La clase
media mexicana siempre ha tenido la ilusión de que su nivel de vida es
correspondiente al de los países del norte del continente. Desde su falta de identidad,
su capacidad adquisitiva y sus privilegios, se siente profundamente aislada de
los países que históricamente tuvieran procesos similares a los suyos. Apoyada
por varios medios de comunicación, esta clase no quiere ver su realidad, sueña
con ser yankee sin siquiera saber qué
implica una pretensión tal desde su historia. Sin embargo, México cada vez está
más cerca del centro y sur del continente. Esta idea es una de las tantas
síntesis que se puede sacar después de leer (no sin deleite) Antología de crónica latinoamericana actual (ACLA), editada por el poeta colombiano Darío
Jaramillo Agudelo.
Emprendida
como un proyecto ambicioso, ACLA
logra un panorama nítido de lo que se está haciendo en el continente en un
género que a finales del siglo XX se fue exilando de las publicaciones, siendo
sustituido por las columnas a modo, los infomerciales, en suma: las caras del
periodismo más alejado de la cotidianidad. Sin embargo, éste no es un hecho
puramente fortuito, como daría a entender el editor, sino que forma parte de
una postura política expresa para que la realidad sea cada vez menos
constatada, tal y como señaló Carlos Monsiváis en su A ustedes les consta, una obra que ejerció influencia en ésta que
comentamos, ya que la crónica desmiente los datos oficiales, desequilibra y
ridiculiza al Estado.
Por
ende, puedo consignar que ACLA es una
seria aproximación a lo que sucede en nuestro continente. La mayoría de los
cronistas no dan un ápice a la especulación ni al engolamiento, y cada uno de
sus dichos está sustentado. La sucesión de masacres, comunidades podridas por
los paramilitares o el narco, junto con las famas que se elevaron por los
cielos para desmoronarse, pasan frente a nosotros golpeándonos la cara
incansablemente creando una suerte de aparador donde Iberoamérica se ve cada
vez más compacta, más homogénea: obvio resultado de la implementación del neoliberalismo.
También tiene lugar el comercio infantil que se han vuelto el flagelo de las
zonas que se ha convertido en paraísos para la impunidad y el turismo sexual. A
su vez, la ACLA es un compendio de
puntos de vista agudos, plumas del mayor vigor que hacen que uno se pregunte si
se podría crear mejores frases en español.
Así
uno puede leer líneas llenas de autocrítica como: “Le reitero a José Manuel
Montes que mi visita se debe a la matazón cometida por los paramilitares. Si no
se hubiese presentado ese hecho infame, seguramente yo andaría ahora perdiendo
el tiempo frente a las vitrinas de un centro comercial en Bogotá, o extraviado
en una siesta indolente”: Salcedo Ramos; o “Lo más difícil para cualquiera en
aquel México de finales de los ochenta: ser creíble. Ese México de los artistas
controlados por Televisa, los periodistas acotados por el poder, los políticos
de rodillas ante el Presidente, aunque estuviesen parados”: Berman; o “En
cuestión de segundos, el arzobispo de San Salvador, Óscar Arnulfo Romero, caía
al piso con la aorta rota por una bala fragmentaria calibre 22. Desde que ese
proyectil alcanzó su objetivo, la suerte de El Salvador estaba echada. El país
se precipitaba hacia el horror irremediablemente”: Martínez D’Aubuisson. En
suma, este libro funge como una ventana que nos dice sin ambages: Centroamérica
empieza en el Río Bravo.
(Esta reseña apareció en la revista “Variopinto”).
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