"Máquina de escribir" de Héctor Iván González, Coordinador de “La Escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada”, Becario del Fonca en el Género de Novela. Esta es su publicación de crítica, creación y reseñas.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Desconcierto y asombro

La poesía moderna tiene una consigna muy clara: provocar desconcierto y asombro; además, la tiene que cumplir por el camino más intricado. Debido a que su característica, su herramienta, la lengua, es común a todos los hombres, el poeta tiene que reivindicar lo ‘dado por hecho’, una revalorización de la moneda corriente. Por esto y por su obligación de soterrar la literatura que lo precede, la tarea se vuelve un deber y un reto para el poeta; un deber ya que de eso depende que logre o no el poema, en la poesía no hay aproximaciones, un reto porque un puñado de ojos expectantes lo observa y, muchas de las veces, desea su fracaso. Sin embargo, el poeta logra su cometido y da a luz al poema. Así lo ha hecho Horácio Costa (São Paulo, 1954), buscando la forma más difícil, aquélla que responde a su propia expresión, dialogando con los silencios y con las sonoridades más inusitadas, ha logrado crear una obra que deja, como los viajeros en la Grecia arcaica que arrojaban un guijarro a un montículo, la señal de un camino en la escritura.

Poeta, viajero, profesor, traductor y erudito de las literaturas iberoamericana e inglesa, como da constancia su libro Mar abierto (FCE-UNAM, 1998), Costa dialoga con los poetas que marcan su identidad y les tiende un hilo conductor a través de su poesía. Góngora, Mallarmé, De las Casas, Villaurrutia, Valente y John Ashberry, todos ellos concurren y aportan algo a su quehacer poético en Fracta (FCE, 2009), antología personal que reúne parte de su creación finisecular, poemas inéditos y textos críticos en torno a su obra. También están presentes las distintas ciudades en las que ha vivido, ya sea México, Brasil o EU, todas ellas inspirándolo durante sus largas caminatas através de sus callejones oscuros o sus grandes avenidas, como la epónima en la ciudad de São Paulo.

Todo lo anterior confluye en su tarea como poeta, la tarea de la que ya antes he hablado, el reto del poeta moderno: desconcertar y asombrar. Por medio de cada una de estas frecuencias, Costa ha encontrado los sedimentos de lo que está compuesta la poesía moderna, pero no lo ha hecho sólo a partir de la modernidad misma sino desde el mundo grecolatino, el renacimiento, el barroco, Los Lusíadas de Camoens o en la poesía mexicana de Villaurrutia a Deniz. Frecuentando estas páginas, Costa ha encontrado una línea muy clara de hacía dónde va su poesía, su propio hacer y su color personal. Al respecto, recuerdo unas líneas del poeta Tomás Segovia donde hablaba de que Víctor Hugo teñía todo lo que escribía con un polvo rojo, lo cual me hace pensar en Costa y su propensión a espolvorear todo de blanco y ocre, con un polvo blanco como la cal y otro ocre como el café; así, el poeta deja constancia en su poesía de la manera en que el pasado tiene los matices de una obra de Caravaggio y simultáneamente es albeante como el irrefutable presente. No creo que sea necesario llegar hasta el poema ‘Acerca del retrato de Alof de Wignacourt, de Caravaggio’, ni siquiera creo que haya que conocer el cuadro original, para experimentar estos colores personalmente; tan sólo sugeriría que se realice una lectura atenta para que estos se le manifiesten al lector. Es en este dicromatismo que se desarrolla mucho de su obra, mediante delineamientos o disparos de aerógrafo que matizan la subjetividad poética; en su obra la memoria es ocre como el color de la nostalgia, originada en el saudade que tanto puede caracterizar al fado que se conmueve con la contemplación del tiempo pasado. Debo admitir que me tomé mi tiempo para darme cuenta de que Fracta es un libro triste. Ahora mismo me rondan la cabeza algunos versos de su poema cumbre ‘El niño y la almohada’: “Puntos y colores, cruces /crean la historia de la almohada; /bordadoras celosas o sin cuidado, máquinas o manos la habrán escrito, /a la que batallas darían la lógica /que la inteligencia solicita /perfil de candidez y soberbia /a la múltiple realidad”, o estos: “Y el niño mantiene, en la noche, /los ojos en blanco y desorbitados: /se le ha muerto el padre en julio, /en julio pasado”. Es a través de este cristal translúcido que pasan gran parte de sus poemas y es así que funciona el misterio que provoca su poesía, la cual logra una armonización entre el poeta y su testigo o lector –como se le llama vulgarmente.

