
¿Qué es un poeta? ¿Un rimador, un músico? Arthur Rimbaud y Victor Hugo coincidieron en la respuesta: un vidente. ¿Es qué la silla del poeta es tan estrecha que no se puede compartir? No lo creo, ésta la silla es un palacio a la cual se entra por la puerta grande antes de que las musas coloquen una corona de laurel en las cabezas dignas de ella.
El hijo del sol, Rimbaud, nació en Charleville, poblado vecino en aquel entonces de un departamento más pretigioso, Mézières, miembro de una familia conservadora, la cual fue abandonada por el padre; la madre quedó a cargo de la educación familiar. Arthur, el segundo de cuatro hijos, serio y tímido, durante sus primeros años no sería más que la sombra de su hermano mayor, Frédéric. La madre puso especial atención a la educación de sus hijos, en primer orden, por el síndrome recurrente en algunos padres: temía que los niños salieran como sus dos tíos, mala cabeza y holgazanes. El padre fugitivo no era de la zona, ni siquiera del norte de Francia: borgoñés originario de Provenza, que llevó una vida muy parecida a la de Arthur. Fue recluta, llegó a Capitán. De cara idéntica a la de su hijo. Llegó a Argelia como teniente y allí, debido a la afición y facilidad para los idiomas dominó rápidamente el árabe. Para 1847 ya era jefe de la Oficina árabe de Sebdou; puesto que mantuvo hasta abandonar Argelia. Su carrera fue brillante, lo contrario de lo que se podría creer, pues se le adjudicaba por ignorancia el aspecto difícil del carácter de Arthur; lo cual es descartado al saber que le fue concedida la medalla de Crimea, la medalla militar de Cerdeña y en 1854 se le hizo caballero de la Legión de Honor. En este país trabajó en varias obras literarias, dejándolas en esbozo: Correspondencia militar, Elocuencia militar y Libro de guerra. También tradujo el Corán al francés. La revolución de 1848 provocó cambios en la administración de Argelia; lo cual provocó que se volviera a la metrópoli a los “Chasseur d’Orléans”, el regimiento del teniente Rimbaud abandonó Argelia en 1850. Dos años después se le ascendió a Capitán y lo destinaron a Mézières. Una mañana de domingo andando en Charleville conoció a Marie–Catherine–Felicité–Vitalie Cuif.
La familia materna de Rimbaud, los Cuif, poseía pequeños terrenos, y una granja en Roche. El padre cuidaba todo esto con ayuda de dos hijos, hijo hija, existiendo un tercer barón, Jean-Charles-Félix; éste era un individuo alocado, apodado, era conocido como «el africano» pues llegó como un aventurero hasta Argelia; en realidad el viaje era huyendo de la policía, pues se le acusaba de ladrón. Un par de años después de que la hermana contrajera nupcias regresó a Charleville. Murió doce meses después, a los treinta años. El otro hermano, Charles–Auguste era más joven que Vitalie y se casó a la edad de veintidós años, escapando de la tiranía familiar. No obstante la libertad ganada, se volvió un alcohólico, golpeaba a su mujer, quien le abandonó, sin mayor problema. Charles-Auguste después de una serie de peleas legales con su hermana, terminó vagabundeando por la zona, cosa que avergonzaba a la misma Vitalie.
Estos dos antecedentes fortalecieron el juicio de Vitalie: una educación estricta llevaría a sus hijos por el buen camino. Lo cual mostró lo deseosa que estaba de que sus hijos tuvieran un futuro brillante y estables; aunque a final de cuentas consiguió su cometido ...y de qué manera. Mme. Rimbaud no dejaba, cuando niños, que Frédéric ni Arthur se juntaran con los niños de su misma edad, pues creía que eran superiores por las modestas posesiones que habían heredado.
