
Por otra parte, es necesario tener en mente que con la obra de Sartre nace el Existencialismo (título que los críticos imponen y Sartre acepta), pero no la filosofía de la Existencia, de la misma manera que hay que señalar que con su muerte no se agota el tema.
Así que casi en su totalidad el siglo XIX estará en pugna todo el tiempo, artísticamente, filosóficamente y por ende políticamente. Acarreando con todo ello una distracción que alejaba cualquier cuestionamiento sobre la pregunta del Ser –principio fundamental, según Heidegger, para empezar a pensar al Ser. Debido a esto, en muy pocos filósofos habrá la curiosidad de replantearse conceptos que se habrían planteado filósofos como Parménides, Aristóteles o el mismo Santo Tomás. Por esto, en la introducción de Ser y Tiempo Heidegger reprocha a Hegel quien: “define el “ser” como lo “inmediato indeterminado” y da esta definición sostén a todo el restante despliegue de las categorías de su “lógica”, manteniéndose en la misma dirección visual que la ontología antigua, sólo que dejando de lado el problema, –ya planteado por Aristóteles–, de la unidad del ser frente a la pluralidad de las “categorías” con un contenido material”.[2]
Schelling, por su parte, planteará para polemizar con Hegel que “la razón llega solamente a determinar las condiciones negativas de la Existencia, es decir, las condiciones que determinan el modo por el cual debe pensarse la Existencia, en cualquier lugar. Pero la condición positiva, aquella por la cual el ser existe, cae fuera de los límites de la filosofía negativa o racional, porque es la creación, la voluntad de revelarse a Dios y a ésta sola concierne el quod sit”.
Así que como podemos ver, el concepto de Ser se confundía con el de Existencia, y muy pocos veían en este asunto algo más que la frase aristotélica que fluctuó entre los filósofos de la Edad media: “Ser es el más universal y vacío de los conceptos”. Y si el idealismo no llegó más lejos en su profundización qué podríamos esperar del positivismo, filosofía que fue muy importante como motor del avance científico y de las maravillosas novelas de Zola, pero que obtendría resultados hasta la segunda mitad del siglo XIX, y por supuesto, todos éstos alejados de la senda filosófica.
Pareciera que casi nadie se podía alejar de las inercias de su tiempo, todos seguían algo, ya sea la tradición neoclasisista, o la euforia romántica, la emotividad republicana o la nostalgia borbónica; el que no era médium, era templario, el que no paisano (campesino), cientificista o bonapartista, y todos estos pretendían cubrirse con el mismo gorro frigio que les daba el título de Ciudadano. ¿Dónde habían dejado a Kant y al recurso que valida al pensamiento, es decir, la crítica? En suma, el asunto existencial había quedado una vez más sepultado a pesar de Kant.
Para entonces, el concepto de Ser y su relación con el Mundo, es decir, la Existencia, se limitaba a dos significados, uno era concebido como cualquier delimitación o definición del ser, es decir, como modo de ser delimitado y definido en cierta medida. El cual era habitualmente tomado por el lenguaje común de la terminología de las ciencias particulares. En matemáticas se hablaba de la Existencia de entes matemáticos y existía un Teorema de Existencia.
La otra definición era más cercana a la existencia de facto; es decir lo que en realidad es o subsiste, el cual es el más corriente en la historia de la filosofía. Ésta se basada en el uso que Aristóteles da en su Metafísica: “La ciencia de la razón de ser, sea de una cosa, sea de su privación, aun cuando de modos diferentes; la razón de ser es de ambos casos, pero especialmente de lo que existe”.
Y aunque podría haberse esbozado una tercera definición, nadie la consideró suficientemente importante para hacer el tema de una nueva especulación. Por ejemplo, Vico había dicho que Descartes se equivocaba cuando decía “Cogito, ergo sum”, pues él pensaba que debería haber dicho: “Pienso por lo tanto existo”. Intentando crear la noción de que la Existencia es el modo de ser propio de la criatura, en cuanto significa “ser” o estar por debajo o por encima, y supone la sustancia, es decir el Ser divino que la sostiene y la crea.
