dicha o el destino trágico de la sociedad. Esta transición nace en el momento donde la existencia de la comunidad comienza a ser problemática y donde la tensión entre individuos y comunidad renuevan la forma de la sociedad. Según Gilber Highet : “A medida que los años pasaban, a medida que el mundo medieval era más refinado, el tema violento era cada vez menos preponderante, y los del amor y de las maravillas se acentuaron”.
Uno de los cambios se dio a partir de la introducción de un Código que dirigía los principios de los Caballeros, cuya característica e influencia creó algunos resultados:
  • Era obligatorio ser amable con las personas débiles
  • El ascetismo cristiano y el desprecio del cuerpo eran obligatorios
  • El culto a la Virgen María, que exaltaba la pureza y la virtuosidad de la mujer, estaba en boga
  • El feudalismo entró en el amor, pues el caballero era un vasallo de su amante

La estrategia militar de la Edad Media era igual para la guerra que para el amor: La conquista amorosa era igual a un asalto a una plaza fortificada. También en el amor había que esperar como en la guerra para ganar
En suma, se tenía una relación completamente renovada del amor y, por su parte, el ideal de la guerra iba perdía influencia. Es decir, la idea del enamoramiento empieza a ser más atractivo que el ideal heroico, como lo ha dicho Higuet. En suma, se tenía una nueva relación con el amor y con la guerra, lo cual daba fuerza al ideal de la juventud. El soldado, quien en las Cruzadas llegaba hasta el último lugar del mundo para reconquistar la Tierra Santa comenzaba a ser la figura, por antonomasia, del coraje, el orgullo y la fidelidad. Lo cual se debió a ese vínculo entre literatura y costumbres.
El momento central de este periodo llega con la traducción de Chrétien de Troyes de un libro clásico, Arte de amar, de Ovidio. Ya en ese momento se siente la influencia de la poesía clásica y no tiene que esperar hasta el Renacimiento, como numerosas personas lo quieren creer. El discurso de esta obra, Arte de amar, es un discurso en dos partes, donde Ovidio busca abastecer de armas a los hombres para “ganar la guerra contra las mujeres”. Según el poeta, la diosa Venus vino a verlo para darle instrucción de ayudar a los amantes. Ovidio, quien fue exilado en el mar Ponto, a causa de un asunto de amores, quiere ayudar a los amantes para reunirse. De tal suerte que el poeta de Las Metamorfosis da consejos sobre la mejor manera de conocer a las mujeres, argumenta de cómo hay que ir al teatro para conseguir la atención de ellas. El estilo de la obra es gracioso, plantea juegos de palabras y busca una manera de hacer agradable el idilio: algo que, si no se hace con cuidado, puede estar lleno de dolor.
Sin embargo, no deja a las mujeres aparte, pues en el segundo discurso se encuentra consejos que puedan utilizar con los barones. Así mismo, Ovidio confiesa que, una vez más, ha venido la diosa Venus para pedirle que también ayude a las mujeres, porque hay que estar en la misma condición de situaciones en la batalla. Y es a partir de esto que Ovidio comienza a dar consejo para las mujeres. Entonces, el poeta les pide no esconderse al amor, les implora comportarse sabiamente y también ser sensibles a las peticiones de los amantes. Es por esto que hace una comparación entre el amor y una piedra, y les señala que, aunque, hay piedras que son quebradas por la fuerza y el uso, con el amor no pasa lo mismo, pues por mucho que se dé el amor jamás se desgastará ni se contraerá muesca alguna. Al contrario, cada parte que se utiliza para el amor, afirma Ovidio, será más duradera. También interpola consejos sobre la importancia de no maquillarse en público. Pues Ovidio encuentra que esta costumbre puede ser el indicio de una vulgaridad imperdonable, y les pide la discreción en todos los aspectos de la vida femenina.
En el Ideal Caballeresco, también hay referencia a otros poetas clásicos; es el caso de poetas como Propercio, Catulo y Tibulo, quienes escribían poemas elegíacos. Estos poetas, de la misma manera que Ovidio, eran conocidos de los poetas medievales, e influyeron en su poesía, (lo cual puede apoyar la idea “individualista” de los poetas cultos). Pues, para empezar, habría que señalar que el poeta alcanzaba la inspiración de una imagen femenina llamada “Musa o Dueña”. Sus nombres eran variados: Julia, Cintia, Lesbia, etc. Y con este carácter de nobleza componían sus poemas. La Edad Media recibió muy bien esta tradición, el ejemplo se puede encontrar en algunos aspecto que se verán en el siguiente apartado.


