Texto leído el miércoles 12 de marzo en "El hijo del Cuervo", en el Centro de Coyoacán, en la presentación de los discos "Los cuentos de Grimm", de Las Voces de la imaginación, Vol. I y II. En la mesa estuvieron los amigos Nellia Someillán, Arturo Beristain y Carlos Alberto Carranza.
Nuestra cultura lucha por perder uno a uno todos sus placeres, no sé si es debido a su proclividad al dolor o al repudio que le provoca el placer, pero en este juego pendular nuestra sociedad, como resultado de todo un proceso, se está quedando sin sus motivos más señeros de felicidad. Uno de estos placeres que cada vez más ha relegado es el placer que produce el oído.
Debido a un desarrollo a destiempo, los sentidos han ido tomando preponderancias desiguales en la atención del hombre. Evidentemente el más beneficiado, al menos en nuestra cultura, es la vista, quien funge como rector absoluto de gran parte de nuestra interpretación de la realidad. Cabe mencionar que una de las frases coloquiales más conocidas haga alusión a la vista: “Es mi punto de vista”, la cual se espeta como si realmente nuestra posibilidad de experiencia empezara y acabara con una perspectiva, un vistazo, y por ello estuviéramos ante una razón infalible.
El gusto, debido a que está relacionado con el campo de la nutrición y la subsistencia no puede ser desplazado de su supuesto lugar: el segundo. El tacto continúa siendo atendido debido a ciertos caprichos de la moda y a algunas texturas que envuelven muebles y otro tipo de asientos, por lo cual, y debido a cierto confort, el tacto ha sido desplazado de la palma de la mano a la parte posterior del cuerpo: el hombre no toca, reposa. El olfato implica otros aspectos, todos estos están relacionados con la clase social. Pues para las clases altas el regocijo al olfato sigue siendo un lujo que “creen que lo valen”. Por el contrario, la clase trabajadora no tiene energía para estos placeres.
Desafortunadamente, el oído se encuentra reducido a la posición más lamentable, aquella de elemento puramente funcional: receptor de información externa; noticias, órdenes, ruidos citadinos, todo ello es introducido en nuestra mente por medio de las orejas, dejándolo así abandonado en el diván del desperdicio o en el armario de un niño que está aburrido de su juguete.
La música clásica, la poesía, la buena prosa, las voces estudiadas, los sonidos de la naturaleza, los sonidos cromáticos (como el del Jazz) son una serie de experiencias que cada vez menos se buscan y frecuentan en la vida del hombre moderno.
Y es esta insensibilización la que nos termina convirtiendo en autómatas; nos vuelve seres que no pueden ser conmovidos por las emociones inherentes al hombre: la curiosidad, la bondad, la tristeza, la desolación, la nostalgia, la conmoción, la alegría, etc. Alguna vez Chesterton señaló que no hay mayor prueba de vida que la sensibilidad, por lo cual podemos inferir que entre menos sensibles somos menos vivos estamos.
Nuestra cultura lucha por perder uno a uno todos sus placeres, no sé si es debido a su proclividad al dolor o al repudio que le provoca el placer, pero en este juego pendular nuestra sociedad, como resultado de todo un proceso, se está quedando sin sus motivos más señeros de felicidad. Uno de estos placeres que cada vez más ha relegado es el placer que produce el oído.
Debido a un desarrollo a destiempo, los sentidos han ido tomando preponderancias desiguales en la atención del hombre. Evidentemente el más beneficiado, al menos en nuestra cultura, es la vista, quien funge como rector absoluto de gran parte de nuestra interpretación de la realidad. Cabe mencionar que una de las frases coloquiales más conocidas haga alusión a la vista: “Es mi punto de vista”, la cual se espeta como si realmente nuestra posibilidad de experiencia empezara y acabara con una perspectiva, un vistazo, y por ello estuviéramos ante una razón infalible.
El gusto, debido a que está relacionado con el campo de la nutrición y la subsistencia no puede ser desplazado de su supuesto lugar: el segundo. El tacto continúa siendo atendido debido a ciertos caprichos de la moda y a algunas texturas que envuelven muebles y otro tipo de asientos, por lo cual, y debido a cierto confort, el tacto ha sido desplazado de la palma de la mano a la parte posterior del cuerpo: el hombre no toca, reposa. El olfato implica otros aspectos, todos estos están relacionados con la clase social. Pues para las clases altas el regocijo al olfato sigue siendo un lujo que “creen que lo valen”. Por el contrario, la clase trabajadora no tiene energía para estos placeres.