Fue finalmente en el tiempo de las restauraciones de los Borbones en Francia, el entronizamiento de Friederich Wilhelm II en Prusia y el tiempo de la Rusia de los Zares, que un modesto profesor de teología creara el puente de la realidad con la Existencia. Evidentemente, tenía que ser obra de alguien que perteneciera a un pequeño país sin tribulaciones como Dinamarca, que sintiera cierto desprecio por los movimientos en boga, y que también fuera lo suficientemente capaz para absorberse a una época tan convulsionada. Sören Kierkegaard es el nombre de este profesor de teología, quien vinculó hasta ese momento aspectos inconciliables. Su aportación reside en la inclusión del concepto de posibilidad de realidad en el asunto de la existencia; volviendo a un viejo recurso utilizado por Kant que utilizaría –en sus primeros trabajos– para dar la certeza de la existencia de lo que denominó “pensamiento objetivo”.
Valdría la pena atender a lo que señalaba Kierkegaard:
La existencia corresponde a la realidad singular (como ya afirmó Aristóteles): queda fuera del concepto que, de cualquier manera, no coincide con ella. Para un animal en particular; para una planta en particular, para un hombre en particular, la Existencia (Ser o no ser) es algo decisivo, un hombre en particular, la Existencia (Ser o No ser) es algo decisivo, un hombre en particular no tiene por cierto una Existencia conceptual”[3].
Entonces si el Existente es real, tiene tres relaciones fundamentales, que rompe cualquier posibilidad de ser lo mismo con el Mundo: “Soy un sujeto, por eso no puedo hablar de forma objetiva”, decía Kierkegaard, pensando que el Ser no podía enunciar predicados objetivos –lo cual ya ha sido refutado.
Empero, para el danés esta relación de realidad se extendía a tres entes; primero, con el Mundo el cual se lleva a cabo por medio del sentimiento de angustia, segundo, con Uno mismo el cual se lleva a cabo por el sentimiento de desesperación, y el tercero, la relación que se establece con Dios, que se lleva a cabo por el sentimiento de la paradoja.
Como ya vimos se une a esta revivificación de los términos, el concepto de subjetividad, es decir, la enunciación sobre algún aspecto de la realidad que sigue al adjetivo posesivo mi... Y en esta revivificación del lenguaje recibido, se coloca como un opositor de la Iglesia católica, intentando secularizar el concepto de Fe, como también el de Posibilidad, trasformando el concepto en: mi Fe, mi posibilidad, mi existencia.
Sobre la Fe, tiene que demostrar que es factible que sea un término que se sustenta en el absurdo. “la fe no es un conocimiento más, sino un acto de libertad, supera en todo a la duda escéptica, conserva el sentido pleno del devenir y rompe las barreras del pasado y del futuro”[4]. Y en el caso del concepto de Posibilidad, pretende ampliar la noción para demostrar la otra faz del medallón conceptual. La Posibilidad tiene el mismo margen negativo que positivo, porque si estuviera inclinada la balanza hacia lo positivo, no sería Posibilidad sino Necesidad. Así que Kierkegaard llega a la conclusión de tener que enfatizar la imposibilidad de lo posible.

Podemos decir que la aportación del danés reside en su pretensión de exponer (que no ejemplificar) con su vida para comprobar su teoría. Y es por esto que expone su antiromanticismo en su obra Diario de un seductor, burlándose de poetas como Hölderlin, Nerval, Keatz o Lamartine; porque si los románticos padecían lánguidamente la pérdida de sus musas, el danés se ríe del enamoramiento, y confiesa en la última página del Diario de un seductor [5], fechada el 25 de septiembre:
"La amé en un tiempo, pero de ahora en adelante ya no puede pertenecerle mi alma... De ser un dios, haría con ella lo que hizo Neptuno con una ninfa: la iba a transformar en hombre..."
Y, sin hacer algo distinto, resolvió de la misma manera su relación de compromiso con Regina Olsen, terminando con ella, sin explicación alguna, esperando que la posibilidad de que ella le buscara y rogara reanudar su compromiso no sucediera. Todo esto, con la intención de demostrar y comprobarse a sí mismo es proyectado en su obra Temor y temblor, donde utiliza el relato bíblico de Abraham para coronar al buen siervo del señor con el epíteto de “El padre de la Fe”. Sin tener como telón la verdadera historia con Regina.