Se dice que nuestro poeta nació en una casa de la calle Dúchale: tiendas, comercios, gente y coches al predominaban en la zona. Hay una historia sobre el bebé Rimbaud, Paterne Berrichon narraba que apenas bañado Rimbaud, al dejarlo la enfermera sobre la cama para ir por unos pañales limpios, cayó de la cama e intentó llegar de algún modo hasta la puerta; la enfermera alarmada no lo encontró en su lugar y se puso a buscarlo. Una historia bonita, pero poco verosímil. Quizá la versión fue manipulada por el mismo Rimbaud, afectado por sus lecturas constantes y resonantes. En Merlín el mago, de Quinet, se relata algo muy parecido: La madre de Merlín lloraba amargamente, pues el padre de la criatura era el mismo Lucifer; el bebé harto de los lamentos maternos pidió –en perfecto anglosajón– a la madre que dejara de llorar, esto la trastornó, haciendo que soltara al bebé. Merlín se levantó, tomó un libro del escritorio, y empezó a leer en voz alta para consolar a su madres.
Los problemas empezaron por la –ya mentada– discrepancia de caracteres; ella era muy conservadora en sus ideas religiosas, el Capitán, librepensador. Se dice que Vitalie quería tratar a su marido como a sus hijos. El Capitán Rimbaud abandonó a Vitalie horas antes de que Arthur naciera, regresó seis años después para volverla a dejar encinta de la más pequeña de la familia, Isabelle. Se sabe que el Capitán murió en Dijon el año de 1878.
Vitalie asumió la responsabilidad con un carácter medrado por la muerte de su padre, el abandono del marido, apuros económicos y cuatro bocas que alimentar. La falta de comunicación afectó a los chicos, creando en ellos la larga sombra larga que distingue a los niños infelices; como Hugo escribió caminaban con la tristeza a cuestas “¿A dónde van esos niños que no ríen?”
Los barones entraron a la escuela hasta los nueve y ocho años respectivamente, pues la madre se había encargado de la educación; no obstante había llegado el momento de que conocieran materias que ella desconocía: latín y griego.
Arthur inicialmente detestaba aprender estas dos lenguas “que nadie habla”. Todos los días eran aburridos, pero para Rimbaud los domingos llegaron a ser insoportables; deseaba ser como los demás niños, deseaba ser otro; no este que ni él mismo sabía qué había hecho mal, ni cuándo, para estar así; y con esa familia que no lo dejaba solo, ni lo acompañaba. Arthur sufría la maldición del genio dentro del núcleo familiar.
Después de un tiempo de adaptación Rimbaud empezó a aprovechar la escuela –tenía que hacerlo, pues la madre le decía constantemente el rosario esfuerzos que hacía para darles esa educación–, logró a ser un alumno excelente, el latín fue tan fácil que ganaba los concursos de composición. Esto lo separaba un poco de los trabajos de la granja, inspirándole que podía hacer alguna cosa, e iba ganando un poco de confianza en sí mismo. No obstante, al llegar al hogar regresaba a ser –diría Sartre– “el idiota de la familia”. Este niño que era golpeado y humillado por su madre, quería ser otro, clamaba desde su ser silencioso de niño. Y de momento descubrió el oro molido que es la lectura, “el único lugar donde se está tranquilo en la casa”. Se internó en ellos, siguiendo la sugerencia de otro artista de provincia que nunca conoció, Gustave Flaubert: “La única manera de soportar la existencia es aturdirse en la Literatura como en una orgía perpetua”.
Pasaron varios libros por sus manos, los pedía prestados en la biblioteca colegial, y aquellos que le eran inasequibles los pudo leer gracias a sus robos; que como todos los robos de libros, se hacen con la jurada intención de que algún día serán devueltos. Sin embargo, Rimbaud no podía hacerlo, pues arriesgaba ser descubierto y exhibido con su madre. Otros tantos de los libros que llegó a leer le fueron regalados como premio a concursos en que lograba el primer lugar. Era muy buen alumno, no obstante, algún maestro señaló que: “ese niño acabaría mal”.
La familia se cambió de domicilio, esta vez al muelle Madeleine, a orillas del Mosa. Arthur ya contaba con la edad de trece años, y tenía dos buenos amigos: Delahaye y Labarrière, quienes en conjunto se auto-nombraron “los tres Mosqueteros”.