III. El amor de los siglos XII al XIV. El nacimiento del amor cortés
El nacimiento del amor cortés tiene una relación inmediata con el periodo de las Cruzadas; pues, si bien la poesía latina había logrado un camino por el cual los poetas le seguían, el intercambio cultural con los musulmanes fue aun más fructífero y duradero. Pues aunque pensemos en los aspectos que hemos mencionado en los apartados anteriores (específicamente la relación con la poesía latina), sin embargo hay otros tantos en esta liberación moral que provienen de los sarracenos. Para respaldar esta idea hay que decir que el amor que practicaban los latinos aún no era una suerte de “amor fiel”, sino un amor que se limitaba a ser un dolor por no alcanzar el amor de manera psíquica, por lo cual todo quedaba como una ensoñación. Por otro lado, el amor cortés occidental estaba encantado por un velo de ingenio y de riesgo. El amor cortés consistía en engañar al marido con un hombre más bello, más gentil y, sobre todo, más joven: “El señor que era el dueño del castillo era un viejo; tenía por esposa una mujer de alta extracción, noble, cortés, bella y de buen comportamiento. El marido era enloquecidamente celoso, como todos los viejos lo son naturalmente –cada uno tiene terror de ser corneado–; la edad obliga a ser así”.[5] Es decir, en el momento donde los matrimonios eran concertados por los padres, quienes buscaban utilizarlos para perpetuar sus feudos, sus coronas y sus poderes, el amor no tenía importancia alguna. Por otro lado, las cosas empezaban a cambiar a partir de ciertas literaturas orientales, que exponían las mismas peripecias de los amantes: el joven citarista que trabaja en la casa del sultán, hace la corte a la esposa y la conquista; después, al cumplir con su empeño, ya enamorados, los amantes se escapan en un alfombra voladora. Historias como esta pertenecen evidentemente a las narraciones compiladas en Las mil y una noches, cuyo origen aún no se sabe de cierto: Se ha hablado de su posible origen hindú, árabe o africano pero aún no hay certezas.
Otro aspecto emblemático del amor cortés es su espíritu guerrero, de la misma manera que lo hemos llamado: espíritu de conquista. La dama comienza a ser perseguida por el amante que busca obtener sus gracias. Lo cual es representado de una forma insuperable en algunas baladas y especialmente en Le roman de la rose (1225-1278) donde la alegoría toma un papel primordial. Hay en la alegoría también una aportación de Oriente pues, aunque sea difícil de creer, es a partir de la iconoclastia que los árabes comienzan a buscar diferentes maneras de representar las situaciones más complejas. Lo cual obliga a crear algo como la alegoría, es decir, una simbología que dé una guía para comprender los mitos, sin dejar que el auditor dé rienda suelta a su libre interpretación. Y es Le roman de la rose precisamente la obra más emblemática. Todos sus personajes no son otra cosa que representaciones de los diferentes valores de esa época. El caballero debe luchar para lograr el amor de la rosa, quien no deja de ser una bella alegoría de la sexualidad, del erotismo y de la “fineza de amar”. La situación es representada en las fortificaciones (enclos) donde habitan diferentes fuerzas que están a favor o en contra de la unión de los amantes. Sin embargo, podemos pensar que esto proviene del propio cortejo oriental, pues la vida está relativizada, lo cual le da un encanto al no pensar que el futuro tenga importancia alguna. La pasión oriental comienza a ser compartida por los occidentales que, después de numerosos siglos, pierden el temor a los infiernos. Un ejemplo de esto estaría en las diferencias entre la ultra tumba árabe y el desolador infierno cristiano, cuya mezcla dio como resultado el primer canto (“Il inferno”) del poema de Dante Alighieri, La Divina Comedia.

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