Muchos de los poemas de Fracta desconciertan por cierto hermetismo; un recurso que sienta cabeza en la creencia de que la poesía no tiene que ser explícita o parecer diluida. Sus argumentos se sirven de otros medios para llegar al lector, recurren a versos que van delineando, mediante silencios, sonidos entrecortados, ilaciones entre una frase y otra, breves espasmos y fraseos que persuaden; como diría José Ángel Valente: “La poesía no sólo no es comunicación: es, antes que nada o mucho antes de que pueda llegar a ser comunicada, incomunicación, cosa para andar en lo oculto, para echar púas de erizo y quedarse en un agujero sin que nadie nos vea, para encontrar un vacío secreto” y es Costa el que escribe en su poema ‘La pasión del vacío’: “ríos secretos se evaporan en un mar de dunas /e implosiona la manzana de Newton en la redoma de orquídeas /mientras la berceuse de la materia prosigue /hasta la lenta desaparición del protón de la vida /que ignora y considera el cuerpo en su moción /de caída, atravesando mallas de significados”.

Es en este registro donde Horácio Costa –el poeta brasileño más mexicano que podríamos encontrar– nos muestra sus mayores despliegues de fuerza poética, de frialdad intelectual, una frialdad que arde, de eficacia en la experiencia poética, una experiencia psicológica distinta, cuyo espacio está en la superficie, como lo anuncia en el epígrafe de Ashberry, “[…] But your eyes proclaim /That everything is surface. The surface is what’s there /And nothing can exist except what’s there.”, tal y como lo buscaba la estética de los Contemporáneos. De hecho, Fracta es un claro testimonio de lo que puede ser la refringencia poética, prodigio que goza de buena vida en la poesía contemporánea en autores como Bracho, López Colomé, Deniz o Huerta, y cuyo epicentro sería Mallarmé. Sin embargo, ese ‘hermetismo’, no sólo no cierra la experiencia, la amplía y la enriquece, la embellece; teniendo ‘bello’ como lo definía Valéry: aquello que desespera.

Y es que uno no puede dejar de asombrarse cuando Costa escribe en ‘Satori II’: “Bermejas aunque silenciosas, /estrechas por ende infinitas /galerías infinitesimales, intuidas / por un double (Escher, Piranesi) /atrás de mi cabeza, huecas /ciudades desnudas y sus montañas, /tú entras en el Túnel Rebouças /y de súbito el día te saluda /m’illumino d’immenso en el barrio /de Santa Teresa. Esta sucesión /regresiva, estos entrecruces /de razas, ideas, dobleces, /nuestros miembros unidos, dos /brújulas, todas las sensaciones /imantadas: arqueo el cuello /y muerdo mi propio torso. Es /emergente, un estado de atención /en aristas suspendido antes de la lluvia: /también yo en la planicie verde, /mojada, jamás virgen y /somnolienta, jamás descansada: /veo los golpes desplegarse /capilar tras capilar, poco a poco, /con los ojos abiertos vueltos /hacia adentro del esqueleto, en la /cómoda posición platónica /de quien penetra una caverna/ –mi yo, yo mismo– mercurial, /en la dirección opuesta de las ruinas /superfluas, que se acumulan /en flases de anti-luz, /en el exterior”. Ni se puede dejar hacer hincapié en poemas como ‘A Cézanne’, ‘Cuadragésimo’, ‘Lobezno’ o su emblemático ‘Musa en Cancún’ donde lleva la experimentación hasta sus últimas consecuencias y da un ejemplo –como lo hizo Paz en ‘Blanco’– de vasos comunicantes en la poesía, donde el lenguaje se desprende de la realidad para construir otra paralela. Por lo cual no podemos pasar por alto un libro como éste al cual hay que regresar a menudo, como se debía regresar a los montículos que consagraban los viajeros al dios Hermes.

Fracta. Horácio Costa. Trad. Fátima Andreu. México: FCE. 2009. Esta reseña apareció en la revista Tierra Adentro de agosto-septiembre.


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