A los quince años Rimbaud publicó un poema en “La revista para todos”, fue escrito a la manera de los parnasianos, (¿o al estilo de Victor Hugo?). Y es aquí donde hace acto de presencia –aunque de manera velada– el poeta exiliado desde ya diecinueve años por cuestiones políticas. La segunda aparición es gracias al maestro Izambard, quien conoció a Rimbaud un poco prejuiciado, pues sabía que el hecho de ser un alumno tan apreciado por los maestros, muchas veces es debido más a las lisonjas y al servilismo que al talento o esfuerzo. Lo que no esperaba es que encontraría a un genio.
Izambard fue el primer maestro que directamente influenció a Rimbaud, pero como todo buen maestro dio más libros que opiniones personales. La educación de Arthur fue muy parecida a la de la escuela del siglo V a. c., la cual era tomada por voluntad e interés, más que fuerza y obligación. Y es aquí donde Izambard no estorbó a Rimbaud, lo dejó ver la luz del sol, no su propia versión del fenómeno.
Entre estas lecturas están la generación de la Pléiade y Villon (maravilloso mártir de la literatura y la libertad), así como escritores rebeldes en su tiempo, Rabelais, Montesquieu, Voltaire, Rousseau y Hemetius. También conoció a los parnasianos. Y de Hugo leyó su obra Los Miserables, a la cual Riambaud calificó de “poema completo”; el hallazgo de aquel libro en las manos de Arthur no agradó a su madre, y le ocasionó ser castigado. Ella intuía de dónde venía el libro, así que mandó una carta al maestro Izambard:
“Muy señor mío:
Le estoy extraordinariamente agradecida por todo lo que hace usted en beneficio de Arthur. Le prodiga usted sus consejos y le dispensa sus enseñanzas cuando termina el horario escolar, dedicándole una atención a la que no tenemos derecho.
Pero hay algo que no puedo aprobar, como, por ejemplo, la lectura de un libro como el que le ha dado usted hace pocos días (los miserables, de V. hugot (sic). Usted sabe mejor que yo, señor profesor, que es preciso tener mucho cuidado en la elección de los libros que se ponen al alcance de los niños. Por eso creo que Arthur ha conseguido ese libro sin que usted lo supiera, porque sin duda sería peligroso permitirle semejantes lecturas.
Aprovecho esta ocasión, señor profesor, para presentarle mis respetos.
Viuda de Rimbaud
Si Rimbaud quería ser otro, Hugo postuló ser Chateaubriand o nada, aquí hay más de dos opciones, pero cuando se pide ser otro, demandas la universalidad infinita, no sólo un animal –definido según Aristóteles, como todo aquel organismo que respira y que tiene procesos orgánicos–, ser otro, es ser todo, todas la sustancias que no sean esa esencia que envuelve al creador del concepto.
Las lecturas son la manera indirecta, tanto como la escritura, de mutar, llegar por momentos a dejar de existir, o empezar a hacerlo. En Rimbaud por su inconclusa lectura de Los Miserables quedaron varios gérmenes, estos permanecieron mudos, en esas capas del cerebro que para abrirse necesitan una llave que llega con el tiempo, o experiencias que otros poseen. Rimbaud siguió haciendo sus lecturas a hurtadillas de Los miserables; quizá llegó al libro quinto, cuarto capítulo intitulado “Un corazón bajo una piedra”.
Rimbaud mantuvo con ese amigo indiscreto, quizá irreverente, que señaló en el prólogo de su libro: “Este libro debe ser leído como el libro de un muerto”, quien nuevamente era el poeta desterrado, Victor Hugo y su obra Las Contemplaciones. En esta ocasión le aportó el hálito de varios poemas y las bases de la teoría contemplativa, –probablemente con mayor fuerza que el mismo Baudelaire, y no como comúnmente se piensa–. Entre estos hallazgos está un verso que reflejará la personalidad, a los ojos de Rimbaud, de su madre, en el poema “Ce que dit la bouche d´ombre” (“Lo que dice la boca de la oscuridad”). A partir de entonces cada vez que Rimbaud hablé con un tercero de su madre la nombrará “...la boca de la oscuridad”.
