
Por las extrañas fuerzas del destino, este año estuvo lleno de muchas lecturas ancilares; que si para escribir un trabajo sobre Chrétien de Troyes, que si para hablar del simplismo y falso ingenio de Voltaire, o para discutir si hubo poetas franceses en el siglo XVIII, o para escudriñar el genio de Rousseau, etc. Sin embargo, en los momentos que me pude escapar a los deberes de la academia, incursioné en dos o tres libros que valieron mucho la pena. El primero que tengo que mencionar es Steiner en The New Yorker, una compilación muy bien meditada donde se incluyen textos sobre Salvatore Satta, George Orwell, Samuel Beckett o Franza Kafka, entre otros autores y temas. Pensado como un dechado de todo el ejercicio que ha logrado el autor de Después de Babel, el compilador, Robert Boyers, se dio a la tarea de mostrar los alcances críticos de este imprescindible hombre de letras, su visión panorámica y justeza en las exégesis. Otro aspecto relevante de esta obra es que funge como una piedra de toque que marca definitivamente los temas tratados, dotándolos de una complejidad o una profundidad a veces inesperada, como en el caso de Satta y su “obra maestra”, El día del juicio. Por otro lado, es un libro que sienta referencias notables al fotografiar la capacidad de Steiner como crítico, la cual se ampara en una erudición indiscutible. En uno de sus comentarios, sugiere que había leído tan solo seis o cinco libros del autor del que trata su nota, cosa que dudo sinceramente que hagan varios críticos para esbozar un juicio sobre cualquier autor.
En segundo lugar, hay otro libro que creo que merece aun más atención de la que ha tenido hasta el momento. Se trata de Ese modo que colma (Anagrama), de Daniel Sada, libro de cuentos que incluye una serie de once muestras de cómo resolver las viejas consignas de este canon narrativo con algo más que pericia. De todo el libro, me llamó la atención especialmente “Atrás quedó lo disperso”, el cual está concebido como una respuesta a una de las Seis propuestas para el próximo milenio de Italo Calvino. La propuesta de marras sugiere que la literatura ofrezca un espacio a la multiplicidad, tal y como lo hace Carlo Emilio Gadda en su célebre (?) El zafarrancho aquél de vía Merulana, al cual Calvino tilda de icono del relato en múltiples direcciones y temáticas. En éste, cuento donde se cuenta algo y que, simultáneamente, busca ser un manifiesto de principios contra los libros que “sólo buscan entretener” descartando ser verdaderos retos a la imaginación, “Atrás quedó lo disperso” también es una muestra de la posible mala voluntad al recomendar o sugerir lecturas, lo cual denota cierta miseria en el entorno intelectual mexicano, la cual no es privativa de nuestro contexto, aunque sí es algo ya indiscutible. En congruencia con lo planteado, este cuento tiende un puente con varias literaturas, negándose a ser, como muchas veces pasa en la literatura, un soliloquio o un asunto simplemente autorreferencial; y da muestras de una posibilidad, que desgraciadamente autores como Enrique Vila-Matas han explotado ad nauseam; a saber, la posibilidad de una metaliteratura artística, pero que en este caso queda en una difícil justeza que no agrega más agua de la necesaria al vino. De hecho, el texto también sugiere que el crítico –aquél que nos lleva unos pasos de ventaja en ciertas lecturas– puede tergiversar sus opiniones en función de lograr un mal mayor, cualquiera que éste sea. Ese modo que colma, como volumen, propone numerosas alegorías de algo que a muchos autores no les gusta abordar: que el pueblo mexicano es un tanto mezquino.
Finalmente, aunque no menos importante, quiero mencionar un autor que ha estado desatendido a pesar de su agudeza y rigor. Me refiero a Gabriel Josipovici, quien, con su Confianza o sospecha. Una pregunta sobre el oficio de escribir (FCE-Turner), ha logrado un libro de ensayos brillantísimos acerca de varios autores de la literatura. Josipovici, quien ha navegado muchos años como especialista sobre textos bíblicos, da una muestra de la manera en que la crítica puede tomar más de Kierkegaard que de los pos-estructuralistas. Pues, tal y como lo sugiere en su subtítulo, sugiere que la escritura implica un acto de desconfianza en el trabajo resuelto (una elección entre lo uno y lo otro, dixit Kierkegaard), y no una suerte de trabajo ontológico, donde el autor funja como una simple herramienta. En esta obra, Josipovici trata sobre autores que marcaron el siglo XX, Kafka, Beckett, Shakespeare o Proust desde una postura muy clara y muy definida englobando la historia, la cultura, las manifestaciones subjetivas o lingüísticas. No sobra decir que las páginas acerca del praguense pueden ser consideradas tan importantes como aquellas que escribiera Blanchot en libros como L’espace littéraire o Kafka vs. Kafka. Confianza o sospecha recupera para la prosa y, sobre todo, para la narrativa un espacio que muchas veces se le quiere escamotear al compararla con la limpidez del ensayo o la inquietud que impone la poesía. Esas son las lecturas que han valido la pena dentro del marasmo de obras que pronto olvidaré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario