Héctor Iván González
Desde hace algunos años, Pura López Colomé ha emprendido una labor que supera el trabajo de introducción, análisis o traducción de la obra de Seamus Heaney. Debido a su compromiso con el love’s labour lost (el abandonado amor por el trabajo), Pura ha ido dejando las pistas para descubrir la figura del poeta irlandés; a través de sus traducciones lo descubrimos, encontramos sus versos y su verdadero rostro, su poesía.
Tal y como decía Remy de Gourmont, la prueba suprema aplicable a un libro es que tras las palabras, percibamos el trabajo de una inteligencia extraordinaria, así sucede en SONETOS, de Seamus Heaney, traducido por Pura y Luis Roberto Vera.
En esta obra encontramos un mundo aparte del mundo real, más allá del presente y sus posibilidades. Una vez más, Seamus nos toma de la mano y nos muestra el mundo del Ulster, un mundo poblado por sombras, por recuerdos y sensaciones calladas. Es extraño, pero al hablar de Heaney, uno sentiría que está utilizando el mismo lenguaje que se utiliza para hablar de un novelista. Quizá porque en la poesía de Heaney está presente todo el mundo, excepto él mismo. En Heaney el egotismo está superado, podemos encontrar a sus padres, sus amigos, algunos amores, alguna referencia a los actos violentos en el norte de Irlanda, y al mismo tiempo, notaremos que hay un ausencia, un vacío.
Su poesía no comunica pues, como decía el poeta José Ángel Valente, “La poesía no sólo no es comunicación; es, antes que nada o mucho antes de que pueda llegar a ser comunicada, incomunicación, cosa para andar en lo oculto, para echar púas de erizo y quedarse en su agujero sin que nadie nos vea, para encontrar un vacío secreto, para adentrarnos en una habitación adornada cuya puerta se pueda cerrar desde dentro sin que nadie en el exterior sospeche que una puerta se disimula en el muro, y para estarse allí en el claustro materno, seguros y escondidos, sin que nadie aparezca, sin que nadie nos saque a la luz pública, desnudos e indefensos, nos saque y nos suplicie y nos repita la sorda letanía cotidiana, la letanía aciaga de la muerte.” Talvez por esto la lectura de SONETOS, nos provoca una sensación de desasosiego, pues por un lado se palpa la ausencia de Heaney, y por el otro, por medio de la intuición, uno accede directamente a su fuero interno. Se puede contemplar los motivos de su obra, mediante una línea de luz, uno puede conocer la rabia que lo invade cada vez que recibe la noticia de un acto violento, y paralelamente, se trasluce su fascinación por los objetos, su pasión por esta forma de ser penetrado por los elementos. En su obra está el milagro de manipular el tiempo, la tarea imposible del hombre, dar marcha atrás, revivir a nuestros muertos, un prodigio que según Lucano sólo pertenece a los dioses. La universalidad de su poesía nace de esta cualidad porque atañe a lo que todos los hombres experimentan ante el tiempo y el espacio, dos experiencias que no se revelan a los sentidos.
No necesitamos el dato biográfico para saber que Seamus alguna tarde de verano cayó en una acequia que lo inundó de agua verdusca y líquenes, con lo cual cumplió un acto de iniciación que lo hermanaría con la naturaleza; tampoco necesitamos saber que Heaney se deslumbró al leer la obra The Bog People, (La Gente del pantano) de P. V. Glob, la cual narra el hallazgo de una serie de cadáveres de la edad de hierro conservados de una manera asombrosa en los turbales de Jutlandia, Dinamarca, y que al saber que estos hombres habían sido sacrificados, debido a un extraño proceder de la época, tendió un vínculo inmediato con los asesinatos que se realizaban en la presente Irlanda del norte. Ni necesitamos elucubrar acerca de su amor por el acto de unión amoroso, pues tenemos su poesía que nos dicta desde una profundidad auditiva. Tenemos poemas como “Réquiem por los labriegos”, “Extraña fruta”, “Acta de unión” y tantos otros que nos imposibilitan la comunicación pero que cumplen con la consigna que Aristóteles daba a las palabras, “el trabajo de las palabras es dejar ver el pensamiento”.
Heaney va aun más allá, sus palabras dejan ver las sensaciones, los aromas, las tonalidades de luz, siempre desde su oído profundo, desde una sutil experiencia del que le da una personalidad irlandesa al lenguaje. Una personalidad amable, de gente noble que trabaja la tierra, la cual contradice la idea de Ted Hughes quien ve el inglés –según su poema “Thistles” (“Cardos”) – como una lengua fundamental tan erizada y afilada como las chispas en las fraguas de Islandia.
Insisto, Heaney cambia las distintas historias, la del lenguaje, la del tiempo, su poesía, como pedía Benjamin, trastoca el pasado al recorrerlo. Logra, como escribió Valente: “Crear, en suma, lo que es ya ruina, duración, la piedra fracturada; entrar no ya en el hoy, sino directamente en la memoria.”