Desafortunadamente, el oído se encuentra reducido a la posición más lamentable, aquella de elemento puramente funcional: receptor de información externa; noticias, órdenes, ruidos citadinos, todo ello es introducido en nuestra mente por medio de las orejas, dejándolo así abandonado en el diván del desperdicio o en el armario de un niño que está aburrido de su juguete.
La música clásica, la poesía, la buena prosa, las voces estudiadas, los sonidos de la naturaleza, los sonidos cromáticos (como el del Jazz) son una serie de experiencias que cada vez menos se buscan y frecuentan en la vida del hombre moderno.
Y es esta insensibilización la que nos termina convirtiendo en autómatas; nos vuelve seres que no pueden ser conmovidos por las emociones inherentes al hombre: la curiosidad, la bondad, la tristeza, la desolación, la nostalgia, la conmoción, la alegría, etc. Alguna vez Chesterton señaló que no hay mayor prueba de vida que la sensibilidad, por lo cual podemos inferir que entre menos sensibles somos menos vivos estamos.
Ezra Pound
El placer del oído ha sido desterrado a pasos agigantados, a continuación daré un ejemplo de esto y me serviré de un poema de Ezra Pound que desde que lo leí me impactó profundamente:
SEXTINA: ALTAFORTE
HABLA: Bertran de Born
Dante Alighieri puso a este hombre en el infierno
porque siempre estaba buscando pelea.
Eccovi!
Juzgad vosotros:
¿Lo he sacado de la tumba?
La escena ocurre en su castillo, Altaforte. "Papiols" es su juglar.
"El Leopardo" es el emblema de Ricardo Corazón de León.
I
¡Maldición! Todo este sur apesta a paz.
¡Perro hijo de puta, Papiols, ven! ¡Que haya música!
Tan solo vivo cuando chocan las espadas.
Pero ¡ah!, cuando veo enfrentarse a los estandartes de
oro, púrpura y marta cebellina,
y a los anchos campos volverse carmesíes debajo de ellos,
entonces aúllo hasta que mi corazón casi enloquece de
regocijo.
II
En el cálido verano tengo gran regocijo
cuando las tempestades matan la paz hedionda de la
tierra
y los relámpagos del cielo negro resplandecen carmesíes,
y los truenos feroces me rugen su tonada
y los vientos chillan entre las nuebes enloquecidas,
enfrentados,
y por todos los cielos hendidos chocan las espadas de
Dios.
III
¡Quiera el infierno que pronto oigamos choca de nuevo
las espadas!
¡Y el relincho frenético de los destreros regodeándose
en la batalla,
enfrentando entre sí sus petos erizados de púas!
¡Más vale una hora de combate que un año de paz
con comidas grasientas, alcahuetas, vino y delicada
música!
¡Bah! ¡No hay vino como la sangre carmesí!
IV
¡Me encanta ver salir el sol carmesí como la sangre!
Y contemplo cómo sus lanzas chocan con la oscuridad
y me llena el corazón de regocijo
y la boca se me llena de música disoluta
cuando así lo veo burlarse y desafiar la paz,
su voluntad solitaria enfrentada a toda la oscuridad.
V
El hombre que teme la guerra y se atrinchera
oponiéndose
a mis palabras en pro de la batalla, ese no tiene sangre
carmesí,
sino que solamente sirve para pudrirse en la paz
mujeril,
lejos de donde se gana el honor y las espadas chocan.
Por la muerte de esas furcias yo siento gran alegría;
oh, sí, y el aire lo lleno con mi música.
VI
!Papiols, Papiols! ¡Que haya música!
No hay otro ruido como espadas contra espadas,
no hay giro como el regocijo de la batalla
cuando nuestros codos y espadas gotean carmesí
y nuestras embestidas chocan con la carga del
"Leopardo".
¡Que Dios maldiga por siempre a los que piden "Paz"!
VII
¡Y que la música de las espadas las vuelva carmesíes!
¡Quiera el infierno que oigamos nuevamente chocas las
espadas!
¡Que el infierno tiña de negro por siempre el mero
pensamiento "Paz"!