Así que, como ya se demostró, en la necesidad de pensar al Ser, y su manifestación en el Mundo, la posibilidad, la relación, los otros, Dios, la fe y uno mismo son recursos que se acompañan del mi subjetivo, sin los cuales no se podría entender a Kierkegaard.
No obstante, Kierkegaard no fue muy bien recibido en su época, a tal grado que debió publicar algunos textos bajo pseudónimos. Queremos subrayar que extrañamente estos fueron numerosos; por ejemplo su obra Migajas filosóficas es firmado por Johannes Climacus (quien fue un eremita que nació en el año 579 y falleció en el 649); otro ejemplo sería: La enfermedad mortal y Ejercitaciones en el cristianismo, fueron signadas por un tal Anticlimacus. Entre otros pseudónimos están: Victor Eremita, Johannes de Sibitio, Constantin Constantius, Fratis Taciturnus y Nicolus Notabene, dando así un antecedente de varios pensadores y poetas del siglo XX que pelearían en soledad con sus sombras en las ermitas estivales.
La aportación de Kiekegaard es importante, quizá podríamos criticar su propensión al individualismo, el cual en el siglo XXI, es un espejismo que muchos siguen, y otros quieren convencer de su eficacia. Porque no hay mejor individualista que aquel que trabaja en unión con los otros por un bien común; como no hay grupo ni clase social que no obtenga resultado al participar conjuntamente de un interés en común.
Evidentemente podríamos hablar de dos pensadores de la época que merodearon el tema, pero Nietzsche y Schopenhauer no aportarán más que Kierkegaard al asunto.
Así que el existencialismo que recibe el siglo XX será muy distinto al que había en el siglo XVIII. Desafortunadamente se creía encontrar en el nuevo siglo –vicio que aún padecemos– una conclusión a la Historia, y lo que resultó fueron dos guerras, una local y una Gran Guerra, que sino mundial, por lo menos si millonaria en el número de muertes. El hombre occidental en el siglo XX estaba atrapado por su capitalismo, y su imposibilidad de autocrítica. Al querer dar la espalda al Materialismo histórico, su positivismo y su idealismo otra vez se quedaban cortos, a pesar de los resultados favorables, ya Émile Boutroux había anticipado en su obra De la contingencia de las leyes de la naturaleza:
"[...] el lenguaje científico es siempre abstracto y que, por lo tanto, no se adapta exactamente a la realidad variada del mundo. Las ciencias son un lenguaje cómodo para entender las leyes generales de la naturaleza, pero no explican el mundo en su infinito detalle de creación y de riqueza."
Así que serán pensadores como Bergson, en Francia, y Husserl, en Alemania quienes empiecen a abordar las cuestiones que el positivismo y el idealismo no podrían. Bergson, revisa la relación con el espacio y el tiempo, como también la memoria y los elementos de la creación a partir del sujeto; y Husserl analizará al ser, el objeto dado y la intencionabilidad. Todo esto tratando de aligerar el peso de una crisis inminente, que Spengler denominara La decadencia de Occidente.
Podemos decir que el nombre de Existencialismo fue nuevo, pero el tema era viejo. Y, a pesar de que dedicó toda su vida a éste no terminó su obra, debido a que –en la última etapa– la quiso vincular a la obra de Karl Marx, conciliando filosofías polares. Quizá sea ésta una razón más para revisar el trayecto del Existencialismo de Sartre, porque es importante seguir el concepto heideggeriano que señala que no hay más pensar que en el pensar, sin dejar aparte que este sólo es un ensayo literario sobre un tema filosófico, intentaré marcar algunas directrices.
I. Antecedentes
Bien, podemos decir que el existencialismo moderno surge con Immanuel Kant al cuestionar la razón pura cartesiana y el empirismo de Bacon; ambas escuelas imperantes en el siglo XVIII en su lucha por el conocimiento, habían dejado de lado al Hombre como Ser cognoscente. Y sería la crítica kanteana quien detonara los cimientos de estas filosofías que pugnaban entre sí. Así que si Kant intentaba hacer una revolución en el campo del conocimiento, con las dimensiones de aquella revolución copernicana, lo hacía con la intención de regresar al hombre el lugar que ocupaba en el Universo como ser cognoscente, restableciendo a la Metafísica su lugar central, como tendencia que encontrará sus nociones a priori, y eliminando la noción de que el conocimiento viniese de Dios y a él llevase. Con esto se reestablece la relación del Ser con su medio, pero esto no sería desempeñando un papel terciario en el concierto Universal.
