Si pensamos como G.K. Chesterton acerca de las Cruzadas, podemos decir que: “[...] la reacción que tuvo esta aventura contra un enemigo tan fuerte y misterioso en la transformación de Inglaterra ha sido enorme, de la misma manera que lo fue a todas las naciones en vías de desarrollarse junto con ésta [Francia, Alemania y España]. Nosotros hemos aprendido bastante, tanto de lo que los sarracenos hacían como de lo que no hacían. Al estar en contacto con algunas cosas que nosotros no tenemos, tuvimos la fortuna de saber imitarlos”.[1] Y esta “fortuna” dio a Occidente la posibilidad de reinventarse en un campo fundamental como era el amor. Es verdaderamente difícil el admitir que uno de los resultados de las Cruzadas, que a final de cuentas eran unas guerras puramente comerciales, sea una gran aportación al concepto de amor o a las costumbres, sin embargo hay que decir que Europa estaba agotada cultural, política y moralmente en el momento que las expediciones comenzaron.
En suma, como resultado concreto podemos mencionar el cambio que experimentó el concepto de amor. Pues en éste se da un estadio del amor antes de las Cruzadas y uno posterior. El amor anterior a éstas estaba libre de fineza, de cortesía y de sutilezas, pues era una suerte de contrato y de convenio para los dos amantes. La noción de matrimonio (que no “enamoramiento”) era concebido por ideas masculinas cuya característica no era otra que la satisfacción carnal y la procreación; al mismo tiempo que la silenciosa presencia del homosexualismo rondaba en la atención de los pobladores, con lo cual se veía a la mujer como un elemento secundario de la sociedad. El matrimonio no era más que un proceso puramente comercial, donde la voluntad femenina no tenía importancia alguna. Esta dinámica sorprendente era el cincel de una época esculpida por el cristianismo. Por lo cual, la dicha, el placer y la alegría de vivir eran cosas dignas de reproches y calumnias.
En la nueva época, en el nuevo estadio, ciertamente hay una influencia femenina mayor en el campo sentimental, cultural y moral. Paulatinamente, como un resultado a lo largo del proceso de secularización, las mujeres comenzaron una nueva concepción, aunque hay que admitir que no dejaba de ser sólo para el extracto de las clases privilegiadas, donde el poder era más cercano a ellas. Es en ese momento, donde las mujeres tienen la posibilidad de reflexionar y leer, costumbres que antes no se tenía en lo absoluto, comienza a haber la posibilidad de desconfiar de los hombres y sus palabras, y a partir de sus reclamaciones, la fidelidad en los hombre juega un rol preponderante. Los poemas de Christine de Pisan son una buena prueba de ello. Prueba de este cambio es el furor medieval por hablar de un “príncipe azul”, el cual se podrá interpretar como no otra cosa que una casualidad, aunque al hacerlo se estaría cometiendo un error. Porque el azul era interpretado, dentro de ese universo simbólico, como el color de la fidelidad por antonomasia. Es decir, las mujeres pensaban que un caballero, o un príncipe vestido de azul, más que estar aliñado, era un caballero siempre fiel. Y también, en el hilo de esta lógica medieval, del color se podía pensar que un esposo que vistiera de amarillo, era un marido “cornudo” (cocu).
Al mismo tiempo, se podría pensar en otro tipo de resultados como el cambio de estilo en la literatura. Es decir, en esta nueva manera de hacer literatura había las intención de lograr dulces sentimientos, y con esto se cambiaba el fácil sentimentalismo por un tipo de contemplación estética. Vale traer a cuento, en esta mezcla de emociones, cuyo ejemplo se puede encontrar en versos como estos: “Il pousse un soupir ; mais bientôt lui vient une autre pensée ; il se dit qu’il lui faut accepter la souffrance, car il n’a rien d’autre à faire. Toute la nuit il reste éveillé, il souffre, il est au supplice ; en son cœur il se rappelle les paroles de la dame, son air, ses yeux lumineux, sa belle bouche dont la douceur l’atteint au fond du cœur. D’une voix faible il implore sa pitié, il n’est pas loin de l’appeler son amie. S’il avait su ses sentiments, à quel point Amour la tourmentait, il en eût été heureux, je pense ; un peu de réconfort aurait soulagé la douleur qui rendait son visage pâle[2]”. Esta mezcla nos muestra la complejidad de las emociones de las cuales algunas veces son totalmente contradictorias: amor y dolor. Y esta relación les daba una experiencia de vida mucho más compleja que la literatura precedente. En suma, en este nuevo estilo, hay una nueva manera de expresar el dolor o la alegría. Al mismo tiempo que nos muestra que los sentimientos de los hombres son también mutables, de lo cual el poeta Ezra Pound consideraba el más alto deber de la poesía: dar pruebas de qué tipo de sentimientos alberga el ser humano[3].
