"Máquina de escribir" de Héctor Iván González, Coordinador de “La Escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada”, Becario del Fonca en el Género de Novela. Esta es su publicación de crítica, creación y reseñas.

lunes, 22 de septiembre de 2008

El peor día de tu vida

El peor día de tu vida empieza tres días antes, nunca empieza y acaba en el transcurso de las mismas 24 horas. El peor día de tu vida empieza un sábado en la tarde, cuando estás comiendo con tus amigos en la casa de uno de ellos y de pronto, el de siempre empieza a beber más y más, al punto que su precisión en el lenguaje casi oriental, su elegancia japonesa, se convierte en farfullos y balbuceos desesperados, al punto que deja de lado las buenas maneras y empieza a orinar con la puerta abierta y eructa en la mesa, dejando una estela verdosa bajo la lámpara que queda encima del florero. El peor día de tu vida se desarrolla mientras tienes, junto con una amiga y su mujer, que escoltarlo a su casa y empiezas a llevarlo casi en brazos, te das cuenta que es tarde, que ya no tendrás tiempo de ver a tu novia –pues el tiempo se traga todo– después, lo impelerás para que salga de su auto mientras él se resiste y te pinta sonoros violines con su mano temblorosa. Seguirás por los andadores de unidades habitacionales con ese cuerpecito que te hace pensar que lo puedes llevar en vilo, aunque con ello te rompas la espalda. Y mientras llevas tu mochila con cuatro libros: Paideia (empastada en piel y cartoné) de Werner Jaeger (1.250 k.), Noticias del Imperio de Fernando del Paso (800 grms.), Prosa I (1 k.) de Luis Cernuda y James Joyce (1.1 k.) de Richard Ellmann, además de dos tarros de salsa que tienes que entregar –aunque olvidarás– y dos cuadernos, te darás cuenta de que tu espalda cada vez resiste menos y que el pellizco en la columna que no te dejaba dormir hace algunos meses, ha vuelto. Intentarás depositarlo en la puerta de su casa con la mayor de las atenciones, aunque te das cuenta que en esas circunstancias sería una infamia dejarlo así no más y, debido a una petición expresa, lo llevas hasta su cama mientras temes que se caiga tal y como el movimiento que hizo el cuerpo de tu amigo buscó, y lo detienes porque no hay que dejar que los amigos se caigan así nomás en las mesas de centro de sus casas. Mientras vez que la noche es cada vez más noche y te vas con tu amiga, porque también hay que ir a dejarla a su casa y te das cuenta de que no sabes si habrá función de box y eso te preocupa y piensas que tienes mucho trabajo por hacer y que apenas te alcanzará el domingo para nivelarte. Y de pronto, ya habiendo dejado a tu amiga en su casa, entras al metro para refugiarte de las inclemencias del ser humano y tratas de encontrar un poco de gracia en Goliadkin –personaje por demás desgraciado entre los muchos desgraciados que hay en la literatura rusa– y después sigues tu camino mientras ves que llueve y temes que los anegamientos azules en callejones, oscuros como la pez, te tenderán una trampa. Llegarás a tu estación, donde hordas de vendedores con bocinas al hombro imponen sus voluntades musicales a todos los usuarios del gusano sin cabeza que es ese medio de transporte.
El peor día de tu vida empezará, continuará, en ese callejón oscuro donde hay que andar con tiento porque es del dominio público que ahí asaltan al más desprevenido, y sin embargo, llegará una llamada de tu novia que te pregunta que qué vas a hacer, y se molesta porque no oye voces (¿qué pinches voces quiere oír, si es un callejón oscuro?) y te pregunta si estás con alguien, de lo cual se podría dar cuenta que no, pues si no hay más voz que la tuya que le dice que luego le hablas, a lo cual reaccionará como toda novia celosa: con un alud de preguntas pendejas. Y seguirás tu camino mientras empieza una llovizna de lágrimas tenues y ceniza que te acompañará hasta que llegues a tu casa. El peor día de tu vida empezará cuando veas que no hay más función de fox que un enfrentamiento patético, casi una fruslería y prefieres ver “Elisabethtown”, con lo más señero del cine hollywoodense, y sigues ahí porque estás tan cansado que abrir un libro en esos momentos es equiparable a tomar el más fuerte de los soporíferos. Pues recuerdas que esa marcha llevando a cuestas a tu amigo fue más difícil que el camino de Eneas llevando a cuestas a su padre Anquises y a su hijo Ascanio, y eso que el niño llevaba los penates. Tanates fueron los que te faltaron para arrojar a tu amigo como un almohadón de plumas por la ventana, sin embargo, aquí estás con un dolor en la baja espalda que te hacer arder por dentro, y que sin embargo, debido al calor del saco y a los tequilas ingeridos no te parece el maggiore dolore di questo cane mondo. Y sigue el peor día cuando te das cuenta que esa película es un fiasco, y lo peor, a tu familia le encanta y cada vez que intentas cambiar de canal se arrojan a ti como una parvada de arpías que intentan desgarrarte como a un Prometeo desesperado. Lo cual logra que te vayas al cuarto, para poco tiempo después regresar admitiendo que a ti también te ha picado el tábano de la duda y te gustaría ver en que termina la historia de ese personaje, que nunca se despeina que aunque se va a suicidar la cara nunca le cambia de color, que no tartamudea y que siempre tiene la frente libre del brillo del sudor. Sí, lo admites, te ha llegado a interesar en qué consiste el trauma de un personaje sin traumas, que se lanza a