Entonces, como resultado a esta demolición, ayudada a su desplome por la crítica que fomenta Después de Kant, el siglo XIX quedará ante un vacío de fundamentos viables. Como sucede constantemente, las demoliciones políticas serán el primer fruto de las demoliciones conceptuales, llevándose con ella los endebles fundamentos de la monarquía europea, empezando por la francesa como primer resultado.
No obstante, al crearse en Francia esta debacle quedan algunos países temerosos de todo esto, eliminando en sus universidades cualquier posibilidad de cuestionamiento –entiéndase rebelión– creando una fama absurda alrededor de los revolucionarios de París. Para entonces Europa está convulsionada por dos flancos, uno, políticamente encabezado por Napoleón y, por el otro, ha recibido un golpe que al derrumbar a su dios, ha provocado el desgarramiento del Universo.
De esta debacle conceptual, surgirán dos corrientes que se mantendrán durante todo el siglo XIX. La primera, procedente de Alemania, será el Idealismo, recurso mediante el cual el pensamiento trata de escapar al sometimiento en que se había mantenido hasta entonces, al principio de una autoridad que trasciende el pensamiento, construyendo –o creyendo construir– un sistema sin más autoridad que el pensamiento mismo que lo edifica. Y la segunda, el Positivismo francés, siendo el pensamiento que se somete a una nueva autoridad que ya no es la de una revelación divina y la de una razón que se autorevela como absoluta, sino que deriva del mundo mismo de los hechos naturales o sociales que se enfrentan, como materia que espera elaboración, al espíritu[1].
Entonces, como resultado a esta demolición, ayudada a su desplome por la crítica que fomenta Después de Kant, el siglo XIX quedará ante un vacío de fundamentos viables. Como sucede constantemente, las demoliciones políticas serán el primer fruto de las demoliciones conceptuales, llevándose con ella los endebles fundamentos de la monarquía europea, empezando por la francesa como primer resultado.
No obstante, al crearse en Francia esta debacle quedan algunos países temerosos de todo esto, eliminando en sus universidades cualquier posibilidad de cuestionamiento –entiéndase rebelión– creando una fama absurda alrededor de los revolucionarios de París. Para entonces Europa está convulsionada por dos flancos, uno, políticamente encabezado por Napoleón y, por el otro, ha recibido un golpe que al derrumbar a su dios, ha provocado el desgarramiento del Universo.
De esta debacle conceptual, surgirán dos corrientes que se mantendrán durante todo el siglo XIX. La primera, procedente de Alemania, será el Idealismo, recurso mediante el cual el pensamiento trata de escapar al sometimiento en que se había mantenido hasta entonces, al principio de una autoridad que trasciende el pensamiento, construyendo –o creyendo construir– un sistema sin más autoridad que el pensamiento mismo que lo edifica. Y la segunda, el Positivismo francés, siendo el pensamiento que se somete a una nueva autoridad que ya no es la de una revelación divina y la de una razón que se autorevela como absoluta, sino que deriva del mundo mismo de los hechos naturales o sociales que se enfrentan, como materia que espera elaboración, al espíritu[1].
Así que casi en su totalidad el siglo XIX estará en pugna todo el tiempo, artísticamente, filosóficamente y por ende políticamente. Acarreando con todo ello una distracción que alejaba cualquier cuestionamiento sobre la pregunta del Ser –principio fundamental, según Heidegger, para empezar a pensar al Ser. Debido a esto, en muy pocos filósofos habrá la curiosidad de replantearse conceptos que se habrían planteado filósofos como Parménides, Aristóteles o el mismo Santo Tomás. Por esto, en la introducción de Ser y Tiempo Heidegger reprocha a Hegel quien: “define el “ser” como lo “inmediato indeterminado” y da esta definición sostén a todo el restante despliegue de las categorías de su “lógica”, manteniéndose en la misma dirección visual que la ontología antigua, sólo que dejando de lado el problema, –ya planteado por Aristóteles–, de la unidad del ser frente a la pluralidad de las “categorías” con un contenido material”.[2]
Schelling, por su parte, planteará para polemizar con Hegel que “la razón llega solamente a determinar las condiciones negativas de la Existencia, es decir, las condiciones que determinan el modo por el cual debe pensarse la Existencia, en cualquier lugar. Pero la condición positiva, aquella por la cual el ser existe, cae fuera de los límites de la filosofía negativa o racional, porque es la creación, la voluntad de revelarse a Dios y a ésta sola concierne el quod sit”.