Posteriormente a estos cambios que hemos visto, es posible pensar que algunos sentimientos y todas las costumbres, aunque se piense que son naturales y eternos, son el resultado de procesos culturales muy precisos y muy localizables, por lo tanto son creación humana y popular y –por ende– sensibles a los cambios en ánimo de la gente. Lo cual da al traste con la creencia casi generalizada de que los sentimientos tienen algo de natural, de –como le llaman en filosofía– “dado”, y que se manifiestan como una fuerza de la naturaleza, cuyo origen está en la ideología.
V. Conclusión. Hacia una nueva interpretación del amor. Nuestra manera de enamoramiento puede cambiar
Mi método dialéctico no sólo difiere del de Hegel, en cuanto a sus fundamentos, sino que es su antítesis directa. Para Hegel el proceso del pensar, al que convierte incluso, bajo el nombre de idea, en un sujeto autónomo, es el demiurgo de lo real; lo real no es más que su manifestación externa. Para mí, a la inversa, lo ideal no es sino lo material traspuesto y traducido en la mente humana.
Karl Marx
Como acabamos de ver, el concepto de amor con todas sus implicaciones está unido a su geografía, a su cultura y es mutable. Lo cual quiere decir que un amor que es trágico en un período determinado puede ser un amor dichoso en una época distinta. El amor cortés puso a las mujeres en el centro de la atención masculina, las situó en la diana del arco amoroso y así se conservó durante varios siglos. Por lo cual, es posible decir que, bajo el influjo del nuevo culto a la Virgen María, el Amor Cortés dio un paso fundamental que le separó de otras religiones y culturas. Pues, si pensamos en las culturas semitas, el Islam y el Judaísmo, en las culturas japonesa y china, se verá que el Amor Cortés da un pequeño margen de existencia donde la mujer es menos agredida. Con esto no digo que haya motivos para vanagloriarse del resultado, ni creo que así se deban quedar las cosas. Al contrario, mi conclusión es que se debe cambiar la manera de concebir el amor donde las mujeres no son más que un “objeto del deseo” sino la otra parte equivalente de la especie humana. Y que es necesario que nuestra concepción del amor no sea más el pretexto para condenar a las mujeres a hacer lo que nosotros, los hombres, queremos. Por último, también es necesario que nuestra literatura tenga el poder de hacer ver las diferentes maneras que hay de concebir el mundo y nos quite el famoso yelmo de Perseo de la cabeza[4]. Es decir, hay que repetir la demolición que hizo Christine de Pisan, Louise Labé y otras autores al cambiar la concepción masculina del mundo para lograr una concepción del mundo a dos voces. Pues el mundo, hasta este momento, ha sido, solamente una triste versión masculina. Y, en la literatura que acabamos de recorrer se encuentra esta posibilidad de saber la otra voz del mundo.
En suma, como resultado concreto podemos mencionar el cambio que experimentó el concepto de amor. Pues en éste se da un estadio del amor antes de las Cruzadas y uno posterior. El amor anterior a éstas estaba libre de fineza, de cortesía y de sutilezas, pues era una suerte de contrato y de convenio para los dos amantes. La noción de matrimonio (que no “enamoramiento”) era concebido por ideas masculinas cuya característica no era otra que la satisfacción carnal y la procreación; al mismo tiempo que la silenciosa presencia del homosexualismo rondaba en la atención de los pobladores, con lo cual se veía a la mujer como un elemento secundario de la sociedad. El matrimonio no era más que un proceso puramente comercial, donde la voluntad femenina no tenía importancia alguna. Esta dinámica sorprendente era el cincel de una época esculpida por el cristianismo. Por lo cual, la dicha, el placer y la alegría de vivir eran cosas dignas de reproches y calumnias.
En la nueva época, en el nuevo estadio, ciertamente hay una influencia femenina mayor en el campo sentimental, cultural y moral. Paulatinamente, como un resultado a lo largo del proceso de secularización, las mujeres comenzaron una nueva concepción, aunque hay que admitir que no dejaba de ser sólo para el extracto de las clases privilegiadas, donde el poder era más cercano a ellas. Es en ese momento, donde las mujeres tienen la posibilidad de reflexionar y leer, costumbres que antes no se tenía en lo absoluto, comienza a haber la posibilidad de desconfiar de los hombres y sus palabras, y a partir de sus reclamaciones, la fidelidad en los hombre juega un rol preponderante. Los poemas de Christine de Pisan son una buena prueba de ello. Prueba de este cambio es el furor medieval por hablar de un “príncipe azul”, el cual se podrá interpretar como no otra cosa que una casualidad, aunque al hacerlo se estaría cometiendo un error. Porque el azul era interpretado, dentro de ese universo simbólico, como el color de la fidelidad por antonomasia. Es decir, las mujeres pensaban que un caballero, o un príncipe vestido de azul, más que estar aliñado, era un caballero siempre fiel. Y también, en el hilo de esta lógica medieval, del color se podía pensar que un esposo que vistiera de amarillo, era un marido “cornudo” (cocu).
