
Debido a la imperiosa necesidad de estar cerca del cine, sentirlo, olerlo, vivirlo, cada noche trato de refugiarme en mi cuarto, cerrando la puerta –intentando sin éxito sofocar el ruido de la sala de mi casa– y quedando a oscuras, me coloco frente a la computadora y pongo una película. Realmente es una necesidad, más que una obsesión, pues a éstas les huyo obsesivamente, donde trato de comprender el mundo desde otras posturas y, lo que es más rico, otras nacionalidades, otros idiomas. Así hago las noches que los trayectos a la UNAM me dejan tan agotado que pensar en abrir un libro o levantar la pluma me causa escozor. El cine es más amable con uno, sólo tienes que estar ahí, frente a él. No te pide nada más que tu presencia, tu atención, tu silencio y, si se la puedes dar, tu penumbra. Ayer precisamente tuve una jornada bastante interesante. No quiero marcar una pauta, no diré nombres de directores, actores ni carreras con sus antecedentes, por algo en especial: esto no es una reseña cinematográfica. Sólo quiero esbozar algunos comentarios de lo que vi.
En primer lugar se trató de una película sobre la relación de la escritora George Sand con Frédérique Chopin, pianista polaco que, huyendo del déspota Constantino, llegó a Francia para hacerse famoso. La película es hablada en inglés, con una acento bastante marcado, cosa que no critico, sino que agradezco porque se puede seguir sin la necesidad de apoyarse en los subtítulos de los espeleólogos del inglés americano. El título es traducido como “Chopin, un amor imposible” que más bien hace gala de una cursilería bastante chata. De hecho, cada vez que leo el título en la tapa del dvd me dan ganas de hacer: “AAAyyy, qué triste”. El título original es: “Chopin: desire for love”; que me parece más original. ¿Por qué será que las traducen tan mal, de hecho, es como si tuvieran por consigna hacer del Amor algo ridículo y no algo amoroso. En manos de los traductores hasta la relación de Rimbaud con Verlaine suena cursi: “Eclipse en el corazón”, que originalmente era un: “Total eclipse”.
La historia empieza cuando Chopin (Piotr Adamczyk) padece los remordimientos por apoyar y divertir a un déspota como lo era Constantino de Polonia. Así que, por una crisis de conciencia política (?) se va a París para obtener reconocimiento de una manera más honrosa y alejarse de una vez por todas del servicio a los ricos. Ahí, gracias a la familia Rotschild, según entendí, entra en contacto con un melenudísimo Franz Liszt quien le ayuda interpretando sus extrañas piezas, las cuales constan de –según el gusto de le época– “puras escaleras que suben y bajan sin ningún sentido”. Así que, más allá del Liszt desenfadado, tipo Bunburi en los 80´s, Chopin logra ganarse el respeto de la sociedad parisina por sus propios méritos, de la cual forma parte la escritora George Sand. Al encontrarlo, la novelista, quien recibe una ayudadita por parte de la bellísima actriz que la interpreta (Danuta Stenka), decide enamorarlo. Sin embargo, Chopin está esperando respuesta de la familia de su novia para casarse; no le interesa Sand y ni siquiera siente una atracción especial para ser conquistado. Más adelante, la historia logra momentos bastante emotivos. El director, Jerzy Antczac, logra transmitir muy bien esa sensación de reminiscencia que tiene que ver con el paso del tiempo. También tiene varios aciertos al ir dejando hilos sueltos en la madeja de la historia. Al inicio del filme entera al público que Chopin no come del pollo salvo la pechuga, lo cual parece ser un dato absurdo hasta que, varios años después, es la gota que derrama el vaso de su paciencia. Hay algunos otros de estos datos, pero no les arruinaré su película. Realmente es un logro en el desarrollo de la historia, sin embargo, no sé si está bien captado el asunto de que Chopin haya sido un Adonis o si realmente fue así, en las fotos que he visto de él, más bien lo encuentro feíto. En esta versión, resulta una suerte de Farinelli, juzguen ustedes.
Después me puse a ver una obra maestra del gran Ingmar Bergman: “Secretos de un matrimonio”, (Scenes from a marriage) –¿no les digo? Este es un filme realmente logrado, clásico por antonomasia del teatro-cine concentrado, intenso, elocuente pero no pretencioso del país escandinavo. Aparece la gran Liv Ullman (Marianne) en una de sus mejores actuaciones: hay un momento donde esta mujer de complexión menuda y mirada de niña buena, se vuelve un dragón intenso y elocuente; o en otras es una femme fatale, sumamente sexy. Además está el enorme actor Erland Josephson, quien es el esposo pagado de sí mismo de Marianne, Johan. Por cuestiones cronológicas, las primeras veces que vi a Josephson fue en las películas de Tarkovsky (Nostalgia y El sacrificio), ya que Bergman había ayudado a Andrei cuando el stalinismo lo quería sofocar. De tal suerte que mi imagen de Josephson había sido la de un hombre maduro, como se dice en la lengua de todos los días, un viejo, serio, genial, sensible, erudito. Y en esta ocasión lo encuentro joven, vigoroso y dentro de una dinámica donde sólo sigue sus propios intereses. Johan es un personajes que no me agrada por que en él veo a la gran mayoría de clasemedieros miopes y poco sensibles a todo lo que no sea su vida de consumo. No se cómo lo logra, pero Josephson encarna muy bien un personaje del cual yo lo sentía profundamente ajeno. La historia, tal como en el título original, se desarrolla en medio de varias escenas de este matrimonio que pasa por numerosas etapas donde están presentes los elementos reales de una vida en pareja: el dinero, los amigos, la familia, los hijos, la responsabilidad, el sexo, los acuerdos tácitos, los celos, el desinterés y –cómo olvidarla– la monotonía. Anteriormente dije que era una obra de teatro-cine y lo sostengo: hay la mínima cantidad de personajes, pocos desplazamientos o acciones, todo se resuelve en miradas, gestos, modulaciones de las frases que las hacen irónicas o directas. Cómo olvidar aquella frase de Johan: “No, mamá, Marianne y yo estamos bien; sí, estamos contentos hasta el éxtasis” o esta otra dicha por Marianne: “Vernos ahora que no están nuestros esposos... parecería hasta obsceno”. Mi escena preferida tiene que ver con el autorretrato de Marianne, la secuencia es extraordinaria y las frases con que ella se define a sí misma son una joya; vale la pena que todas las mujeres las conozcan y sepan en cuánto podrían reflejarlas también a ellas.
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