Las Contemplaciones hugolianas muestran una biografía del alma de su autor, el quien cree que ha llegado “al borde del infinito”; y ese libro, junto al de Los Castigos, es de los últimos libros en verso que escribe. Obviamente el nivel de Las Contemplaciones llega a grados de profundidad muy difíciles de alcanzar y entender. Es en ellos donde Hugo vertió una serie de reflexiones –a final de cuentas en inglés es lo que significa “Contemplation”, tomando en cuenta que lo terminó en Guernesey– acerca del mundo, el alma, lo perdido y lo añorado.
Hugo expía sus culpas en este libro, salda sus deudas elaborando poemas que llegan a ser homenajes públicos (Léopoldine, Charles Vaquerie y su hermano, Alexandre Dumas, Mme Émile de Girardin, entre otros) y también homenajes muy personales como con su amante Juliette Drouet y a la hija de ella. Hugo cierra el tomo el “2 de noviembre de 1855, día de muertos”. Después de esta obra se libera de muchos sufrimientos que hasta el momento arrastraba: la traición bonapartista, la muerte de su hija Léopoldine junto con su esposo Charles Vaquérie en Villequier, y algunos asuntos relacionados con su obra como el fracaso en el teatro con Los Burgraves. Sin mencionar el dolor que le causó dejar París, casa y amigos, por temor a ser encarcelado.
En su exilio Hugo se refugió en la nigromancia; junto con otros amigos formaron sesiones espiritistas, donde llegaban a invocar personajes entrañables como Shakespeare, Dante, Molière y a la misma Léopoldine. Hugo leía sobre alquimia, magia y misterios, tanto como Rimbaud que años después encontró la maravilla de la alquimia. En casa de Hugo estuvieron hablando con los espíritus desde 1853 a 1855.
Rimbaud intentó ser mago, mago de la palabra, no se crea que se desmerita el género, ni son sofismas estos términos.
Rimbaud empezó sus excursiones, sus pequeñas fugas, sin importarle que la guerra franco-prusiana estuviera sucediendo. Es gracias a estos escapes que conoce al “Durmiente del valle”. Las clases habían sido suspendidas a causa de la guerra franco-prusiana, Rimbaud se encontraba animado por una serie de premios que había ganado y se abalanza hacia París para comérselo a bocados. Creyente de que será periodista y llegará a vivir de su pluma, ilusión de tantos jóvenes escritores, es arrestado antes de llegar; pues la emoción lo encegueció al grado de no impedirle recordar que sin pase no se concluye el viaje. Mandó una carta al maestro Izambard, quien lo sacó del apuro sin dejar de reprenderlo para que entrara en razón. La madre, enterada de que Rimbaud estaba con Izambard, pensó que la influencia del maestro era perjudicial. No obstante, Rimbaud volvía a escapar a otros lugares, y una segunda ocasión parte hacia París, salvo que esta vez sí pagó el boleto; tenía dinero por la venta de un reloj otorgado como premio en un concurso de composición. No obstante, a diferencia del primer intento, para este momento, París no era una ciudad en paz, a los pocos días las tropas germanas desfilarían por primera vez sobre los Campos Elíseos.
El viaje de Rimbaud en cierto modo fue forzado por los problemas políticos; no era inconciente de lo que se veía llegar, no obstante, él quería ayudar a Francia, quería ayudar al mundo. No regresó al instituto como Delahaye y Labarière pues creía que había cosas más importantes que hacer.
Llegó a casa del caricaturista André Gill. Éste no estaba, no obstante, Rimbaud entró se acomodó en un sofá para esperar aunque el cansancio del viaje hizo que Rimbaud se quedara dormido antes del regreso de Gill. Al llegar a su casa después de la faena del día lo encontró, sorprendido de la triste y joven figura que se encontraba. Lo despertó y Rimbaud se presentó entre bostezos: “Soy Arthur Rimbaud, vengo de Charleville, soy un poeta que viene a ganarse la vida en París.” Gill sintió simpatía por aquel niño, le dio todo su capital: diez francos, y le explicó que estaría mejor al regresar a casa con su madre. Rimbaud aceptó el dinero, salió, pero sin la menor intención de regresar a Charleville. Al merodear las cenicientas calles parisinas, Rimbaud encontró algunas novedades de literatura; de éstos sólo pudo leer El acero candente o los nuevos castigos de Glatigny.
