"Máquina de escribir" de Héctor Iván González, Coordinador de “La Escritura poliédrica. Ensayos sobre Daniel Sada”, Becario del Fonca en el Género de Novela. Esta es su publicación de crítica, creación y reseñas.

sábado, 3 de julio de 2010

Una unidad coherente


Siempre que uno contempla la obra de un genio percibe que está constituida por pequeñas teselas, obras que tienen un delineamiento común y que cifran un mensaje. Sin embargo, son contados los autores que logran esta coherencia con tal ambición y con tal virtuosismo como lo ha hecho Williams a lo largo de su obra. El caso de Paterson es el de una de estas teselas que se explica en sí misma y complementa el total de la obra. Debido a su carácter de poema abierto, cuyo delineamiento es el rostro de un gigante y el de una ciudad real, materializa los empeños de una tarea que Williams se proponía: la renovación –mediante el lenguaje cotidiano– de la “inexistente” poesía norteaméricana. Dividido en cinco libros, con una disposición inusitada de los versos, los cuales hacen gala del estilo que adoptó Williams (el ‘pie variable’ que, según Addington, busca expresar “los vicios y perversiones de la humanidad”, y que “respondía a una moralidad deformada”) y concurriendo con elementos no poéticos, Paterson es la confirmación de todos los tópicos que se fijó la nueva generación de poetas de inicio de siglo. Generación que rompió con las medidas tradicionales, por tenerlas como síntoma de debilidad en el trabajo creativo, pusilanimidad ante el riesgo de encontrar el factor sorpresivo en la forma final del poema; que abandonó la unidad discursiva en busca de la polifonía; para finalmente sustituir el lirismo por el ‘montaje’ que dimensionara la experiencia poética. Siempre en busca de lograr algo nuevo e irrepetible: “volver a dar nombre a las cosas vistas”.

Por otra parte, la obra no sólo es innovadora en su forma estilística sino que también lo es en su perspectiva: el crisol que la constituye posee elementos disímiles que van perfilando el carácter de una ciudad que, debido a su progreso, va experimentando el desasosiego, la corrupción, la tragedia cotidiana, el hastío al experimentar la caída de sus ideales de fundación al ser recién alcanzados. Williams ve en Paterson el microcosmos de EU y el macrocosmos de un hombre ordinario. En ocasiones dibuja pensamientos como si surgieran de la mente de un hombre (tal y como Mallarmé pretendía lograr en su “Un coup de dés” …”) y lo hace con versos a modo de una cascada que jaspea la historia de la ciudad, la cual se justifica en las historias particulares de sus habitantes. En el diagrama de la Paterson existente –mediante la acumulación de noticias, cartas, mitos, crónicas, la visión de sus ruinas, tragedias íntimas– el rostro del hombre surge, como en la blanca superficie de una hoja en braille o en un sello de agua. La resurrección del hombre como leitmotiv en el arte irrumpe gracias a Williams en un siglo donde se anunciaba la desaparición de éste –como buscaba el estructuralismo.

De tal suerte, Williams logra atinar a varios de sus objetivos: buscar la línea melódica del idioma americano, criticar las falacias de la modernidad, elogiar la flexibilidad del lenguaje y de la forma, contar la historia de un hombre que es todos los hombres, entablar un diálogo con Flowsie –su esposa– y dirigir algunas palabras a los principales escritores de su generación: a Joyce le comenta: “Tanto hablar del lenguaje –cuando no hay oídos”, a Pound le sugiere: “Abandonar/ el poema. Abandonar la indefinición/ del arte”, y al monarquista Eliot le espeta: “la belleza es un desafío a la autoridad”. Sus esquirlas persisten: “Esta es la explosión/ el eterno cierre /la espiral /el salto último/ el final”.

No será extraño encontrar en este gran poema ideas que también expresara en libros como Cuadros de Brueghel o En la raíz de América, del cual toma un fragmento del diario de Colón e introduce entre los versos. De la misma manera que lo hace con el prontuario de los juicios llevados a cabo en el siglo XVII a las “brujas de Salem”, en los cuales se anuncia la proclividad al temor por parte de los pioneros. Williams se sirve de los elementos que nadie tomaría en cuenta –detritus– para hacer su obra y rastrea el pasado para asir el presente; como lo hizo Benjamin, la hace de ‘ropavejero’ y escarba hasta el fondo mismo de la historia para desentrañar los motivos por los cuales, desde la posguerra, EU es doblemente una ruina feraz. No es fortuito que Paz comparara esta obra con El paraíso perdido: Paterson es la radiografía de un país que representó dos grandes esperanzas malogradas: la utopía de Moro y el progreso modernizador de Occidente. Con relación a la primera, Williams toma nota de las crónicas de la idea que tenían los pioneros de sí mismos: “Los primeros plantadores de estas colonias eran una generación de hombres elegidos, los cuales eran tan puros como para tener repugnancia de muchas cosas que pensaban que necesitaban ser reformadas en otros lugares; y sin embargo y además, eran tan pacíficos, que abrazaron un exilio voluntario en un horrible y miserable desierto americano antes que vivir en plena controversia con sus hermanos” y hace un contrapunto con estos versos: “Vienes hoy a ver asesinados/ asesinados, asesinados/ como si fueran una conclusión/ –¡una conclusión!– / un contundente derrame de cadáveres/ –para conmover la mente”. Del segundo, escribe en el apartado I del libro III, La Biblioteca: “Doctor, ¿usted cree en/ ‘el pueblo’, la Democracia? ¿Todavía/ cree –en este chiquero que son las ciudades corruptas?/ ¿Sí, doctor? ¿Hoy?” Ya en su línea más dura, añade a modo de cita: “Estoy convencido de que la gente tiene el tipo de gobierno que sus vientres desean”.

Por lo cual no parecerá una exageración decir que Paterson es un punto de referencia de la poesía moderna: un poema que es una anunciación. Tampoco será arriesgado pensar que esta excelente traducción, realizada por el poeta Hugo García Manríquez, es el ajuste de cuentas con un autor de primer orden que no había sido visitado con la atención que ameritaba.

Paterson. William Carlos Williams, trad. Hugo García Manríquez, intr. William Rowe. Aldus-Fonca-CNCA, México, 2008. Esta reseña apareció en la revista Tierra Adentro.

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