recoger el cuerpo de su padre, quien era un asesino criado en West point, lugar de donde expulsaron a Edgar Poe a punto de volverse loco por tanta demencia y estulticia, y que el padre del personaje aprovechó para apuntalar su vida profesional. Pues siempre es así, West point era el infierno para Poe, como ahora lo era para ti el ver una tropa de egresados de ese antro pernicioso. Sin embargo, no te podrás alejar de ahí pues la espalda te torturará en tu mesa de trabajo más que en cualquier otro lugar. Para después volver a recibir la llamada de la novia, que de nuevo te preguntará que con quién estás, que no se oye nada (lo cual se debía a la evidente negación de estar en la sala mientras se te plantea preguntas tan estúpidas) y aludes a que estás en tu cuarto solo contestando una llamada. Y así se va desgajando la noche y sus encantos. Hasta volver al alborada y renacer con la imagen de que todo será distinto, y te bañarás, y te prepararás para salir con fuerzas renovadas una vez más a la calle. Desayunarás en familia y saldrás, sin embargo, todo parecerá indicar que todo irá mejor, pero se te olvidará que es parte del peor día de tu vida, y las cosas se disfrazan, se travisten, eso es lo peor, que como el diablo hace siempre muy bien las cosas, fingirá que todo está perfecto, y tú –pobre inocente– llegarás a creerlo de nuevo. Así sucede. Leerás durante varias horas, harás notas y pensarás haber encontrado algo relevante en ese tomo (más ligero: 300 grms.) y te vas, comes un hamburguesa y te metes al lentobús para regresar a tu casa, ves la “Môme” (“La vida en rosa de Edith Piaf”) con tus papás, que te hacen sufrir la tortura de verla con doblaje. (Ja-Ja). Y ya estás de nuevo embadurnado en el sillón, escuchando un doblaje echo en Colombia que no capta el humor de Piaf y te hace sentir que estás viendo la vida de una de esas actrices colombianas que tienen más silicona en los senos que sesos en la cabeza. Y sí, sigues ahí, hasta que tú papá les pedirá que lo vayan a dejar al metro en el carro. Momento precioso para el diablo que siempre anda suelto. Bajas, pides al novio de la vecina que mueva su carro para sacar el tuyo del garage, lo hace hasta que por un momento, el muchacho entra en un colapso y se queda impávido, sin saber qué carajos hacer, te das cuenta que un pequeño retén, hecho con cemento y argamasa, le impide retroceder, y al brillante cuasipusinfector de ti se le ocurre cargar semejante mamotreto que al inicio se resiste pero que resolverás con la mejor de las maniobras: un jalón que lo lleva casi hasta el otro lado del acera. Malhadado momento. Se irán tu madre, tu padre y tú, y tu padre dirá que olvidó el celular y que bla-bla-blá-blá. Para ese momento ya traes en un jirón la espalda, ya no estás más que en fisuras.
Lo dejarán, se regresarán a la casa, y de pronto, debido a un extraño efecto de las complicaciones: no te puedes mantener en pie ni un solo instante. El dolor es inconcebible, inenarrable. Justo abajo del cóccix, ahí, no a uno ni a dos dedos, sino a uno o dos milímetros, estás jodido. No te puedes agachar, girar; te ha cargado la mierda, sientes que tu espalda es un tazón de hojuelas desecas y cada fisura te provoca un dolor que te hace olvidar de tu mismo nombre. Lo que mejor alcanzas a hacer es a morderte los labios para no gritar y maldecir todos los pesos que has cargado durante toda tu vida. El peor día de tu vida apenas empieza, como diría Céline: ¡puta madre! Estás en la cama pero es como estar en el suelo, estás inmóvil, se te hace fácil y tomas un ejemplar de tu colección (también cuidada, ni un arruga) del Magazine Litteraire, la jalas con mucho cuidado pero con igual torpeza y se caen todas, el número sobre disputas filosóficas cae de punta y queda como un pene flácido y herido, la dedicada al nihilismo se deshoja inmediatamente, todo es un caos. Te quedarás con una en la mano que queda como una torre arraigada en la cama: “Las escrituras del yo, diario, autobiografía y ficción personal”. Intentas leer una entrevista a Phillippe Lejeune, cosa que te parece la peor de las burlas viendo tu estado, que si algo te hace sentir es decrépito. Pasarán las horas, no hallarás la manera de acomodarte, envidiarás a Artemio Cruz por dos cosas, la certeza de su muerte y la cómoda espera de ésta. Todo está silencioso, no hay más sonido que el grito de dolor que te repica en la cabeza. De pronto, suena el teléfono, está en la mesa donde está el estereo, te quieres levantar pero no puedes, arreas tu corporeidad calcárea. No deja de sonar, sabes que es tu novia, va a joder. Alcanzas el teléfono, le platicas todo mientras ella escucha expectante. Sabes que no te cree nada, siempre es así, que se vaya a la mierda, el dolor es peor con su contribución. Cuelgas. Te dejas caer de bruces sobre la cama, no es la gran cama, de eso te das cuenta en momentos como estos. Piensas, pensarás en todo lo que tenías que hacer mañana, la noche te parece que está en otra parte, el dolor se vuelve una molestia que sigue cualquier pensamiento. No tardará mucho para vuelva a sonar el teléfono, será ella de nuevo reclamándote que hayas cargado (follado) a alguien, niegas y, tal como debe ser, ella dice que mientes y que “no te hagas pendejo”. Cuelgas y quedas un poco aturdido de tanta estupidez. Tu mente es como tu espalda, el resto de una paliza a un montón de huesos. No eres ni el polvo del evangelio.

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