Rimbaud no obtuvo trabajo en su estancia, no obstante aquí emergen nuevos cuestionamientos ¿por qué no regresó a casa? ¿no sentía la extraña carencia en la que, por voluntad, está atrapado? Quizá sea porque cada situación, cada circunstancia es la misma salvo que podemos manipular la interpretación; es decir, Rimbaud alguna vez ya estuvo en París muriendo de hambre, quedándose debajo de los puentes, a final de cuentas sus lecturas lo influenciaron, no sólo en su arte poética, pues es aquí donde Rimbaud nos muestra la influencia de cierta manera de leer, asimilar y llegar a nutrirse con los libros que caen en nuestras manos. Somos un poco lo que leemos, y una misma leyenda no nos arredra dos veces. Rimbaud en su viaje literario por el París de los años treinta, un viaje siendo otro, siendo Gavroche, aquel personaje de Los Miserables. Ese pequeño niño arrojado a la vida de un puntapie por sus padres. Éstos, los Tenardier, dignos de incluirse en la historia universal de la infamia, no sólo dieron a Gavroche la indigencia, también dos hermanos, que arrojados a la calle, quedaron al cuidado del hermano. Gavroche al llevar a sus dos hermanitos a su casa, es decir al elefante situado a un costado de La Bastilla, demostrará ser un ser piadoso ante los inferiores, como muchas veces nuestro Rimbaud demostró serlo. El elefante, era un lugar plagado de ratas, alimañas y humedad servía de refugio al niño indigente. La persuasión que alcanza Hugo en Los Miserables es de las más logradas en la literatura universal. Esta lectura ayudó a Rimbaud a conocer el futuro, algo similar sucede después de presenciar una tragedia griega, ya no es tan fácil sorprenderse por la crueldad humana.
En esos días Rimbaud fue plagado de piojos, y al par que no cambiaba de ropa llegó a tener enfermedades dermatológicas. Semanas después regresó a Charleville por motivos desconocidos. No lo hizo inmediatamente, así que, siendo el mismo periodo en que se llevaran acabo las manifestaciones de la Comuna, participaría en éstas.
Durante su militancia en la Comuna escribió la “Carta del Barón Petdechèvre (Pedo de cabra) a su secretario en el castillo de Sainte–Magloire (Santa–Migloria)”. Éste es un texto cargado de una gran ironía, que muestra las convicciones socialistas de Rimbaud. Él estaba dispuesto a dar la vida por el pueblo francés, y la perdió. Los comuneros fueron arrestados, trasladados al cuartel de la calle Baylone. Algunas versiones sugieren que aquí fue violado por unos soldados; la experiencia arrojó a Rimbaud al vació. Arthur era el niño de la gran conciencia, el poeta que intentaba ver los lindes del infinito, no obstante sólo era un niño. Sus experiencias físicas siempre estuvieron limitadas a los castigos de su madre, la caricia del viento en sus escapes, la luz del sol, y la mugre de las calles, pero sexualmente era puro. Un chico que enmudecía al tener a una compañera de aula frente a él. Sin embargo, después de esto se gesta –ayudado por su otro Gavroche– el Rimbaud poeta, no el nuevo Rimbaud, porque en este caso “nuevo” y “viejo” no quiere decir nada: era el vidente Rimbaud, el poeta que busca y sólo quiere ser poeta. Victor Hugo pudo haber enloquecido –como su abuelo o su hermano– al sufrir la dolorosa pérdida de sus hijos (Charles Vaquérie y Léopoldine), la traición bonapartista, el exilio; pero un poeta no se cae a golpes de ariete. El poeta tiene los ojos en dirección a otro lugar, el abismo. El poeta olvida conceptos, objetivos e ideales como el éxito, la fama, la felicidad; como la ypsilón pitagórica “Y”, la encrucijada sólo te lleva por dos caminos, el regreso o seguir tu destino. Lo que le pase al poeta, cada una de las situaciones, alimenta al dragón, éste que creará el fuego donde se forjan los versos de acero.