Evidentemente, no se trata de un poema, ateniéndonos al tema, políticamente correcto, pues en estos tiempos quién puede pasar de largo ante un insulto como “Hijo de puta” y no sentir cierta incomodidad; quién puede sentir agrado por una arenga bélica y quedarse tan tranquilo como si nada pasara. Sin embargo, como no estoy aquí para decir algo correcto sino algo que me parece importante, tengo que hacer énfasis en que puede ser que en este poema el pacifismo esté relegado, que el mensaje parezca despótico (pues lo es), sin embargo, lo que no pierde su lugar es el placer que produce al oído. Versos como:
“!Y el relincho frenético de los destreros regodeándose
en la batalla,
enfrentando entre sí sus petos erizados de púas”
O:
“Y contemplo cómo sus lanzas chocan con la oscuridad
y me llena el corazón de regocijo
y la boca se me llena de música disoluta
cuando así lo veo burlarse y desafiar la paz,
su voluntad solitaria enfrentada a toda la oscuridad”.
Me hacen pensar inexorablemente en que la lengua, por un principio de economía, por la ley del menor esfuerzo o por el extraño odio al placer (al cual antes me he referido) se ha ido divorciando de sus propios encantos.
Por otro lado, me niego a que lo que sigue en este texto tome el tono melancólico que añora lo perdido; me niego a que hagamos el panegírico del pasado o de cualquier otro infortunio. Me niego a pensar que el placer que produce el oído es una suerte de paraíso perdido, sino todo lo contrario: es algo que sólo se busca en el momento en que uno se da cuenta que de él carece.
El placer al que me he referido constantemente es un asunto que permanece como una posibilidad, o algo que es necesario que suceda, necesitamos vivir esta experiencia como aquel personaje que al saber que perdería el sentido del oído se apresuró a escuchar por última vez los sonidos que le parecían tan triviales como un chasquido o el ruido del ferrocarril.
La verdad es que llegué a este tipo de reflexiones después de escuchar los dos discos que esta noche presentamos “Los mejores cuentos de Grimm con música clásica”, vol. I y II, realizados por Las Voces de la Imaginación: Nelia Someillán, Elizabeth Martínez, Rubén Corbett, Israel Rodríguez y Armando Trejo. Pues, evidentemente, esto está relacionado con las obras que presentamos pues si tuviera que citar un ejemplo de una experiencia placentera al oído, sin titubear, mencionaría el trabajo que han desarrollado Las Voces de la imaginación. Pues admito que en ambos discos he encontrado un trabajo artístico cuidado minuciosamente. He experimentado la sensación de escuchar las emociones que tuve cuando me leían esos cuentos. Pues quién puede negar que cuando uno lee no hay una música de fondo que interpreta nuestra propia alma; siendo una suerte de instrumentación que va de la mano con nuestra conciencia. ¿O viceversa, es que hay aquí alguien que no haya sido emocionado por una orquesta cuando se llevaba a cabo una persecución a caballo, o una batalla en el alcázar de un castillo?
Siento desilusionarlos, y con esto no creo exagerar, pero sería ingenuo creer que estos discos son exclusivos para niños. Pues el nivel estético que alcanzan distan mucho de ser obras para que los niños simplemente le tomen afecto a los libros, sino que van más allá y se convierten en obras para que los adultos recuerden las virtudes infantiles, los atractivos evidentes y democráticos de la vida, algo que Alfonso Reyes llamaba “las verdades olvidadas”. Ya que en la manera de narrar, rimar, describir, modular o conquistar, las voces de estos discos tienen mucho que enseñarnos.
Obviamente, hablo desde la trinchera de alguien que ama la lectura y que, espero, “no se cuece al primer hervor”, alguien que ama la buena música al grado de quedarse sin un clavo con tal de conseguir una sinfonía o un concierto de violín que precisa; pero sobre todo, hablo como alguien que está demasiado afectado por los refinamientos literarios al punto de olvidar que, como en los cuentos de Grimm, nada es lo que parece, y se predispone a contrariar y contradecir antes de haber hecho un esfuerzo por encontrar el verdadero sentido de las cosas. Sin embargo, este alguien, ha ido hacia un placer desconocido gracias al trabajo de un grupo de artistas que, como los actores de la Comedia del Arte, no cuentan más que con sus palabras, una carreta longa, la buena fe de sus oyentes y muchos sueños que contar.
Muchas gracias.
Héctor Iván González
Ciudad de México a 12 de marzo de 2008
El Hijo del cuervo, Coyoacán.
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