Así que como podemos ver, el concepto de Ser se confundía con el de Existencia, y muy pocos veían en este asunto algo más que la frase aristotélica que fluctuó entre los filósofos de la Edad media: “Ser es el más universal y vacío de los conceptos”. Y si el idealismo no llegó más lejos en su profundización qué podríamos esperar del positivismo, filosofía que fue muy importante como motor del avance científico y de las maravillosas novelas de Zola, pero que obtendría resultados hasta la segunda mitad del siglo XIX, y por supuesto, todos éstos alejados de la senda filosófica.
Pareciera que casi nadie se podía alejar de las inercias de su tiempo, todos seguían algo, ya sea la tradición neoclasisista, o la euforia romántica, la emotividad republicana o la nostalgia borbónica; el que no era médium, era templario, el que no paisano (campesino), cientificista o bonapartista, y todos estos pretendían cubrirse con el mismo gorro frigio que les daba el título de Ciudadano. ¿Dónde habían dejado a Kant y al recurso que valida al pensamiento, es decir, la crítica? En suma, el asunto existencial había quedado una vez más sepultado a pesar de Kant.

La otra definición era más cercana a la existencia de facto; es decir lo que en realidad es o subsiste, el cual es el más corriente en la historia de la filosofía. Ésta se basada en el uso que Aristóteles da en su Metafísica: “La ciencia de la razón de ser, sea de una cosa, sea de su privación, aun cuando de modos diferentes; la razón de ser es de ambos casos, pero especialmente de lo que existe”.
Y aunque podría haberse esbozado una tercera definición, nadie la consideró suficientemente importante para hacer el tema de una nueva especulación. Por ejemplo, Vico había dicho que Descartes se equivocaba cuando decía “Cogito, ergo sum”, pues él pensaba que debería haber dicho: “Pienso por lo tanto existo”. Intentando crear la noción de que la Existencia es el modo de ser propio de la criatura, en cuanto significa “ser” o estar por debajo o por encima, y supone la sustancia, es decir el Ser divino que la sostiene y la crea.

Valdría la pena atender a lo que señalaba Kierkegaard:

Entonces si el Existente es real, tiene tres relaciones fundamentales, que rompe cualquier posibilidad de ser lo mismo con el Mundo: “Soy un sujeto, por eso no puedo hablar de forma objetiva”, decía Kierkegaard, pensando que el Ser no podía enunciar predicados objetivos –lo cual ya ha sido refutado.
Empero, para el danés esta relación de realidad se extendía a tres entes; primero, con el Mundo el cual se lleva a cabo por medio del sentimiento de angustia, segundo, con Uno mismo el cual se lleva a cabo por el sentimiento de desesperación, y el tercero, la relación que se establece con Dios, que se lleva a cabo por el sentimiento de la paradoja.
Como ya vimos se une a esta revivificación de los términos, el concepto de subjetividad, es decir, la enunciación sobre algún aspecto de la realidad que sigue al adjetivo posesivo mi... Y en esta revivificación del lenguaje recibido, se coloca como un opositor de la Iglesia católica, intentando secularizar el concepto de Fe, como también el de Posibilidad, trasformando el concepto en: mi Fe, mi posibilidad, mi existencia.
Sobre la Fe, tiene que demostrar que es factible que sea un término que se sustenta en el absurdo. “la fe no es un conocimiento más, sino un acto de libertad, supera en todo a la duda escéptica, conserva el sentido pleno del devenir y rompe las barreras del pasado y del futuro”[4]. Y en el caso del concepto de Posibilidad, pretende ampliar la noción para demostrar la otra faz del medallón conceptual. La Posibilidad tiene el mismo margen negativo que positivo, porque si estuviera inclinada la balanza hacia lo positivo, no sería Posibilidad sino Necesidad. Así que Kierkegaard llega a la conclusión de tener que enfatizar la imposibilidad de lo posible.