Al mismo tiempo, se podría pensar en otro tipo de resultados como el cambio de estilo en la literatura. Es decir, en esta nueva manera de hacer literatura había las intención de lograr dulces sentimientos, y con esto se cambiaba el fácil sentimentalismo por un tipo de contemplación estética. Vale traer a cuento, en esta mezcla de emociones, cuyo ejemplo se puede encontrar en versos como estos: “Il pousse un soupir ; mais bientôt lui vient une autre pensée ; il se dit qu’il lui faut accepter la souffrance, car il n’a rien d’autre à faire. Toute la nuit il reste éveillé, il souffre, il est au supplice ; en son cœur il se rappelle les paroles de la dame, son air, ses yeux lumineux, sa belle bouche dont la douceur l’atteint au fond du cœur. D’une voix faible il implore sa pitié, il n’est pas loin de l’appeler son amie. S’il avait su ses sentiments, à quel point Amour la tourmentait, il en eût été heureux, je pense ; un peu de réconfort aurait soulagé la douleur qui rendait son visage pâle[2]”. Esta mezcla nos muestra la complejidad de las emociones de las cuales algunas veces son totalmente contradictorias: amor y dolor. Y esta relación les daba una experiencia de vida mucho más compleja que la literatura precedente. En suma, en este nuevo estilo, hay una nueva manera de expresar el dolor o la alegría. Al mismo tiempo que nos muestra que los sentimientos de los hombres son también mutables, de lo cual el poeta Ezra Pound consideraba el más alto deber de la poesía: dar pruebas de qué tipo de sentimientos alberga el ser humano[3].
Posteriormente a estos cambios que hemos visto, es posible pensar que algunos sentimientos y todas las costumbres, aunque se piense que son naturales y eternos, son el resultado de procesos culturales muy precisos y muy localizables, por lo tanto son creación humana y popular y –por ende– sensibles a los cambios en ánimo de la gente. Lo cual da al traste con la creencia casi generalizada de que los sentimientos tienen algo de natural, de –como le llaman en filosofía– “dado”, y que se manifiestan como una fuerza de la naturaleza, cuyo origen está en la ideología.
V. Conclusión. Hacia una nueva interpretación del amor. Nuestra manera de enamoramiento puede cambiar
Mi método dialéctico no sólo difiere del de Hegel, en cuanto a sus fundamentos, sino que es su antítesis directa. Para Hegel el proceso del pensar, al que convierte incluso, bajo el nombre de idea, en un sujeto autónomo, es el demiurgo de lo real; lo real no es más que su manifestación externa. Para mí, a la inversa, lo ideal no es sino lo material traspuesto y traducido en la mente humana.
Karl Marx
Como acabamos de ver, el concepto de amor con todas sus implicaciones está unido a su geografía, a su cultura y es mutable. Lo cual quiere decir que un amor que es trágico en un período determinado puede ser un amor dichoso en una época distinta. El amor cortés puso a las mujeres en el centro de la atención masculina, las situó en la diana del arco amoroso y así se conservó durante varios siglos. Por lo cual, es posible decir que, bajo el influjo del nuevo culto a la Virgen María, el Amor Cortés dio un paso fundamental que le separó de otras religiones y culturas. Pues, si pensamos en las culturas semitas, el Islam y el Judaísmo, en las culturas japonesa y china, se verá que el Amor Cortés da un pequeño margen de existencia donde la mujer es menos agredida. Con esto no digo que haya motivos para vanagloriarse del resultado, ni creo que así se deban quedar las cosas. Al contrario, mi conclusión es que se debe cambiar la manera de concebir el amor donde las mujeres no son más que un “objeto del deseo” sino la otra parte equivalente de la especie humana. Y que es necesario que nuestra concepción del amor no sea más el pretexto para condenar a las mujeres a hacer lo que nosotros, los hombres, queremos. Por último, también es necesario que nuestra literatura tenga el poder de hacer ver las diferentes maneras que hay de concebir el mundo y nos quite el famoso yelmo de Perseo de la cabeza[4]. Es decir, hay que repetir la demolición que hizo Christine de Pisan, Louise Labé y otras autores al cambiar la concepción masculina del mundo para lograr una concepción del mundo a dos voces. Pues el mundo, hasta este momento, ha sido, solamente una triste versión masculina. Y, en la literatura que acabamos de recorrer se encuentra esta posibilidad de saber la otra voz del mundo.
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