Rimbaud regresa a Charleville y crea un poema que no se entendió del todo:
"El Corazón del bufón"
Mi triste corazón babea la popa,
Mi corazón atascado de caporal:
Aquí le arrojan chorros de sopa,
Mi triste corazón babea la popa;
¡bajo el desmadre de la tropa
que desborda una riza general,
mi triste corazón babea la popa,
mi corazón colmado de caporal!
Itifálicos y soldaldescos
¡sus insultos lo han depravado!
En la víspera crean frescos
Itifálicos y soldadescos
Oh, oleajes abracadabrantescos,
Reciban mi corazón, que sea salvado:
Itifálicos y soldadescos
¡Sus demadres lo han depravado!
Cuando ellos sequen sus chicotes,
¿cómo actuar, oh, corazón robado?
Se escucharán aullidos báquicos,
Cuando ellos sequen sus chicotes:
Tendré sacudones estomáticos
Si mi triste corazón está rebajado;
Cuando ellos sequen sus chicotes,
¿cómo actuar, oh, corazón robado?
Mayo 1871
La siguiente entrada a la escena parisina es más conocida, obtiene la dirección de Paul Verlaine, poeta a quien admira; le escribe y consigue de él apoyo, no sólo moral, también lo invita a visitarlo en París.
Verlaine en ese momento vive con sus suegros, los Mauté de Fleurville. Y a esa casa llega el vidente, con ojos encendidos, e ira en la lengua. Rimbaud es un otro que ha dejado atrás al niño genio del liceo y los concursos. Rimbaud no sólo estaba molesto con Izambard, por regresar a dar clases con la presteza de un corderito, también por no entender su “Corazón del bufón”, en donde Rimbaud relataba el pánico del instante ante la violación “¿Cómo actuar, oh, corazón robado?”. Era característico en Gavroche su rebeldía e insolencia ante la burguesía, Rimbaud y los tirones que le han dejado no le permiten respeto por nada que no se lo merezca. Ha perdido algo, jamás lo encontrará, no obstante hay cargas que estorban el viaje del vidente. Rimbaud entabla una buena relación con Verlaine; y se da cuenta que siempre es paciente y comprensivo para sus irreverencias, sus groserías, sus hedores y piojos.
Rimbaud descubre que Verlaine está enamorado de él. Esto no le arredra, el poeta tiene sus propias reglas, y las de Rimbaud son más cercanas a las de un filósofo del siglo V a. C. que a los de un versista. Ahí está, la educación que necesita Rimbaud tiene que ser como en los tiempos de los sofistas, o después, donde Sócrates enseñaba a Platón los secretos de la sabidurías; el tiempo donde el amor heterosexual era para las clases inferiores, según Platón. Verlaine no crearía un Alexandro, pero Rimbaud sí necesitaba un maestro sofista, que le entendiera. El efebo estaba tan cerca para la personalidad de Rimbaud que podía corresponder al amor de Verlaine, sin perder nada ¿pero qué se pierde cuando no tienes nada?
Rimbaud se dio cuenta que la humanidad había pasado por una línea frágil, tanto que no supo ni en que momento fue. Esa línea fue la que divide el tiempo donde no había ni bien, ni mal, y la presente, la decadencia humana. Rimbaud pensó que si existiera la oportunidad de que un hombre sólo pagara por todo el mundo, él se sacrificaría, él sería el gran maldito.
Esa idea es ancestral, parece difícil de comprender, pero tenemos la literatura de Esquilo, Sófocles y Alfonso Reyes que nos pueden ayudar. En Los siete contra Tebas –se sabe que es la batalla de los hijos hermanos de Edipo y Yocasta, Eteocles y Polinices. Estos ofrecieron de comer al padre en los cubiertos de plata que alguna vez fueron de Layo, padre y victima de Edipo; a éste le pareció una burla, y no se los perdonó, les pronosticó que entrambos se matarían. Eteocles y Polinices, ya muerto Edipo y enterrado en Colonó, comenzaron a turnarse el reinado de Tebas. Polinices salió de la ciudad, pues Eteocles empezaría gobernando el primer año. Polinices es traicionado, y con la ayuda de seis generales vecinos atacará Tebas. Los tebanos protegidos por las murallas son casi invencibles. El adivino Tiresias les hace saber entonces que es condición para la victoria sobre Tebas el que alguno del ejército de Polinices fuera sacrificado en la cueva del Dragón. El joven Meneceo (otro Gravroche) escuchó la profecía, y corrió sin poder ser detenido, y se apuñaló en lo alto de la montaña, el cuerpo se derrumbó y cayo por los contornos blanco de la colina hasta llegar a la cueva del Dragón, y su sacrificio logró la victoria.