Podemos decir que la aportación del danés reside en su pretensión de exponer (que no ejemplificar) con su vida para comprobar su teoría. Y es por esto que expone su antiromanticismo en su obra Diario de un seductor, burlándose de poetas como Hölderlin, Nerval, Keatz o Lamartine; porque si los románticos padecían lánguidamente la pérdida de sus musas, el danés se ríe del enamoramiento, y confiesa en la última página del Diario de un seductor [5], fechada el 25 de septiembre:
"La amé en un tiempo, pero de ahora en adelante ya no puede pertenecerle mi alma... De ser un dios, haría con ella lo que hizo Neptuno con una ninfa: la iba a transformar en hombre..."
Y, sin hacer algo distinto, resolvió de la misma manera su relación de compromiso con Regina Olsen, terminando con ella, sin explicación alguna, esperando que la posibilidad de que ella le buscara y rogara reanudar su compromiso no sucediera. Todo esto, con la intención de demostrar y comprobarse a sí mismo es proyectado en su obra Temor y temblor, donde utiliza el relato bíblico de Abraham para coronar al buen siervo del señor con el epíteto de “El padre de la Fe”. Sin tener como telón la verdadera historia con Regina.
Así que, como ya se demostró, en la necesidad de pensar al Ser, y su manifestación en el Mundo, la posibilidad, la relación, los otros, Dios, la fe y uno mismo son recursos que se acompañan del mi subjetivo, sin los cuales no se podría entender a Kierkegaard.
No obstante, Kierkegaard no fue muy bien recibido en su época, a tal grado que debió publicar algunos textos bajo pseudónimos. Queremos subrayar que extrañamente estos fueron numerosos; por ejemplo su obra Migajas filosóficas es firmado por Johannes Climacus (quien fue un eremita que nació en el año 579 y falleció en el 649); otro ejemplo sería: La enfermedad mortal y Ejercitaciones en el cristianismo, fueron signadas por un tal Anticlimacus. Entre otros pseudónimos están: Victor Eremita, Johannes de Sibitio, Constantin Constantius, Fratis Taciturnus y Nicolus Notabene, dando así un antecedente de varios pensadores y poetas del siglo XX que pelearían en soledad con sus sombras en las ermitas estivales.
La aportación de Kiekegaard es importante, quizá podríamos criticar su propensión al individualismo, el cual en el siglo XXI, es un espejismo que muchos siguen, y otros quieren convencer de su eficacia. Porque no hay mejor individualista que aquel que trabaja en unión con los otros por un bien común; como no hay grupo ni clase social que no obtenga resultado al participar conjuntamente de un interés en común.
Evidentemente podríamos hablar de dos pensadores de la época que merodearon el tema, pero Nietzsche y Schopenhauer no aportarán más que Kierkegaard al asunto.
Así que el existencialismo que recibe el siglo XX será muy distinto al que había en el siglo XVIII. Desafortunadamente se creía encontrar en el nuevo siglo –vicio que aún padecemos– una conclusión a la Historia, y lo que resultó fueron dos guerras, una local y una Gran Guerra, que sino mundial, por lo menos si millonaria en el número de muertes. El hombre occidental en el siglo XX estaba atrapado por su capitalismo, y su imposibilidad de autocrítica. Al querer dar la espalda al Materialismo histórico, su positivismo y su idealismo otra vez se quedaban cortos, a pesar de los resultados favorables, ya Émile Boutroux había anticipado en su obra De la contingencia de las leyes de la naturaleza:
"[...] el lenguaje científico es siempre abstracto y que, por lo tanto, no se adapta exactamente a la realidad variada del mundo. Las ciencias son un lenguaje cómodo para entender las leyes generales de la naturaleza, pero no explican el mundo en su infinito detalle de creación y de riqueza."
Así que serán pensadores como Bergson, en Francia, y Husserl, en Alemania quienes empiecen a abordar las cuestiones que el positivismo y el idealismo no podrían. Bergson, revisa la relación con el espacio y el tiempo, como también la memoria y los elementos de la creación a partir del sujeto; y Husserl analizará al ser, el objeto dado y la intencionabilidad. Todo esto tratando de aligerar el peso de una crisis inminente, que Spengler denominara La decadencia de Occidente.
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