Desde hace algunos años, Pura López Colomé ha emprendido una labor que supera el trabajo de introducción, análisis o traducción de la obra de Seamus Heaney. Debido a su compromiso con el love’s labour lost (el abandonado amor por el trabajo), Pura ha ido dejando las pistas para descubrir la figura del poeta irlandés; a través de sus traducciones lo descubrimos, encontramos sus versos y su verdadero rostro, su poesía.
Tal y como decía Remy de Gourmont, la prueba suprema aplicable a un libro es que tras las palabras, percibamos el trabajo de una inteligencia extraordinaria, así sucede en SONETOS, de Seamus Heaney, traducido por Pura y Luis Roberto Vera.
En esta obra encontramos un mundo aparte del mundo real, más allá del presente y sus posibilidades. Una vez más, Seamus nos toma de la mano y nos muestra el mundo del Ulster, un mundo poblado por sombras, por recuerdos y sensaciones calladas. Es extraño, pero al hablar de Heaney, uno sentiría que está utilizando el mismo lenguaje que se utiliza para hablar de un novelista. Quizá porque en la poesía de Heaney está presente todo el mundo, excepto él mismo. En Heaney el egotismo está superado, podemos encontrar a sus padres, sus amigos, algunos amores, alguna referencia a los actos violentos en el norte de Irlanda, y al mismo tiempo, notaremos que hay un ausencia, un vacío.
Su poesía no comunica pues, como decía el poeta José Ángel Valente, “La poesía no sólo no es comunicación; es, antes que nada o mucho antes de que pueda llegar a ser comunicada, incomunicación, cosa para andar en lo oculto, para echar púas de erizo y quedarse en su agujero sin que nadie nos vea, para encontrar un vacío secreto, para adentrarnos en una habitación adornada cuya puerta se pueda cerrar desde dentro sin que nadie en el exterior sospeche que una puerta se disimula en el muro, y para estarse allí en el claustro materno, seguros y escondidos, sin que nadie aparezca, sin que nadie nos saque a la luz pública, desnudos e indefensos, nos saque y nos suplicie y nos repita la sorda letanía cotidiana, la letanía aciaga de la muerte.” Talvez por esto la lectura de SONETOS, nos provoca una sensación de desasosiego, pues por un lado se palpa la ausencia de Heaney, y por el otro, por medio de la intuición, uno accede directamente a su fuero interno. Se puede contemplar los motivos de su obra, mediante una línea de luz, uno puede conocer la rabia que lo invade cada vez que recibe la noticia de un acto violento, y paralelamente, se trasluce su fascinación por los objetos, su pasión por esta forma de ser penetrado por los elementos. En su obra está el milagro de manipular el tiempo, la tarea imposible del hombre, dar marcha atrás, revivir a nuestros muertos, un prodigio que según Lucano sólo pertenece a los dioses. La universalidad de su poesía nace de esta cualidad porque atañe a lo que todos los hombres experimentan ante el tiempo y el espacio, dos experiencias que no se revelan a los sentidos.
No necesitamos el dato biográfico para saber que Seamus alguna tarde de verano cayó en una acequia que lo inundó de agua verdusca y líquenes, con lo cual cumplió un acto de iniciación que lo hermanaría con la naturaleza; tampoco necesitamos saber que Heaney se deslumbró al leer la obra The Bog People, (La Gente del pantano) de P. V. Glob, la cual narra el hallazgo de una serie de cadáveres de la edad de hierro conservados de una manera asombrosa en los turbales de Jutlandia, Dinamarca, y que al saber que estos hombres habían sido sacrificados, debido a un extraño proceder de la época, tendió un vínculo inmediato con los asesinatos que se realizaban en la presente Irlanda del norte. Ni necesitamos elucubrar acerca de su amor por el acto de unión amoroso, pues tenemos su poesía que nos dicta desde una profundidad auditiva. Tenemos poemas como “Réquiem por los labriegos”, “Extraña fruta”, “Acta de unión” y tantos otros que nos imposibilitan la comunicación pero que cumplen con la consigna que Aristóteles daba a las palabras, “el trabajo de las palabras es dejar ver el pensamiento”.
Heaney va aun más allá, sus palabras dejan ver las sensaciones, los aromas, las tonalidades de luz, siempre desde su oído profundo, desde una sutil experiencia del que le da una personalidad irlandesa al lenguaje. Una personalidad amable, de gente noble que trabaja la tierra, la cual contradice la idea de Ted Hughes quien ve el inglés –según su poema “Thistles” (“Cardos”) – como una lengua fundamental tan erizada y afilada como las chispas en las fraguas de Islandia.
Insisto, Heaney cambia las distintas historias, la del lenguaje, la del tiempo, su poesía, como pedía Benjamin, trastoca el pasado al recorrerlo. Logra, como escribió Valente: “Crear, en suma, lo que es ya ruina, duración, la piedra fracturada; entrar no ya en el hoy, sino directamente en la memoria.”
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