La historia de Meneceo nos la representa constantemente Rimbaud, quien que ve en el sacrificio personal el bien de todos los otros, y lo ejecuta sin titubeos.
Por su parte Hugo al terminar Las Contemplaciones suscribe a tantos filósofos quienes también ven en el dolor la cuna del las ideas, por ejemplo: Sócrates, Demóstenes, Estoico, Crátes, Francis Bacon (el ensayista inglés), Ovidio, Boecio y Dante. Llegan a gozar el dolor, el dolor que vincula lo físico con el espíritu.
"Yo seré otro", "yo seré Chateaubriand o nada", el único delito del poeta es vivir todas las sensaciones. Victor Hugo en El hombre que ríe, obra que Rimbaud conocía bien, declara: “Yo seré la voz del débil, seré la voz de los que no tienen voz.”
Sabemos que Rimbaud conocía esta obra, pues el término los “comprachicos” es utilizado en la “Carta del vidente”. Donde clama por ser un otro, llegar a perderse en la contemplación de las cosas y ser todos los hombres.
“Los románticos habían entendido bien esta verdad esencial, que la poesía es una creación donde el poeta, no tiene una clara conciencia. El “yo” rimbadiano no es un “yo” conciente. En Los Paraísos artificiales, Baudelaire desarrolló una idea donde Rimbaud pudo encontrar una sugestión interesante. Él hablaba de la vida universal donde el hombre se confunde y se pierde. Bajo la influencia de la ebriedad «la contemplación de los objetos exteriores nos hace olvidar nuestra propia existencia».
Al llegar a Guernesey Hugo pregunta a su hijo: –¿Qué harás? –Traduciré a Shakespeare –contestó– ¿y tú? –Contemplar el mar –dijo el poeta. Podemos preguntarnos ¿qué encontró Hugo en su contemplación?
"Al borde del infinito"
XIV
¡Oh precipicio!
¡Oh precipicio! El alma profundiza y trae la duda
concebimos sobre nosotros las dichas, gota a gota,
Caer como el agua sobre el tejado plomizo;
El hombre es bruma, el mundo negro, el cielo es sombrío
Las formas de la noche van y vienen en la sombra;
Y nosotros, pálidos, nos contemplamos.
Contemplamos lo oscuro, lo desconocido, lo invisible.
Sondamos lo real, lo ideal, lo posible,
El ser, espectro siempre presente.
Observamos temblar la sombra indeterminada.
Estamos recargados sobre nuestro destino,
El ojo fija y el espíritu tiembla.
Espiamos los ruidos en esas vidas fúnebres;
Escuchamos el soplo, errante en las tinieblas,
El cual congela la oscuridad
Y, por momentos, perdidos en noches insondables,
Vemos aclararse por resplandores formidables
El vitral de la eternidad.
Marine–Terrace, septiembre 1853.
Y Rimbaud al contemplar por primera vez el mar suspiró:
"La Eternidad"
La reencontramos
¿Qué? – La eternidad
es el mar aunado
con el sol.
Alma centinela,
murmullos la expían
de la noche tan nula
y del día ardiente.
De sufragios humanos
de impulsos comunes,
Allá te liberas,
Pues dicen, vuelas
Puesto que ustedes solos
Brasas satinadas
El Deber se exhala
Sin que se diga: al fin.
Allá no hay esperanza,
ningún orietur.
Ciencia con paciencia
el suplicio es seguro.
La reencontramos
¿Qué? – La Eternidad
es el mar mezclado
con el sol.
Mayo 1872
1 comentario:
Me tocaste el corazón.
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